Muerto Rajoy, el objetivo es el Rey. Aunque Felipe VI está en el punto de mira del independentismo desde su discurso del 3 de octubre del año pasado, la desaparición política de Mariano Rajoy ha convertido al Rey en el pimpampum del Govern de la Generalitat en espera de lo que pueda ofrecer Pedro Sánchez en la negociación que retóricamente se reclama.
El jueves pasado, el president Quim Torra visitó por segunda vez Berlín desde que fue elegido, en una especie de visita ad límina mensual, como la que obispos y cardenales hacen habitualmente al Papa. Carles Puigdemont, el papa del secesionismo, le debió aconsejar, aunque lo niegue, sobre la actitud ante la visita del Rey a Tarragona para inaugurar los Juegos del Mediterráneo. Puigdemont declaró en una entrevista que Torra tenía su decisión “muy meditada”, afirmación que los hechos posteriores no ratificaron.
El viernes por la mañana, portavoces oficiosos de Torra difundieron que iba a plantar al Rey, lo que fue recogido por numerosos medios de comunicación, incluido el Twitter del oficialísimo canal 3/24. Finalmente, Torra acudió a la inauguración, no sin antes justificarlo en una alocución institucional en la que afirmó que “la presencia del Rey no condicionará nuestras decisiones” porque “en Cataluña mandamos los catalanes”. Obsérvese que las dos frases hubiesen podido servir igualmente para explicar el boicot. Torra también anunció una especie de ruptura con la Monarquía --no participará en actos convocados por la Casa del Rey y la Generalitat no invitará al Rey a ningún acto, aunque nada dijo de si son otros los organizadores-- y renunció a la vicepresidencia de la Fundación Princesa de Girona.
Por la tarde, participó en una concentración de la ANC y Òmnium contra la presencia del Rey, pero luego estuvo en el palco junto a él y hasta aplaudió el himno español, que es como protestar en público porque alguien venga a verte y sentarte después a su lado y elogiar el postre. Regaló a Felipe VI el libro Dies que duraran anys, del inevitable activista independentista y fotógrafo Jordi Borràs sobre las cargas policiales del 1-O y los informes del Síndic de Greuges, Rafael Ribó, sobre el mismo asunto. El ridículo no puede ser mayor.
La preparación de este espectáculo para niños fue la carta que los expresidentes Puigdemont --huido de la justicia española--, Artur Mas y el mismo Torra enviaron al Rey unos días antes en la que le pedían algo imposible, una negociación en la que participara el monarca, denunciaban diversas actuaciones con un lenguaje panfletario, acusaban al Rey de dar su aprobación “a la violenta represión de la policía contra ciudadanos completamente pacíficos” y le reprochaban a Felipe VI lo mismo que los independentistas hacen, no representar a todos los ciudadanos. Todo ello acompañado de las constantes declaraciones y tuits de Puigdemont, en los que habla del “Rey del a por ellos” y del “Rey del 3-O”, que “no es bienvenido en Cataluña”.
En el tan comentado discurso del 3-O lo único que se le puede achacar a Felipe VI fue en todo caso lo que no dijo --una referencia a los afectados por las injustificadas cargas policiales--, pero no lo que dijo: que era responsabilidad de los poderes del Estado asegurar el orden constitucional amenazado por deslealtad de las autoridades catalanas. ¿Desde cuándo ha de ser neutral un jefe del Estado frente a los que quieren destruir ese Estado? No se trata de una divergencia de gobierno, sino de la pervivencia del sistema institucional.
Lo ha dicho con otras palabras el tan admirado por el independentismo exprimer ministro escocés Alex Salmond, en la entrevista en TV3 con Ricard Ustrell. Además de mencionar que “los países más igualitarios del mundo, según las Naciones Unidas, son los escandinavos: Dinamarca, Suecia, Noruega... y todos tienen monarquías constitucionales”, Salmond añadió: “No tiene sentido quejarse de la falta de neutralidad de la monarquía española si la política independentista en Cataluña no ha sido neutral respecto a la monarquía”.
Con ser muy desagradables e infantiles, de momento lo que único que hacen el tándem Torra-Puigdemont y su núcleo duro son gestos, una política gestual que tiene por objeto mantener la tensión y calmar las ansias de sus incondicionales ante el fracaso de la vía unilateral y, lo que es peor, ante la evidencia de que saben que no puede volverse a repetir porque acabaría de la misma forma.
Cuando el nuevo Govern se enfrente a una decisión que comporte la desobediencia a las leyes y a los tribunales se verá realmente si la cosa iba en serio o eran todo fuegos artificiales como los de la inauguración de los Juegos en Tarragona, donde, por cierto, Torra fue abucheado, pero ya tenemos explicación oficial: el público estaba seleccionado. Ya se sabe, cuando se pita el himno español, es espontáneo; si se pita a Torra, estaba preparado. Lo más lamentable de todo es que mientras se consume la política en los gestos, ¿alguien gobierna?