Xavier Domènech sale trasquilado de su doble experiencia: coordinar a En Comú Podem (ECP) y favorecer las confluencias de Podem Catalunya. Le han tumbado los comuneros --Colau y su chico, Adrià Alemany-- así como el desgaste a la hora de quitarse de encima moscones, como Dante Fachín. A Domènech le ha tumbado un malentendido: el nacionalismo metido hasta el tuétano de la izquierda. Y lo han rematado “las cien mil flores” que se abren cada mañana en el debate patológico de una gente a medio camino entre la calle y el bar de la esquina.
En el municipalismo actual y en un amplio sector de la izquierda catalana manda Adrià Alemany, el cerebro gris de los comuneros, un doble lejano de Adrian Leverkühn, aquel Doctor Faustus de Thomas Mann, transmisor de frías desafecciones pero imprescindible para los demás. A la sombra de la catedral gótica de Barcelona, los debates intestinos de vocación extraparlamentaria son como las comedias de capa y espada. Los espadachines culpan a la sociedad de todos los males y se destrozan mientras el país languidece ante un montón de oportunidades perdidas. Estos pelotones de la justicia se muestran incapaces ante los retos del mercado: sucumben a los pisos-colmena, no consiguen cortar la sangría del alquiler, derraman displicencia en Fira Barcelona en un momento clave para su futuro, se olvidan del 22@, pierden las mejores regatas del mundo, desconocen la metalurgia y el Salón del Automóvil, no acaban con la pobreza energética y cavan su propia tumba ante la reverberación del Mobile Congress (se acerca su celebración anual, ay, ay).
En una carta pública, la alcaldesa dice que la despedida de Domènech la interpela personalmente, porque ella también es una política no profesional y que no está acostumbrada a esta selva. ¡La mundial! Una mujer empapada de ideología, alejada de la realidad y germinada en el postureo, no está hecha para esta selva; es como decir que el puma americano está reñido con el sigilo. Mientras tanto, Adrià va a los suyo: pezpuntea las decisiones de las formaciones afines e impone sus métodos.
En la confección de las últimas listas electorales provisionales, Elisenda Alamany (con a) iba a ser la colíder a propuesta de Domènech, pero Adrià se interpuso para colocar a su esposa, Colau, en el segundo lugar de la lista. Elisenda no olvida y trata de contrarrestar la hegemonía del lobby municipalista respecto a Domènech, interpelando a los que ahora le masajean y que antes le lanceaban “por tierra mar y aire”.
La cacicada abrió entre las bases una herida que no restaña. Elisenda se volvió a casa cabreada pero más modosita que en 2008, cuando se dio a conocer con aquello de que “a los españoles les gusta follarnos per delante y por detrás”. Finita, la niña. En el Parlament será Lucas Ferro quien ocupe el escaño que deja vacante Domènech. Por su parte Jéssica Albiach podría asumir la presidencia del grupo parlamentario ya que cuenta con el visto bueno de los comuns y es militante de Podemos. Albiach está integrada en Catalunya en Comú desde su fundación y forma parte del Consejo Ciudadano Estatal de Podemos por la lista de Íñigo Errejón. Nada más, aunque, en el intrincado ideograma de las izquierdas, todos los caminos conducen a Roma y solo uno alcanza a Errejón.
En otro fragmento de citada carta pública, la alcaldesa de Barcelona enfatiza que no tiene ambición de poder: “He venido a luchar contra la corrupción y a dignificar la política”. Un brindis al sol de Blanca Nieves, vamos. Para ella, Domèneh es un “hombre inteligente, dialogante, culto y buena persona”; solo se olvida de añadir: “Y por eso le hemos dado tanto por ahí”. Ya sabemos que Ada llegó para contrarrestar el poder patriarcal extendido en la praxis institucional y para feminizar la política, en el sentido más noble.
No se lo discuto, pero la gestión de la metrópoli más grande del Mediterráneo --así la definió el presidente mundial de la cadena Hilton en la apertura de Diagonal Mar-- exige a su alcalde que mantenga a flote la marca internacional conseguida en la etapa de los grandes ediles, Narcis Serra y Pasqual Maragall. Y para mantener las espadas de nuestra imagen en alto, debemos percibirla como una cita incontaminada por el garbanceo soberanista. Hoy, más que nunca, añoramos a los inductores de aquella Barcelona germinada en el empuje del Pla de la Ribera, capaz de fundir en un mismo proyecto a ingenieros como Duran Farell, arquitectos como Oriol Bohigas y abogados como Miquel Roca. No nos basta con la buena fe del vicealcalde, Gerardo Pisarello.
No dudo de que (como se ha publicado) en la espantada de Domènech ha influido un infortunio familiar, pero debemos advertir que en los últimos meses, el líder de ECP estaba ya en periodo de reflexión y “no participaba casi en las ejecutivas de los partidos, que estaban bajo su coordinación". Quiso ser un banderín de enganche de la izquierda plural, pero chocó con Adrià Alemany, partidario de que los comunes se impliquen claramente con el independentismo: “Nuestro perfil de izquierdas es distinto y debemos ganar terreno a los socialistas”.
Así es Faustus; su pacto diabólico le rejuvenece. Él celebra el primer aniversario del golpe kelseniano (“la modificación ilegítima de una Constitución”, según Hans Kelsen, jurista y político vienés, que rediseñó Austria), cuyos ejemplos son tan evidentes en la Venezuela de Maduro. Adrià, el consorte de la alcaldesa, es demasiado pillo para el racionalismo de Domènech. En el libro-entrevista de Sergi Picazo Camins d’hegemonia, el hasta ahora líder comunero, revela su ideología profunda y se muestra como un gran estudioso del confederalismo de los Països Catalans, detrás de la pista del mallorquín Gabriel Alomar. Pues vaya hombre, parece que ellos mismo se lo buscan. Catalanufa; así es la izquierda blanda, a la izquierda del PSC.
Discípulo del recién desaparecido Josep Fontana, Domènech se muestra como un profundo conocedor del republicanismo del XIX y XX pero su reciente rastro parlamentario nos dice que le falta el relato estatal, que tanto exigieron los maestros franceses de la Escuela de los Anales. Él vuelve a las aulas con los puentes bombardeados. Recibe balazos del enemigo y encaja cómo puede el fuego amigo. La pervivencia de su espacio político depende de si es capaz de sumar fuerzas en un hipotético frente constitucionalista (¿Por qué no ensayarlo en las municipales del próximo mayo?).
El mundo que deja Domènech tras de sí ha de mostrar al fin dónde se ubica: ¿en el 15-M o en el 1-O? Los Torquemada de la Inquisición indepe tratan de refundar una ética sobre la tradición; sus objetivos son la revolución moral y el expolio. Y, frente a ellos, la ambivalencia no es aconsejable. No se puede estar en misa y repicando.