Poco importa que la hemeroteca le recuerde a Pedro Sánchez que cuando presentó la moción de censura contra Mariano Rajoy se comprometió a convocar elecciones sin una fecha concreta pero no muy tarde, “tras unos meses de gobierno”, dijo entonces. El propósito de agotar la legislatura no se explicitó hasta la amable entrevista que este lunes pasado le hicieron en TVE, en la que pudo dar los titulares que quiso sin incómodas repreguntas de los periodistas. El PSOE puede argumentar que Ciudadanos no le apoyó y que, en cambio, el PNV le dio sus votos precisamente para que las elecciones se celebren lo más tarde posible. Poco importa quien tenga razón o que, tras la sentencia del caso Gürtel, en las encuestas hubiera una clara mayoría de españoles a favor de ir a las urnas lo antes posible. Poco importa todo eso porque la política vive en el presente y Sánchez ha logrado en dos semanas hacerse con la situación. Ha configurado un Gobierno sólido que por ahora suscita el apoyo de la opinión pública. A medio plazo tiene a su favor que la ilusión por el cambio no es sinónimo de haber generado excesivas expectativas sobre su capacidad para resolver los problemas de fondo del país. En definitiva, el escenario ideal dadas las circunstancias de su acceso al poder.
El anuncio de que piensa agotar la legislatura, hasta el 2020, es sin duda contradictorio pero políticamente es muy hábil. Primero, porque da estabilidad a su Ejecutivo, que disipa así cualquier posible sensación de transitoriedad y ofrece una imagen de confianza y seguridad. Fíjense que no se escucha ni un solo reproche de los agentes sociales y económicos, sino más bien palabras de tranquilidad ante la nueva situación. Y, segundo, porque si Sánchez tiene que cambiar de opinión y convocar elecciones anticipadamente lo hará, si acaso, aduciendo que el Congreso no le deja aprobar los presupuestos de 2019. Mucho me parece que eso es lo que acabará sucediendo, aunque es mejor no hacer pronósticos.
En cualquier caso, el líder socialista se ha hecho con la situación porque su inesperado acceso a la Moncloa ha desubicado al resto de fuerzas. De golpe, el espumeante partido de Albert Rivera ha perdido la centralidad en el tablero y dejado de subir en las encuestas. El PP se asoma a un congreso de vértigo sin un candidato favorito para suceder a Rajoy tras la sorprendente espantada de Alberto Núñez Feijóo. En la formación conservadora puede suceder cualquier cosa precisamente porque las rivalidades no son políticas sino personales y, en algunos casos, la enemistad es irreconciliable. El choque entre Soraya Sáenz de Santamaría y Dolores de Cospedal puede dejar al PP muy mal parado, en un partido sin democracia interna ni cultura de primarias. Por su parte, en Unidos Podemos empiezan muy seriamente a arrepentirse de haber apoyado a Sánchez sin condiciones porque solo con que gobierne un tiempo a base de media docena de gestos de calado como el del Aquarius o el anuncio de la retirada de los restos de Franco del Valle de los Caídos, el PSOE puede volver a recuperar una posición claramente hegemónica en la izquierda. Tras una jugada maestra con la que logró que le regalaran el poder, Sánchez se ha hecho el amo de la situación.