"Las acciones más puras del espíritu nunca proceden del fanatismo, sino que son el resultado del autodominio y la moderación". La cita es de Stefan Zweig. Fue escrita en 1936. En julio de ese año tuvo lugar el alzamiento militar que dio origen a la Guerra Civil, una contienda demencial donde los dos totalitarismos del siglo XX --el fascismo y el comunismo-- se enfrentaron con las vidas de los españoles de entonces (de uno y otro bando) como munición principal. Los déspotas africanistas que organizaron el infame golpe de Estado presentaron su rebelión ante el mundo como una gran cruzada en favor de Dios y la civilización. La reacción comunista, que se apropió del nombre de una República que hasta entonces había sido compartido entre aquellos que amaban el progreso, empezó a justificar sus excesos en nombre del pueblo y los pobres de la tierra. Las peores causas, que son las que promueven y ejercen la violencia, siempre se adjudican a sí mismas una bondad que a la hora de la verdad no se ve por ningún lado. Es fácil averiguar los motivos: porque nunca existe.
Pensaba en estos antecedentes el jueves cuando Xavier Salvador, director de Crónica Global, me enseñó los quince agujeros que, con la misma saña de los fanáticos que necesitan hacer méritos, habían dejado en el cristal que protege la redacción de este periódico dos adolescentes encapuchados de Arran, las juventudes hitlerianas de la CUP. Il·luminem la foscor, ofeguem el feixisme! Un lema castrense escrito con spray. A su lado, los huecos del cristal estallado, quebrado con martillos que perfectamente podrían haber sido hechos con balas. La escena resume la tragedia moral que está ocurriendo en Cataluña desde hace cinco años con el silencio cómplice de los integrados: ataques contra la libertad de expresión, la segregación social de quien elige pensar por sí mismo y amenazas físicas para amedrentar a quienes, como Isabel Coixet, representan --por ser catalanes al mismo tiempo que españoles-- una realidad diversa y abierta que estropea el supremacismo cerril de los independentistas.
El ataque a Crónica Global resume la tragedia moral que está ocurriendo en Cataluña desde hace cinco años con el silencio cómplice de los integrados
Se trata del cuarto ataque en sólo unos meses contra este medio que habla de esta Cataluña real, distinta al paisito uniforme que algunos desean imponernos a los demás. Sin embargo, entre los compañeros de Crónica Global, a los que considero como hermanos de sangre --los periodistas de verdad pertenecemos a un club donde no se usa corbata ni estamos dispuestos a callarnos--, no hubo ira ni decepción, sino una tranquilidad pasmosa y una sangre fría admirable. Lo que decía Zweig: moderación y autodominio. Hicieron lo que tenían que hacer: denunciar la agresión, atender a los medios que se solidarizaban con ellos, confirmar los silencios de los de siempre y hacer el periódico del día siguiente sin una mala palabra.
Habrá quien piense que esta tranquilidad denota cierta resignación. Convivir con el terror puede convertirse en una rutina si tienes a apenas unos pasos la sede de tus agresores, esa muchachada alegre de Arran, que sólo unas horas después reivindicaban su gesta con un comunicado infame donde demostraban ser justo lo que dicen combatir: niños fascistas, unos perfectos hijos de papá; independentistas de ocasión en una revolución de pacotilla. Estos guerreritos de la CUP, más que radicales, son una réplica pequeño burguesa de los batasunos con ínfulas, esa estirpe de bobos solemnes que actúan encapuchados, insultan por la espalda y denigran a cualquiera que no comulgue con sus dogmas.
Su ataque no pretendía únicamente romper cristales. Atenta contra la libertad de prensa y el espíritu de la Ilustración. Detrás del escaparate de Crónica Global, el único medio de Barcelona que vive sin publicidad oficial y que no está preso del obsceno uso partidario de las instituciones que ejercen los nacionalistas, lo que se proyectaban eran las crónicas que elabora su redacción y los artículos de sus columnistas, a cuya nómina me honra pertenecer desde hace algo más de un año, cuando Xavier Salvador me invitó a ser libre junto a su gente. En sus páginas (electrónicas) sólo he encontrado el ingrediente del mejor periodismo: libertad para pensar y ser uno mismo. Los muchachitos de Arran son incapaces de imaginar el inmenso regalo que es escribir en un periódico honesto. Esa noche martilleaban contra la verdad, la vida, el pensamiento, la creación, el comercio y las letras (globales) que representan el cosmopolitismo de la cultura. Son los nombres de todas sus secciones.
Si estos gudaris en prácticas creen que van a silenciar a la gente de Crónica Global, andan listos
Dicen que lo hicieron para "iluminar la larga noche del fascismo", pero son ellos quienes actuaban a oscuras. Los pistoleros de Hitler también encendían antorchas cuando patrullaban por las calles de Berlín. Su acción sigue fielmente las tres recomendaciones que Mussolini gritaba ante sus tropas: "¡Creed! ¡Obedeced! ¡Luchad!". Ser un integrista es fácil: sólo es necesario dejar de pensar. ¡Libro e moschetto, Fascista Perfetto! decía Il Duce. Arran es aún peor: se han convertido en unos reaccionarios de libro sin tener que leer ninguno. Si fueran coherentes consigo mismos deberían darse un martillazo en el rostro. Atentar contra un periódico es un acto despreciable. No por los periodistas, que somos como cualquier otro ciudadano. Sencillamente porque un diario es un espejo social: su función es devolverle a la tribu la verdadera imagen de sí misma. Lo que les aterra no es sólo el periodismo. Es su propia identidad. Los cachorros independentistas no son los desinteresados idealistas que creen sus papás. No. Son vulgares matones de colegio bien. Si estos gudaris en prácticas creen que van a silenciar a la gente de Crónica Global, andan listos. No hay nada más guerrillero que un periodista que ha respirado, aunque sólo sea una vez, el aire de la libertad.