La crítica despiadada a la Unión Europea es una práctica extendida, requiere poca o nula argumentación, no tiene coste electoral (más bien al contrario), tapa vergüenzas propias y sirve de chivo expiatorio. Para compensar tanto desaire, veamos algunos de los logros de Europa en su concreción como UE, tan ignorados como ocultados.
La UE con el 6% de la población mundial invierte el 50% del gasto total de prestaciones sociales a nivel planetario y aporta el 56% de la ayuda humanitaria y al desarrollo. Con el 26% del PIB mundial es el mayor mercado único del mundo, la mayor potencia comercial, tiene la segunda moneda más utilizada, dispone del programa de investigación multinacional más importante del mundo, se sitúa a la vanguardia de la investigación y las empresas europeas poseen el 40% de las patentes mundiales de tecnologías energéticas renovables.
La UE con su solo “poder blando” contribuye a aumentar la seguridad y la sostenibilidad mundiales, se ha comprometido en cuantas misiones de paz ha sido solicitada, ha llevado el liderazgo en el Acuerdo de París de 2015 sobre Cambio Climático y en la adopción por las Naciones Unidas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2030 y ha acogido desde 2015 cerca de 1,5 millones de personas en su mayoría desamparadas procedentes de otras culturas. De los veinticinco países considerados como los más pacíficos, quince son de la UE y otros tres del resto de Europa.
No está nada mal. Tan poco mal que Europa puede considerarse el continente más afortunado de todos, después de haber salido en 1945 de la guerra más mortífera y devastadora en suelo europeo y de haber sido durante la década siguiente todavía un continente salvaje, principalmente, pero no solo, en sus territorios orientales y en parte de los meridionales con masacres sin cuento, limpiezas étnicas, destrucciones, hambrunas...
El mérito de los logros europeos corresponde, en primer lugar sin duda, a la voluntad de reconstrucción y al espíritu de superación de sus poblaciones
El mérito de tales logros corresponde, en primer lugar sin duda, a la voluntad de reconstrucción y al espíritu de superación de sus poblaciones, pero mucho contribuyó al cambio de paradigma continental la constitución en 1953 de las primeras Comunidades Europeas y su lenta, pero firme, evolución hasta la UE de hoy.
Cierto que la prosperidad económica y el bienestar social se reparten en la UE de forma desigual en la sociedad y entre las regiones, pero se olvida que la mayor responsabilidad en las desigualdades es imputable a las políticas de los gobiernos nacionales. El presupuesto de la UE no supera el 1,03% del PIB del conjunto, y los recursos de que dispone a nivel europeo para políticas sociales representan solo el 0,3% de lo que (en cuantía insuficiente) gastan los Estados miembros en ese ámbito. No se puede exigir más a la UE con menos recursos, competencias y medios.
La UE tiene que ser reformada para ser mejorada por el bien de sus poblaciones y como estímulo para otras regiones del mundo. No es prescindible o desmontable a piezas como pretenden los populismos rampantes de derecha o de (supuesta) izquierda y los nacionalismos oportunistas de Estado o de región. Los propósitos de unos y otros, frecuentemente coincidentes, constituyen la mayor amenaza para la fortuna de Europa. Por poco que triunfaran harían retroceder Europa a sus “antiguos (y nefastos) absurdos”.