Hay quien asegura que una persona puede cambiar de pareja, de religión o de partido político, pero jamás puede cambiar de club de fútbol. Ignoro si es o no cierta esta aseveración. Por lo que a mi respecta, confieso que he sido siempre leal a mis parejas y que sigo siéndolo a mi partido político, reconozco que hace muchos años dejé de tener religión y sí, es muy cierto que nunca he cambiado de club de fútbol. He sido siempre del Barça, como mínimo desde que tengo uso de razón, lo fui incluso en los peores tiempos --entonces incluso fui socio y abonado--, sigo siéndolo en estos años de triunfos y espero y deseo serlo ya para siempre. No obstante, ni tan solo se me pasó por la cabeza desplazarme a Madrid para asistir a la final de la Copa entre el Barça y el Sevilla. Entre otras razones, porque desde hace muchos años constaté que, digan lo que digan, donde se ve mejor y con mayor comodidad un partido de fútbol es sentado en el sofá de tu casa, en un buen televisor. Solo en muy contadas excepciones, todas ellas como invitado, he ido de nuevo al Camp Nou y me he reafirmado en mi preferencia por esta confortable opción doméstica.
Dicho esto, no ya como seguidor barcelonista sino pura y simplemente como un ciudadano demócrata, que por encima de todo propugna y defiende una convivencia libre, ordenada y pacífica bajo el cumplimiento de las leyes de nuestro Estado democrático y de derecho, manifiesto mi profunda indignación cívica por el comportamiento insólito de quienes, ya fuesen los agentes de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado o unos simples empleados de una empresa privada de seguridad, conculcaron derechos y libertades de los numerosos aficionados del Barça que, para poder acceder a sus localidades en el Wanda Metropolitano, fueron obligados a desprenderse de todo tipo de prendas de vestir o complementos de color amarillo, de carteles reivindicativos e incluso de alguna que otra bandera independentista.
Mientras se prohibía terminantemente el simple uso en cualquier prenda de vestir de color amarillo, se permitió la indecencia del uso y abuso de una enseña franquista
Desconozco si se dieron o no órdenes oficiales al respecto. Lo que sí sé, porque lo he visto en repetidas imágenes televisivas, es que se atentó gravemente contra la libertad de expresión, uno de los pilares fundamentales de cualquier sistema democrático de convivencia. Y se hizo además con alevosía, porque en la retransmisión del encuentro se pudieron ver, en cambio, algunas banderas preconstitucionales, esto es franquistas, contra cuya entrada, presencia y exhibición pública en el estadio madrileño nada se hizo, como mínimo una vez comprobados los resultados. Mientras se prohibía terminantemente el simple uso en cualquier prenda de vestir o complemento del color amarillo, utilizado por muchos de los seguidores independentistas del Barça como demostración de su legítima protesta, se permitió la indecencia del uso y abuso de una enseña franquista, que no otra cosa es la tristemente célebre bandera rojigualda con el aguilucho fascista.
No soy ni he sido nunca independentista. No comparto el uso abusivo del color amarillo que algunos grupos independentistas hacen de muchos elementos del mobiliario urbano y también de otros espacios públicos, que son y deben seguir siendo de todos, y que por tanto no pueden ni deben ser monopolizados por nadie. Pero, como es evidente, respeto que utilicen el color que más les plazca siempre que les apetezca, en público y en privado, en sus prendas de vestir y en sus complementos. Como respeto también, naturalmente, que expresen de forma respetuosa todas sus opiniones con la más absoluta de las libertades, aunque yo casi nunca las comparta y en no pocas ocasiones incluso las considere inadecuadas.
El Gobierno de Rajoy no solo ha caído en el ridículo sino que ha cometido una nueva estupidez y, lo que evidentemente es todavía mucho peor, ha vuelto a atentar contra la libertad de expresión
En esto consiste una convivencia libre, ordenada y pacífica, basada siempre en el respeto mutuo. Sin embargo, en este ya tan cronificado conflicto catalán los hay que se empeñan una y otra vez en agudizar las tensiones ya existentes, como si no nos bastaran y sobraran. En repetidas ocasiones he criticado con dureza las conductas intolerantes de los sectores independentistas. Vuelvo a hacerlo hoy, porque cada día hay nuevos motivos para esta denuncia.
Pero hoy mi denuncia se centra en el despropósito que se produjo en el Wanda Metropolitano de Madrid con este nuevo y masivo atentado contra la libertad de expresión. En más de una ocasión tengo la sensación de que uno de los elementos fundamentales para el crecimiento del sentimiento independentista en Cataluña son muchas de las actuaciones del Gobierno del PP presidido por Mariano Rajoy. Sucedió ya el pasado 1-O, con aquella injusta e injustificada represión policial indiscriminada que el ministro Zoido ordenó practicar a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado contra quienes pretendían participar en aquel referéndum ilegal. Volvió a suceder el pasado sábado por la noche en la final de la Copa del Rey.
Entre estas actuaciones inaceptables del “novio de la muerte” Zoido y las hilarantes y absurdas controversias públicas del ministro Montoro con el magistrado Llarena, me pregunto si en el Gobierno del PP no habrá algunos "submarinos amarillos"... No tengo duda alguna que, una vez más, el Gobierno de Rajoy no solo ha caído en el ridículo sino que ha cometido una nueva estupidez y, lo que evidentemente es todavía mucho peor, ha vuelto a atentar contra la libertad de expresión.