El movimiento organizado de los trabajadores siempre se ha basado, desde sus inicios con la creación de la AIT (Asociación Internacional de los Trabajadores) bajo el impulso de Marx y Engels, en los principios de solidaridad, fraternidad e internacionalismo. La frase que lo resume es el famoso “Trabajadores del mundo uníos”…
No hay duda de la contradicción e incluso la oposición entre la razón que impulsa el concepto de clase, vinculado a la posición que se ocupa en el proceso productivo, y el sentimiento emocional e incluso irracional que se encuentra en la base del sentimiento nacional, o en la concepción abstracta de “pueblo”.
Cualquier espacio nacional es siempre una realidad social en continua mutación y cambio, fruto de migraciones y mezcla de identidades, y podríamos decir que por suerte es así.
En Europa durante los Siglos XX y XXI a la izquierda y los movimientos de los trabajadores siempre les ha ido mal en épocas de efervescencia nacionalista sólo deberíamos destacar tres momentos:
- La época de la 1ª Guerra Mundial. La confrontación entre los nacionalismos imperialistas provocó la ruptura y desaparición de la II Internacional al confrontarse los partidarios de priorizar la clase, y por lo tanto oponerse a la guerra, y los partidarios de priorizar el sentimiento patriótico.
- La época de los 30 con la efervescencia del ultranacionalismo, del nazismo alemán y el fascismo en Italia y la Guerra Civil en España, que comportó la práctica liquidación violenta de las fuerzas sociales y políticas de izquierda.
- La actualidad con el crecimiento del neo-nacionalismo como respuesta reaccionaria y defensiva ante la realidad de la globalización financiera especulativa sin reglas…
En el periodo posterior a la II Guerra Mundial, con la aparición del bloque soviético, y el ascenso de las fuerzas de izquierda, socialista y comunista y el reforzamiento del movimiento sindical en Gran Bretaña, Francia o Italia, fruto de su papel en la derrota del fascismo, desaparecen los nacionalismos de Europa Occidental, y se consigue uno de los mejores momentos en cuanto al bienestar social de la clase trabajadora y de las clases populares.
En la actualidad estamos inmersos en un profundo cambio de las relaciones económicas derivado del proceso imparable de globalización económica sin reglas que se ha producido. Ante ello las políticas estatales aisladas poco pueden hacer ante el imperio de los mercados. La solución no puede pasar por el reforzamiento imposible de las fronteras nacionales. Lo que hace falta es avanzar hacia espacios políticos, sociales y económicos más amplios que puedan establecer reglas en la dinámica de la globalización.
No hay duda que el cambio de época provoca miedos y posiciones defensivas en la mayoría de la población, especialmente en las clases medianas que ven como sus expectativas de futuro desaparecen y para las clases trabajadoras más desfavorecidas que ven peligrar sus puestos de trabajo afectados en muchos casos por la deslocalización. Este miedo defensivo es la que los hace proclives a adherirse a propuestas poco racionales que los garanticen “el cielo en la tierra”.
El independentismo en Cataluña, como el Brexit en Gran Bretaña, como el ultra-nacionalismo de Salvini en Italia o Le Pen en Francia no son ninguna solución. No hay retorno a las fronteras nacionales, los procesos históricos no se detienen, y la globalización no se puede frenar poniendo más fronteras, esto impide el paso al capitalismo globalizado financiero y especulador. Más fronteras son sólo nuevas oportunidades por el “dumping”, para la creación de más paraísos fiscales, de más reforzamiento de la soberanía real única de los mercados por todas partes en detrimento de la soberanía democrática.
Pero tampoco es ninguna solución una Unión Europea como la actual que en lugar de afrontar con valentía a la globalización y tratar de gobernarla se somete a ella y hace recaer los costes de la globalización sobre la ciudadanía europea especialmente la más desfavorecida incrementando las desigualdades sociales.
La única solución es crear marcos democráticos institucionales políticos, económicos y sociales más grandes como podría ser una Unión Europea democratizada o una Eurozona regida y gobernada democráticamente que puedan poner reglas y limitaciones a la actuación del capital globalizado. Sería la única posibilidad de fortalecer el sentimiento europeo.
Transformar la Unión Europea o la Eurozona en un ente político que desarrolle criterios y políticas de homogeneidad en los ámbitos político, social, laboral, económico y fiscal. Y esto comporta establecer el carácter federal del espacio europeo. La izquierda y el movimiento sindical tienen que plantear una salida federal europea como alternativa a la decadencia del modelo europeo.
El Federalismo se presenta como una solución, un mosaico de soberanías compartidas, hoy las soberanías únicas son algo imposible e indeseable, con una cultura federal que reconozca las diversidades, que no las desigualdades, y que refuerce la cooperación dentro de un marco federal en el ámbito político y social europeo.
El federalismo con un fuerte planteamiento de equiparación y lucha contra las desigualdades en los ámbitos económico social y ecológico tiene que plantearse como una alternativa a la globalización sin reglas por un lado y a los nacionalismos identitarios nostálgicos. Una alternativa de Europa Federal que permita plantear un escenario de solidaridad, fraternidad y justicia social como defendía desde sus inicios el movimiento de los trabajadores.