"Todo arte es absolutamente inútil", escribía Oscar Wilde en El retrato de Dorian Grey, y añadía que "la única excusa que justifica la creación de algo inútil es que provoque en nosotros una profunda admiración". El arte, en cualquiera de sus formas y disciplinas, nos conmueve y nos fascina. Decía Faulkner que un artista es una criatura impulsada por demonios. No se puede crear sin sufrimiento, sin llevar una vida atormentada, afirmaban los románticos. Aunque también hay quien ni sufre ni padece y a pesar de ello, crea. O eso dicen.
La relación de dictadores y gobernantes que han coqueteado y coquetean con el arte es larga. De todos es sabido la pasión por la pintura de Adolf Hitler, que le llevó a dejar sus estudios a los dieciséis años para ser pintor. Siempre lamentaremos que la Academia de las Bellas Artes de Viena le rechazase en dos ocasiones porque entendía que su arte carecía de alma. Stalin escribía poesía en Iveria, una revista literaria de prestigio, y hay fotografías de sus años mozos en las que nada tiene que envidiar a muchos de los futbolistas que hoy en día son la imagen de marcas de ropa. Mussolini publicó la novela La amante del cardenal, un ataque directo a la Iglesia y también escribió teatro y ensayos políticos. Una vez alcanzado el poder, estos anhelos e inquietudes artísticas fueron abandonados. Es sabido que el dictador tiene todas sus horas ocupadas, y sus días, como los de cualquier otro mortal, solo tienen veinticuatro horas. Trazar planes de exterminio y de dominación mundial llevan su tiempo.
Más próximo y cercano tenemos al dictador Francisco Franco, que empezó a pintar hacia 1943 después de que Zuloaga le retratase. Para prueba, esa fotografía de 1951 en la que se le ve ataviado con traje, corbata y sombrero, sosteniendo la paleta con su mano izquierda y el pincel en la derecha, escrutando el lienzo con detenimiento, en las Dehesas del Pardo, entregado totalmente al arte como podría hacerlo un Claude Monet cualquiera. Su nieto, Francis Franco, decía de él que cada tarde después del café se encerraba un rato a pintar y que sus obras tenían "un realismo casi inalcanzable para la mayoría de aficionados a la pintura". Impresionante. Además de los pinceles, se dice que escribió una novela, Raza, publicada con el seudónimo de Javier de Andrade en 1942. La mano férrea del dictador era incansable.
Y ya en nuestros días tenemos otros ejemplos artísticos. El expresidente George Bush hijo, sí el de la famosa foto de las Azores con dos colegas más, dejó su cargo en 2009 y a partir de ese momento empezó a recibir clases de pintura como "bálsamo para sus neurosis", según dice su profesora (lástima que no las hubiera recibido antes, quizá podríamos habernos ahorrado alguna que otra guerra). Empezó pintando perros, muchos perros, blancos, marrones, grandes, pequeños, hasta que le sugirieron cambiar el tema. Y empezó con los retratos. No dejen de buscar en internet el retrato que hizo al expresidente Aznar (sí, uno de los colegas de la foto de las Azores). En Rusia, Vladimir Putin, ese presidente eterno que no tiene opositores y, si los hay, desaparecen del panorama, también pinta. En 2009 se subastó un cuadro suyo (por motivos benéficos, todo hay que decirlo) que consistía en una ventana de madera con unas cortinillas decoradas con motivos folklóricos y en el que se aprecian las huellas de la escarcha en los cristales. Y también canta. Y es cinturón negro. Y nada en Siberia a pecho descubierto. Todo un hombre de su tiempo.
"Por sus frutos los conoceréis", dice el Nuevo Testamento. Por sus frutos, por sus obras, qué más da. Se retratan solos.