Un buen uso de los adverbios puede salvar una frase y tal vez una moción de censura cuyo resultado está en el alambre porque los padres de la Constitución la definieron como constructiva. Está claro que si se pudiera votar primero la censura de Mariano Rajoy y luego la investidura de Pedro Sánchez los resultados serían abrumadoramente mayoritarios: sí a la primera y no a la segunda. Pero no siendo posible la disección parlamentaria, el envite de los socialistas va a poner a prueba el temple de los partidos y su capacidad (o voluntad) de distinguir una ventana de oportunidad de una trinchera de intereses legítimos.
Las contradicciones entre unos y otros son mayúsculas. Los independentistas no deberían votar a priori a un candidato que ha hecho bandera del 155, aplaudiendo la dureza del Supremo para con sus dirigentes encarcelados, y el PSOE no querría los votos de los secesionistas que pretenden romper la unidad de España que ellos defienden a capa y espada. Ciudadanos no puede conceder ventaja electoral a Sánchez, y los socialistas no quieren renunciar al privilegio de afrontar unos comicios desde la Moncloa. Los nacionalistas vascos no tienen ningún interés en perder lo conseguido en los presupuestos, y el PSOE no le puede garantizar que las cuentas superen intactas el trámite del Senado donde el PP disfruta de mayoría absoluta. Podemos no puede dejar de votar la moción, y los socialistas no quieren aparecer como socios indiscutibles de su alternativa por la izquierda, aunque sea para una buena obra.
La regla de la lógica según la cual de dos negaciones nace una afirmación es de difícil aplicación en política y el clásico proverbio árabe del enemigo de mi enemigo es mi amigo tampoco resulta práctico en esta circunstancia concreta. Porque no se trata de un triángulo de adversarios sino de un sistema complejo de potentes intereses enfrentados en el que se entremezclan prioridades patrióticas y perspectivas partidistas. Y cuando se trata de espiritualidades nacionales y materialismos electorales, la intransigencia se suele imponer. La gran esperanza del PP descansa ahí.
La corrupción política es una lacra moral que todos los partidos juran combatir, aunque la casuística real no apoya tanta rotundidad. Seguramente nunca se había llegado tan lejos, ni en la dureza de la sentencia ni en la disyuntiva parlamentaria auspiciada por el PSOE. Situados todos frente a las diferentes aritméticas posibles para hacer triunfar la moción, solo nos queda comprobar la capacidad de decretar un armisticio adverbial que les permita votar contra la corrupción sin rebajar sus planteamientos generales.
Para eso está el adverbio "también". El uso del también no implica ninguna renuncia a otras cuestiones que puedan tener una relación con la que se votará. El también no le estropea a los independentistas sus frases de crítica al PSOE ni las afirmaciones del PSOE respecto de los secesionistas, tampoco a Ciudadanos o Podemos sus promesas de derrotar a los socialistas en cuanto puedan, simplemente implica que quieren o defienden estos otros objetivos tanto como echar a Rajoy de la presidencia del Gobierno por la sentencia implacable de Gürtel. Cada cosa tiene su oportunidad y la lingüística es una arma de futuro, como la poesía. Aunque al PP seguro que les parecería un argumento contemporizador.