Este domingo el azar, que no es tal, nos trajo la confirmación de lo que lleva meses cocinándose --entre bambalinas-- entre el Gobierno (en minoría) y sus socios parlamentarios. Cartas iban y venían entre Moncloa y Sant Jaume, igual que en la copla, pero las misivas no son precisamente de amor verdadero, sino propuestas explícitas de sexo interesado. Directas y al grano. Aquí pueden escandalizarse los beatos, si gustan. Nosotros no hacemos juicios morales. Simplemente constatamos hechos.
La cosa, siendo grave, no requiere sin embargo ponerse estupendos. Basta con analizarla con frialdad. La Vanguardia traía ayer una interviú, replicada por las agencias de noticias, con la vicepresidenta, Carmen Calvo Poyato, incluyendo un posado de sofá casual, que era todo menos natural, donde la política cordobesa, famosa por sus hazañas al frente de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía en los gobiernos de Manuel Chaves, que después amplificó con indudable éxito de público (no así de crítica) durante su ministerio (con perdón) en la etapa de ZP, opina generosamente sobre la prisión preventiva de los hacedores del prusés.
¿Su mensaje? Pues el previsible: si se alargase en el tiempo el juicio contra los políticos presos (que no al contrario), lo normal --para su mente prodigiosa-- sería que éstos salieran de la cárcel porque (aquí se coloca la infalible apelación a Felipe González) que sigan en prisión, aunque sea en las bondadosas cárceles de Cataluña, “no ayuda”. A fin de cuentas, si los jueces soltaron a La Manada, cosa que a la vicepresidenta le pareció un horror, ¿por qué debería seguir presa un alma cándida como Sor Junqueras?
Para ser catedrática de Derecho, la vicepresidenta tiene una concepción extraordinariamente singular de la ley. Diríamos que es similar a la que profesa por el lenguaje cuando dice “timonear” en lugar de “dirigir” o “liderar”. Cosa fina. El soliloquio de la mano izquierda de Sánchez –la derecha es Iván Redondo– confirma algo que ya sabíamos de primera mano: la vicepresidenta está encantadísima de haberse conocido y, como perfecta social-feminista, le da igual que alguien se salte la ley o la respete si obviar tal circunstancia contribuye a “distensionar” la política catalana, aunque sea mediante una ceguera proverbial.
Resulta evidente: el Gobierno de Sánchez está preparando el terreno para el indulto unilateral de los independentistas. Horas antes del posado de Calvo, Teresa Cunillera, delegada del Gobierno en Cataluña, lanzaba el mismo mensaje “a título personal”, cosa imposible porque un delegado territorial del Ejecutivo no es una persona, sino la voz de una institución. Idéntica opinión han expresado, de forma más sutil, ministros como Batet y Borrell, cuya regresión mental es notable desde que volvió a pisar las moquetas.
Nos encontramos ante un globo sonda de libro: esas propuestas que los políticos lanzan para, en función de la reacción social, desmentirse a sí mismos y negar que han dicho lo que han dicho después de decirlo. Un jueguecito que nos coge muy mayores, teniendo bastantes menos años que los ministros. La exigencia del independentismo de liberar a sus presos --el posesivo aquí es importante-- ha sido bien recibida por este Gobierno interino, que está pensando en perdurar tras unas elecciones que, de momento, no desea convocar. No hay que darle más vueltas. La verdad no tiene matices.
Por muy bien que pudiera salirle a Sánchez un adelanto electoral --hoy bastante peor que ayer-- en la Moncloa saben que su debilidad electoral no es pasajera, sino congénita. Por eso no sólo necesitan prolongar la anomalía de su acción vicaria de gobierno. También intentan no cerrarse puertas para ese futuro (imperfecto) que consistiría en repetir la moción de censura pero para proceder a una hipotética nueva investidura. Como la política es una cuestión de intercambios, la transacción cae por su propio peso: estabilidad (pasajera) a cambio de indultos para los héroes de una patria que no existe. Una nueva victoria del victimismo. Un extraordinario negocio. Una vergüenza.
Una vez aceptado este apaño en el orden intelectual, como evidencian las palabras de la vicepresidenta, la única dificultad consiste en que los hechos no muestren ser tales. Dicho de otra forma: que el indulto parezca un accidente. Para eso, por supuesto, está la Fiscalía, cuya titular, durante su ejercicio en Sevilla, donde ocupaba la jefatura del Ministerio Público, se hizo famosa por su receptividad ante ciertas pretensiones políticas y su ceguera ante otros asuntos autonómicos bastante inquietantes.
El juego de la mosqueta no nos va a coger por sorpresa. Estamos curados de espanto. Lo único que le pediríamos al Gobierno es que se deje de hipocresías y confirme su idea de sacar a la calle by the face a los independentistas que han delinquido a las claras, en vez de intentar hacernos comulgar con ruedas de molino, como pretende Calvo Poyato cuando dice --laus deo-- que la situación en Cataluña ha variado porque el Ejecutivo socialista, “que ha hecho un giro de comprensión muy grande”, ya es consciente de que los independentistas defienden un proyecto separatista. ¡Qué descubrimiento, puchas, qué descubrimiento!
Vivíamos en la oscuridad hasta que la vicepresidenta nos ha enseñado la luz de la sabiduría. Calvo dice: “La política está para hablar y llevar pacíficamente los temas a puerto en el marco de la legalidad”. Lo que se le olvida añadir es que la ley, en cualquier democracia, también está para cumplirse. Sin excepciones. Las decisiones políticas tienen consecuencias. Y los verdaderos socialistas no son como el de la canción de Calamaro: “Un legislador progresista al que lo mismo le parece ser travesti o asesino”. ¿O sí?