A finales de 2017, las perspectivas de la zona euro eran muy favorables. Después de una década de recesión o estancamiento económico, parecía que ésta había entrado en una gran expansión. En el último período del pasado año, el PIB aumentó un 0,7% trimestral y un 2,7% anual, siendo ambas las dos mayores tasas de crecimiento de la última década.
Nueve meses después, las favorables expectativas no se han cumplido. En el tercer trimestre de 2018, el PIB aumentó un raquítico 0,2% trimestral y un decepcionante 1,7% anual. El pesimismo económico ha vuelto y con él la duda de si la ralentización de la eurozona será efímera (hasta principios de 2019) o duradera (superará el año).
La respuesta a la anterior incógnita está en la evolución de Alemania (especialmente) e Italia, primera y tercera economía de la eurozona. En el tercer trimestre de 2018, el PIB del país teutón disminuyó un 0,2% y el del transalpino no varió. Unas tasas significativamente inferiores al 0,5% y 0,3%, respectivamente, del último período del pasado año.
La desaceleración económica de la zona euro está sustentada en motivos externos, internos y de modelo de crecimiento. Entre los primeros, son destacables los efectos indirectos del proteccionismo de Trump, el elevado aumento del precio del petróleo y las dificultades de algunos países emergentes. Entre los segundos, tienen una especial importancia la reducción de la producción de la industria automovilística y la incertidumbre política.
Entre enero y septiembre de 2018, las exportaciones de bienes de la eurozona aumentaron un 3,6%, menos de la mitad de lo que lo hicieron durante el mismo período del pasado año (7,4%). A pesar del proteccionismo, las ventas de la UE a EE.UU aumentaron, pues pasaron de crecer un 3,5% en 2017 a hacerlo en un 6,2% durante el actual año.
El paradójico resultado del mercado norteamericano tuvo como explicación el mayor crecimiento del gasto de las familias. Un incremento sustentado en una mayor subida de los salarios, la reducción de tipos impositivos y una inferior tasa de paro. Aquél tuvo más repercusiones sobre las exportaciones europeas que los nuevos aranceles y restricciones cuantitativas a las importaciones.
No obstante, el proteccionismo sí que disminuyó las ventas a EE.UU de China y Corea del Sur. Ambos países vieron reducido su ritmo de crecimiento económico y las familias procedieron a sustituir producción extranjera de casi cualquier país por nacional. Ambos factores hicieron que las exportaciones de la UE al primero pasarán de crecer un 18,8% a hacerlo un 5,9% y, al segundo, de aumentar un 16,9% a disminuir un 1,1%.
Entre el 1 de enero y el 30 de septiembre, el precio del barril Brent aumentó un 23,7%, al pasar de 66,87 a 82,72 $. Al ser la zona euro importadora neta de petróleo y en el corto plazo su demanda inelástica (poco sensible al precio), su elevada subida produjo un aumento del gasto en importaciones y generó un menor crecimiento del PIB.
El aumento de las expectativas inflacionistas en EE.UU provocó una subida del tipo de interés de referencia de la Reserva Federal del 1,25% al 2% y una importante apreciación del dólar respecto a la mayoría de las monedas mundiales. Ambos aspectos perjudicaron notablemente a numerosas naciones emergentes, con un sector privado y/o público muy endeudado en dólares y a tipo de interés variable. En los países no exportadores de petróleo, el resultado fue un menor crecimiento y una disminución de las importaciones.
La desaceleración del PIB alemán ha sorprendido. Dos factores se han unido: el impacto sobre sus exportaciones del aumento del proteccionismo y la reducción de la producción de automóviles por los problemas de la industria para homologar sus modelos. Un problema importante el primero y completamente secundario, por su carácter temporal, el segundo.
El nuevo gobierno italiano, sustentado por la Liga Norte y el Movimiento 5 Estrellas, ha comportado un gran aumento de la incertidumbre política y ha retraído a la inversión nacional y extranjera. Dicha incertidumbre ha venido por la intención de incumplir de forma flagrante las reglas sobre el déficit público imperantes en la UME.
El modelo económico de la zona euro tiene como objetivo la consecución de un elevado superávit respecto al resto del mundo (saldo positivo de la balanza por cuenta corriente). Su obtención pasa por impulsar las exportaciones y por no realizar nada relevante para estimular la demanda interna, especialmente el gasto público y el de las familias. Constituye un calco del existente en Alemania y hace a la eurozona extremadamente dependiente de la coyuntura económica mundial. Si ésta es positiva, aquélla generalmente consigue una buen nivel de crecimiento. Si es negativa, la recesión vuelve a constituir una amenaza.
En resumen, el proteccionismo de Trump, la subida del dólar respecto a las principales monedas mundiales y el aumento de los tipos de interés en EE.UU están perjudicando al Sudeste Asiático y a los países emergentes no exportadores de petróleo. El resultado es la disminución del poder adquisitivo de algunos de los principales mercados de exportación de la zona euro, la desaceleración de sus ventas al exterior y un menor crecimiento de su PIB.
La coyuntura mundial ha variado y la eurozona debe reaccionar. La adaptación a la nueva debe comportar un cambio de modelo de crecimiento. Más demanda interna y menos dependencia de las exportaciones. El próximo ha de estar sustentado en un mayor aumento de los salarios y del gasto público. Ambos aspectos mejorarán la distribución de la renta y permitirán que se reduzca el apoyo de los ciudadanos a los partidos populistas. Sin duda, su reciente auge constituye en la actualidad el principal problema de la UE.