400 artículos después y varios libros glosando el supremacismo no se puede pedir perdón. A Quim Torra se le juzga en la calle por sus ideas, y por sus ideas nadie debe ser perdonado. Las ideas se tienen. Él dispone de un pensamiento racial y fachendoso; así de simple. Torra lleva dos discursos en el Parlament y un breve trámite en el Palau y ni se ha dirigido a la otra mitad de catalanes que no son independentistas. ¡Es un etnicista que habla de razas!, dispuesto a dar y a rechazar carta de catalanidad a la gente. No respeta y se presenta ante todos como un interino, cegado por la rabia, dispuesto a guardar el puesto a Puigdemont, todo un imposible metafísico. Es un conde Ciano, aquel retórico Galeazzo de Livorno, yerno del Duce, pero a la catalana. También le cuadra hacer de Kérenski, puente menchevique hacia la auténtica revolución, pero en el fondo es lo más parecido a una mezcla de Nigel Farage y Le Pen, dos patosos jugando a Nelson y Juana de Arco, la Inglaterra ñoña de los cambios de guardia en Buckingham Palace y la Francia cursi de alcalde con fajín y banda de música.
Una sola palabra de Torra justifica el pecado original de François Mitterrand: “El nacionalismo es la guerra”. La Monde le llama presidente de combate; persona culta, apta para la ironía mordaz, pero con una ideología incompatible con el Estado de derecho. En Italia, La Repubblica (el diario que festoneó al gran Indro Montanelli) habla de un “separatista intransigente”, mientras que en Londres, Financial Times y The Guardian le califican de xenófobo con un parentesco notable con el expresidente yugoslavo Slobodan Milosevic, y con una inspiración procedente del Duce (Giovinezza, giovinezza / primavera di bellezza / Per la vita, nell' asprezza / Il tuo canto squilla e va! / E per Benito Mussolini... dice la letra del Himno de la República Social Italiana).Torra es un radical, pero está lejos de la Montaña, o mejor, en el Parlament no hay ninguna Montaña; ya no quedan sans coulottes desde que la CUP y la escolanía de Montserrat --tanto monta-- hacen ejercicios espirituales patrióticos en el Món Sant Benet (Manresa).
El president recién nombrado habla a menudo de Estat Català, aquel partido trampa (populista de baja estopa), que en los años treinta se peleaba hasta confundirse con el Partido Radical de Alejandro Lerroux ("¡Jóvenes bárbaros de hoy: entrad a saco en la civilización decadente... destruid sus templos, acabad con sus dioses, alzad el velo de las novicias!") en un combate bullanguero entre la España de cartón y la Cataluña díscola. Pero que se sepa, el 18 de julio del 36, Estat Català no tenía a nadie en la barricada de Ramblas frente al Liceu de Barcelona, montada por el Comité de Milicias Anti-fascistas. Aquella barricada romántica, inútil a todas luces y narrada en Le bleu du ciel por Georges Bataille desde el balcón del Hotel Internacional, fue la réplica real de la Chanvrerie descrita por Victor Hugo en Los miserables.
En Le Figaro, el historiador y profesor Benoit Pellistrandi se lleva las manos a la cabeza al ver que Torra ha escrito “españoles perezosos, voraces y gentes que tienen gusto por el robo”. Presa del cabreo galo, el profesor de la Escuela Nacional de Administración le llama “admirador de las peores tendencias del nacionalismo que en los años 30 se fascinó por Mussolini y sintió un gran fervor por el nazismo”.
Por su parte, François Musseau, el corresponsal de Libération y de Radio Francia Internacional (RFI), destaca que Torra trató a los españoles de “buitres, víboras o hienas”, y remarca con ironía que la especialidad de president no es la economía sino la historia ya que "está convencido de que el sometimiento de Cataluña empezó el 11 de septiembre 1714, con la victoria de los Borbones sobre los Habsburgo”. “El último fenómeno del procés, anunciado como un experimento hiperdemocrático que reivindica el derecho a decidir y desdeña instancias mediadoras, ha conducido a que un prófugo de la justicia española nombre a dedo y desde Berlín a un supremacista”, escribe en The New York Times, Daniel Gascón, editor de Letras Libres. El autor de El Golpe posmoderno (Debate) estima que Torra quiere perseguir un mandato --el del 1 de octubre-- que “no existe” ya que se sustentó en una votación “chapucera y sin garantías”.
Gascón considera que al no haber sido la fuerza más votada en el 21D, la estrategia unilateral escogida por el bloque independentista ya no solo es ilegal sino también “ilegitima”. "La fractura social se hará más profunda" y "de nuevo el kitsch y el narcisismo victimista sustituirán a la política de verdad", advierte el autor, particularmente crítico con las fuerzas de izquierda que permitieron que dirija el Gobierno "un conservador de discurso xenófobo". (¡Salve o popolo d'eroi / Salve a patria immortale / Son rinati i figli tuoi!).
El nacionalismo catalán es triste. Su enfática liturgia de misal y sacristía es la misma que justificó las maldades terroristas en los seminarios de Eibar y Elgoibar del País Vasco. La Iglesia canónica de las misas de culo y en latín encubrió el nacional españolismo; pero la postconciliar, que se hizo vernácula y antropológica para ser más cercana, abrazó las ideas fuerza que nacen en el vientre de la bestia, oliendo a pólvora y siguiendo la tradición montaraz de las ensulsiadas carlistas. La España católica del general bajo palio fue reclamada para salvarnos del ceremonial grecolatino y pagano, estandarte de la España librepensadora, desde Jovellanos hasta Corpus Barga. La modenidad que muchas veces se ha reclamado para la religión fascina a la curia territorial --la Tarraconense de los obispos catalanes es el ejemplo más a mano de este insano seguidismo-- que se alimenta todavía del influjo de Dante (Il valor dei tuoi guerrieri / La virtù dei pionieri / La vision dell'Alighieri..., dice el mismo himno italiano).
Acaso sea esto, la cercanía del pueblo, lo que le gusta a Torra del fascio. No es el primero ni será el último. Pero que nadie se engañe: las hordas del nacionalismo radical estuvieron formadas por gentes de distinto pelaje, y muchos de ellos recibieron alborozados a los tanques entrando por la Diagonal, al final de la contienda civil; se cortaron la brusa negra a la altura de la cintura, se pusieron charreteras en los hombros y se cosieron el yugo y las flechas en la sobre cubierta del bolsillo de la camisa.