Aunque la retórica nacionalista catalana, ahora independentista, siempre se ha querido identificar con países europeos pequeños y potentes como Dinamarca, Holanda, Flandes, Baden-Wurtemberg..., o se ha querido reflejar en hipotéticos valores de vitalidad y abnegación que afirman encarna el Estado de Israel, yo siempre los he visto más emparentados, lo siento, con situaciones políticas propias de Latinoamérica relacionadas con el caudillismo y la grandilocuencia que es propia de sus populismos. De hecho, las concomitancias entre populismo y nacionalismo son muchas. La concepción de la política como algo casi exclusivamente emocional une mucho. Se detectan algunas formas y objetivos similares: pretensiones falsamente emancipadoras, creación de mitos y dependencia de élites que mientras con una mano hacen caja con la otra invocan a hacer gestos históricos de carácter patriótico. Probablemente es con el peronismo argentino, fenómeno político de muy difícil definición, con quien se dan paralelismos cada vez más acentuados y notorios, aunque las bases sociales de el procés y del peronismo disten mucho. Este representa a las clases populares, donde arraiga de manera notoria, mientras que el independentismo catalán articula en su entorno a clases medias y relativamente acomodadas. Pero las similitudes en la acción política y en la construcción del relato son notorias. Esto ya viene de lejos.
Jordi Pujol siempre tuvo algo de General Perón, aunque sin disponer formalmente de los galones de la milicia: liderazgo mesiánico, control absoluto del poder, actitud falsamente desinteresada, creación de un movimiento patriótico interclasista, desprecio por los intelectuales, vacua verborrea... Así, Marta Ferrusola habría representado durante el pujolismo una especie de híbrido entre Evita y María Estela Martínez. Pretendía tener la popularidad y estima de la primera, pero le gustaba el poder y la intriga como a la segunda. También Lluís Prenafeta en la función del siniestro brujo López Rega, hacía un papel notorio. El pospujolismo ya independentista también se ha reflejado ostentosamente en el populismo peronista. Dialéctica amigo-enemigo, creación de un "pueblo" imaginario, confusión de intereses particulares con los patrióticos, fuerte adoctrinamiento, control de los medios, verdades alternativas, huidas hacia adelante... Artur Mas incorporó el mesianismo, pero probablemente quien mejor hace honor a esto sea Carles Puigdemont. Al nombrar un presidente temporal y delegado, lo ha clavado. Joaquim Torra asume el papel que en el peronismo hizo Héctor Cámpora.
Héctor José Cámpora ejerció presidente de la República Argentina, en 1973, durante 49 días. Fue a las elecciones designado como su sustituto por el general Perón, el cual estaba exiliado y no se podía presentar. Se trataba de hacer el papel de la triste figura, de interpuesto; y así lo hizo. Obtuvo el 49,5% de los votos y formó un gobierno con el único objetivo de convocar unas nuevas elecciones en las que una vez indultado El General, se pudiera presentar. Se consideraba que él era el presidente legítimo y con el derecho incuestionable a dirigir el país, y pese al apoyo obtenido, Cámpora se veía y actuaba como un abnegado subordinado que rendía pleitesía al líder. En términos catalanes, un mero aparcero con contrato temporal. Quizá por eso el lema de su campaña había sido "Cámpora al Gobierno, Perón al Poder". Doy ideas para la campaña electoral de otoño; no creo que el peronismo actual les pida copyright. La "primavera camporista" se terminó así en unas elecciones donde Perón arrasó con el 62% de los sufragios. Sólo podría gobernar un año, ya que murió en julio de 1974, siendo sustituido por la tenebrosa de su mujer, Maria Estela, pequeño lapso que dio paso a la nueva y sangrienta dictadura militar que se implantaría en 1976.
Es tal el reconocimiento y el agradecimiento que el peronismo ha dispensado al abnegado Cámpora, que el kirchnerismo, que se convirtió en la corriente hegemónico de un mundo tan diverso que se reclama hijo político de Perón, creó una poderosa organización juvenil que, justamente, tomó el nombre de La Cámpora. Esta ha sido un instrumento clave del poder kirchnerista, de la vertebración popular de este movimiento y el ámbito de conformación de sus principales liderazgos, con una fuerte presencia, a veces intimidatoria y clientelar en la sociedad argentina, arrogándose ser la representación de la sociedad civil organizada. También de esto tenemos paralelismos en la Cataluña actual. Hay quien afirmará que el populismo argentino tiene notorias diferencias con el nacionalismo catalán. Y es cierto. El peronismo, aunque sea de manera demagógica y para mantener fidelizada su base social, siempre ha focalizado las políticas sociales y la afirmación de la identidad no la ha hecho pasar nunca por ideas xenófobas ni convicciones supremacistas. Todo esto proviene, más bien, de ciertos populismos europeos.