Haciendo honor a una de sus frases más famosas, María Dolores de Cospedal decidió esta semana abandonar la política en diferido, aunque con solo dos días de aplazamiento. El lunes, dimitió de la ejecutiva del PP y el miércoles anunció que dejaba su escaño en el Congreso de los Diputados, donde presidía también la Comisión de Asuntos Exteriores. Su explicación de que tras el congreso del PP en julio había decidido abandonar la política de forma “ordenada” no es creíble, no solo porque se resistió a dejar el escaño, sino porque antes de estallar el caso de sus conversaciones con el comisario José Manuel Villarejo era una posible candidata a las elecciones europeas de mayo del año próximo.
En su comunicado de renuncia, Cospedal solo admite un error: haber pedido a su marido que “ayudara al PP”. Pero, aparte de la extravagante intervención en su trabajo de Ignacio López del Hierro, al que en el PP ya llamaban “secretario general consorte”, lo que ha acabado con Cospedal es el contenido de las cintas de sus reuniones con Villarejo. Antes de dimitir de nada, la ex secretaria general y el propio partido se ufanaban de que ellos no habían mentido con el objetivo de desviar el tiro hacia la ministra de Justicia, Dolores Delgado, que había negado haberse reunido con Villarejo cuando se publicaron los primeros audios. La mentira en política es inadmisible, pero no se puede comparar una charla de taberna, que es lo que se difundió de Delgado, con maniobras para obstaculizar la acción de la justicia en casos de corrupción o encargar el espionaje de compañeros de partido y de rivales, que es lo que hizo Cospedal.
La exministra de Defensa no reniega, pues, de sus conversaciones con Villarejo --sólo buscaba “una visión más clara de lo que ocurría”, afirma con candidez-- y aprovecha para disparar contra Alfredo Pérez Rubalcaba, a cuyo hermano ordenó investigar, recordando en el comunicado que el comisario acababa de ser condecorado por el ministro del Interior del PSOE cuando ella se reunió con él.
Aunque sea interesada, esta alusión, de todas formas, plantea uno de los verdaderos problemas de la actuación del ahora excomisario, encarcelado desde hace un año: ¿cómo gobiernos de cualquier signo permitieron que actuara como lo hizo y utilizara los métodos mafiosos que luego se han conocido? Es imposible pensar que nadie sospechó de Villarejo, auténtico representante de las cloacas del Estado.
La retirada de Cospedal significa también un reto para el nuevo PP de Pablo Casado. Con el apoyo a Casado para que ganara el congreso, Cospedal colocó a su gente en cargos directivos, en algunos casos de manera manifiestamente errónea, como se vio en la surrealista intervención de la portavoz en el Congreso, Dolors Montserrat. ¿Van a seguir en sus puestos los hombres y mujeres de Cospedal o serán renovados a la primera oportunidad?
En su despedida, Cospedal reprocha al PP no haber arropado en todo momento a sus miembros. “Un partido que no defiende a los suyos cuando están siendo injustamente atacados no puede esperar que los ciudadanos confíen en él”, dice. Casado se distanció desde el primer momento de la ex secretaria general, asegurando falsamente que debía su elección a los militantes, cuando en realidad la militancia votó mayoritariamente a Soraya Sáenz de Santamaría y fueron los compromisarios del congreso, incluidos los de Cospedal, los que lo eligieron a él. Después se ha desmarcado de lo que ha definido como “vergonzantes prácticas del pasado” y ha prometido que de ahora en adelante cualquier actuación irregular será castigada.
Pero lo cierto es que desde que llegó a la presidencia, Casado no ha tenido un momento de respiro porque entre el caso del máster y las consecuencias de los casos de corrupción, que siempre vuelven, no ha habido tregua. Por ahora, con lo único que se identifica al nuevo PP es con su brutal giro a la derecha, su competencia feroz con Ciudadanos en busca del mismo electorado y su rivalidad para ver quién es más duro con el Gobierno de Pedro Sánchez. Las elecciones andaluzas de dentro de tres semanas dirán si esa estrategia es acertada y si la lucha interna contra la corrupción es o no creíble.