El título no es un oxímoron, en la historia de España hemos tenido, al menos, un caso reconocido como tal. Hace unos años, el historiador Manuel Moreno Alonso publicó una extensa biografía en la que demostraba que José Napoleón I fue el primer rey constitucional y republicano de nuestro país. Para este monarca, las claves para superar los males de España residían en el progreso y la libertad y no en la gracia de Dios.
El punto de partida de la oposición a José I fue la calificación de “rey intruso” que terminó en el degenerado y alcohólico “Pepe Botella”. La difusión de este nefasto retrato no fue contrarrestada por la imagen positiva que de José I tuvieron muchos otros españoles. Stendhal en sus Memorias de Napoleón no dudó en afirmar que ese rey de España y Nápoles fue “muy superior, en todos los aspectos, a los demás reyes contemporáneos suyos”. Una situación parecida sucede con el actual rey, mucho mejor valorado por la prensa internacional que por la acomplejada prensa española, si dejamos de lado a los medios derechones o monárquicos. En cierta medida, la propaganda patriota y reaccionaria del siglo XIX tiene cierta similitud con la de los actuales republicanistas, identitarios o populistas de izquierda, que han reinventado un retrato en negativo de Felipe VI para después convertirlo en diana de sus ocurrentes críticas, en ocasiones hasta divertidas si no fuera por la deriva autodestructiva de la España actual.
Es innegable que el daño más negativo para José I procedía del agresivo proyecto imperial de su hermano, el dictador Napoleón. A fin de cuentas, él había heredado el trono por las triquiñuelas que se fraguaron en Bayona para deponer a los Borbones. La herencia inmaterial es una carga simbólica muy difícil de gestionar. El estrepitoso fracaso final de Juan Carlos I, en la administración del explosivo cóctel del nombramiento franquista y del referéndum de la constitución de 1978, está en la base de una de las debilidades del rey actual.
El comportamiento devastador del ejército napoleónico tuvo un impacto muy superior a la excelente labor de gobierno, regeneradora y reformista, de José I. Afirma Moreno Alonso que con su breve reinado llegaron a España “la abolición del Antiguo Régimen, la sustitución de la monarquía de derecho divino, la carrera abierta a los talentos, el nacimiento del homo democraticus y del régimen representativo, la liberación del trabajo y de la libre empresa”. El liberalismo doceañista fue incapaz de valorar en su justo término el buen gobierno de los afrancesados. Salvando las enormes distancias, a Felipe VI le está haciendo también un gran daño el comportamiento corrupto de su entorno familiar más cercano, incluida la comentada incapacidad de Juan Carlos I de distinguir entre lo moral y lo amoral. Se suma a este daño la ineptitud de los gobiernos de turno, incapaces de valorar en su justo término las ventajas de una monarquía constitucional como peso y contrapeso de otros poderes y de las fuerzas ultraderechistas --separatismo incluido-- dinamitadoras del Estado de derecho, en el sentido que propone Petit cuando formula su teoría del republicanismo cívico.
Podemos intuir lo que había sucedido para que El Estudiante, un guerrillero que había luchado contra Napoleón en la Guerra de la Independencia, viajase hasta Estados Unidos para ofrecerle de rodillas el trono de México a José I. Un país que está roto por abajo, debió pensar el rey exiliado, es imposible recomponerlo desde arriba, salvo que lo imponga una fuerza militar extrema. No era ni es cuestión de repetir otra nefasta experiencia.
Tener como jefe del Estado a otro rey republicano --divorciado o no-- puede ser la última oportunidad de los españoles para conseguir un consenso que frene otra caída libre de la democracia, de nuestro Estado de derecho y de nuestra mejor conquista: la res publica. Comprendo que algunos republicanos tengan la tentación de pensar --como proponen los fanáticos republicanistas parafraseando al Rajoy más absurdo-- que cuanto peor mejor para todos, que ha llegado el momento de proclamar una III República. Atención al soberanismo republicanista, ese compañero totalitario y guerracivilista que empuja a los republicanos a este decisivo viaje, porque me temo que volvemos a errar en el análisis. Ahora cuanto peor es mucho peor.