La moción de confianza a la que se sometió Ada Colau solo le habrá servido para darse cuenta de lo sola que está. El acto consistió, básicamente, en toda la oposición poniéndola de vuelta y media por diferentes motivos y la alcaldesa encajando estoicamente los agravios o delegando la respuesta en su fiel Pisarello, que como perro de presa es bastante eficaz. No fue de extrañar la singular hostilidad de Jaume Collboni, teniendo en cuenta que su partido, el PSC, tenía un acuerdo de gobierno con los comunes que la señora Colau canceló por un quítame allá ese 155. Si con los sociatas, la buena señora ya estaba en cuadro en el ayuntamiento, sin los de Collboni se queda, directamente, medio en bolas. Y ella se lo ha buscado con su constante sobreactuación a favor de los independentistas, quienes, en el fondo, la detestan por tibia y por ser una españolista infame disfrazada de catalana de pro.
Cuando Ada Colau llegó a alcaldesa de Barcelona, nos alegramos hasta los que nunca nos la habíamos acabado de creer --siempre detecté algo postizo en su activismo a favor de las víctimas hipotecarias de los bancos, y hubo una aparición pública al respecto en la que me pareció que se provocaba las lágrimas para intentar llegarnos al corazón--, ya que nos quitó de en medio al doctor Trias, y cualquiera que se deshaga de un convergente (o pedecato) merece un aplauso generalizado. Yo no la voté, pero dejar de escuchar los discursos de Trias en su catalán aproximativo fue un descanso para mis oídos que siempre le agradeceré a la señora Colau. El problema es que no tengo mucho más que agradecerle.
La moción de confianza a la que se sometió Ada Colau solo le habrá servido para darse cuenta de lo sola que está
Enseguida me di cuenta de que seguía ejerciendo de activista en vez de creerse que era la alcaldesa. Y la tremenda mediocridad de su equipo más cercano --Pisarello, Asens, Sanz e tutti quanti-- me hizo ver que del nuevo consistorio no podía esperar nada en dos temas que, francamente, pensé que podrían estar a su alcance: la política cultural y el control de los alquileres urbanos. El primer asunto ha quedado reducido a correfocs y todo tipo de jolgorios "populares", y en cuanto al segundo, la gentrificación se impone a gran velocidad sin que una alcaldesa teóricamente de izquierdas haga nada al respecto o, por lo menos, lo intente. Hoy día, alquilar un apartamento en Barcelona es una misión imposible. Nos está ocurriendo lo que ya sucedió en Nueva York, París o Londres previamente: convertirnos en una ciudad para ricos.
Puede que el alquiler sea un tema muy prosaico y que Ada encuentre más épico reírle las gracias a los indepes o presentarse como acusación particular en el caso de la violencia policial del 1 de octubre, pero puede acabar pagando cara su desidia al respecto. ¿O es que los que vivimos de alquiler no merecemos la misma protección que los que se han hipotecado con un banco hasta el día del juicio?