En la república catalana no habría huelga de médicos. Alguien tenía que decirlo y este alguien ha sido Eduard Pujol, diputado de JxCat que cuando Carles Puigdemont buscaba interino sonó como presidente de la Generalitat, aunque luego todo quedó en nada. Felizmente. Para el diputado Pujol todos los problemas de Cataluña quedarían resueltos con la proclamación de la república, se supone que gracias a los millones del déficit fiscal, la inexistencia de crisis económicas y unos gobernantes que no se parecieran en nada a Artur Mas y su equipo de magníficos, el de los recortes sociales practicados con la ilusión de ser los primeros y los más atrevidos en acabar con el estado de bienestar.
El portavoz adjunto de JxCat forma parte del club de dirigentes políticos que miran lejos para no ver las urgencias del día a día. Las migajas de la gestión pública, como él denomina al desespero de los médicos, de los estudiantes, de los profesores, los bomberos y los funcionarios de la Generalitat en su conjunto por sentirse abandonados tras ocho años de recortes, no hacen sino despistar al pueblo de las esencias, de la misión que justifica su presencia en la política: la construcción de su república.
La república, entendida como solución de todos los problemas, es una entelequia; pero la suposición de que todos los déficits existentes en el país son atribuibles al propósito del estado español de ahogar financieramente a la Generalitat constituye un análisis voluntariamente erróneo de la realidad. Una pirueta para amigos condescendientes. Alguna responsabilidad será atribuible al gobierno catalán, al actual, al último, al penúltimo, al antepenúltimo, alguna decisión equivocada se habrá tomado, algún presupuesto anti social se habrá aprobado en el Parlament.
Los últimos gobiernos del PP no ayudaron en nada a la Generalitat, y al conjunto de administraciones autonómicas, a paliar los efectos de la crisis económica; los maniató cargando sobre ellos un objetivo de déficit excesivo. Sin embargo, esta centrifugación autonómica de la austeridad no explica por si misma el panorama de huelgas de esta semana negra para Torra, que contrariamente a su costumbre, está muy reservado en este tema.
Durante los largos años de la crisis, los gobiernos independentistas de la Generalitat autonómica confiaron en la excitación del procés y la tensión política con Madrid como atenuantes del malestar social por los recortes generalizados en los servicios públicos y en el sueldo de sus empleados. Agotados los fuegos artificiales, las pérdidas de poder adquisitivo de los trabajadores y el retroceso en la calidad de la sanidad y la educación se presentan como conflictos inaplazables. Y por lo oído, una molestia.
Nadie puede, ni quiere, esperar a la república de Eduard Pujol para ver atendidas sus reivindicaciones. Y es de muy mal gusto (democrático) dejar entrever que no se puede afrontar estas exigencias sociales sin disponer de un estado propio. Los 900 médicos que reclaman los sindicatos para normalizar la asistencia primaria en Cataluña ya existieron, antes de la crisis y de los gobiernos del procés. Imposible, pues, no es.
Sin presupuestos autonómicos con un mayor volumen de gasto no habrá manera de ofrecer respuestas efectivas a los médicos (mejores sueldos y más tiempo para los pacientes, o sea más facultativos) y sin normalización de la acción de gobierno y de las relaciones políticas con la administración central (presupuestos generales modestamente expansivos) difícilmente pueden elaborarse unos presupuestos en el Parlament mínimamente apropiados.
El independentismo cree que acceder a esta normalización sería traicionar a sus dirigentes encarcelados a la espera de juicio; el sentimiento de solidaridad es impecable, seguramente obligado cuando se cree que esta cárcel es una injusticia, pero alguien debería explicar qué culpa tienen los médicos, los maestros o los funcionarios del exceso judicial del Tribunal Supremo y en qué beneficia a los procesados la parálisis presupuestaria y el malestar social. A menos que todos piensen como Pujol sobre las esencias y las migajas.