Entender la Cataluña de hoy exige una mirada retrospectiva. Hay que explicar en qué se ha fundamentado la hegemonía nacionalista partiendo del año 1977, en que los partidos nacionalistas estaban muy lejos de ser mayoritarios en Cataluña. Basta recordar los resultados de las elecciones generales de 1977 en Cataluña: PSC-PSOE, 28,5%; PSUC, 18,3%; Coalición pujolista, 16,9%; UCD, 16,9%; UDC, 5,6%; ERC, 4,7% y CC-AP, 3,5%.
El primer hecho determinante fue la vuelta de Tarradellas y su nombramiento como presidente de la Generalitat restablecida, una maniobra de Suárez que legitimó el nacionalismo para relegar a la izquierda en general y a los socialistas en particular a un papel de comparsas que, desde luego, Jordi Pujol no hubiera admitido si hubiera sido la primera fuerza política de Cataluña en las elecciones de 1977. Y no porque Tarradellas no fuera un presidente leal, que lo fue, como demuestra su carta de 1981 al entonces director de La Vanguardia Horacio Sáenz Guerrero, sino porque la maniobra mostró el débil liderazgo socialista y abrió la puerta al triunfo de Pujol en 1980.
El segundo hecho determinante fue el apoyo del centro-derecha español, CC-UCD, a Jordi Pujol para investirlo presidente en 1980. Tampoco en esta ocasión la izquierda tuvo los reflejos necesarios para entrar en un gobierno que iba a construir desde cero una nueva administración a su imagen y semejanza.
El tercer elemento determinante, menos conocido, fue el congreso socialista de 1982 que entronizó al tándem Reventós-Obiols al vencer por escaso margen a la denominada Nueva Mayoría liderada por Ernest Lluch, que preconizaba una catalanidad desacomplejada frente al nacionalismo. Dicho triunfo sólo fue posible por el apoyo de Felipe González a la corriente ganadora por evitar una escisión nacionalista y pensando, como más tarde hizo el PP descabalgando a Vidal-Quadras, en no incomodar a los nacionalistas catalanes anticipando que iban a ser esenciales en muchos momentos para la gobernabilidad de la España bipartidista.
El triunfo del sector nacionalista del PSC a principios de los 80 permitió las repetidas victorias pujolistas al desmovilizar a su electorado de las generales con un discurso subordinado al pujolismo
El triunfo del sector nacionalista del PSC --ahora vemos que muchos de sus dirigentes se han apuntado a partidos independentistas-- permitió las repetidas victorias pujolistas al desmovilizar a su electorado de las generales con un discurso subordinado al pujolismo. Todo ello con aquiescencia del Gobierno del PSOE, encantado de renunciar al poder en Cataluña a cambio de disfrutarlo en Madrid. Algo parecido ha ocurrido con los Gobiernos del PP. Los catalanes no nacionalistas hasta ahora siempre han sido moneda de cambio. Ciudadanos de segunda para el Gobierno de Cataluña y el de España.
La situación mejoró con la irrupción de Pasqual Maragall. Su personalidad e indudable catalanidad le permitieron plantar cara al nacionalismo sin complejos aunque no valoró las consecuencias de abrir la caja de Pandora de un nuevo Estatuto. Sobre todo porque su sucesor se dejó arrastrar por el nacionalismo a una manifestación contra la sentencia del TC sobre el Estatuto de la que tuvo que huir protegido, pero que legitimó el victimismo nacionalista.
El último elemento que quiero destacar en este resumen necesariamente sintético es la inestimable colaboración de todos los gobiernos españoles con el nacionalismo, mirando hacia otro lado, permitiendo el discurso victimista y supremacista, sin ninguna visión estratégica, sólo preocupados por los pactos cortoplacistas que garantizarán el gobierno de turno.
Conviene ahora recordar, para poner los resultados del 21D en su contexto, que salvo en las primeras elecciones de 1980 los partidos nacionalistas han tenido siempre mayoría absoluta en el Parlamento catalán. Alcanzando su máximo histórico en 1992, con 81 diputados. Los tripartitos de izquierda fueron posibles porque ERC no apoyó al candidato convergente, pero tanto en 2003 como en 2006 la suma de CiU y ERC era de 69 diputados. Cabe recordar también que los nacionalistas en 2010 fueron 76 --con los 4 de Laporta--; en 2012 ,74 --con 3 de la CUP--; en 2015, 72 --con 10 de la CUP--, y el 21D, 70, con cuatro de la CUP.
Probablemente los resultados del 21D serían otros si la aplicación del artículo 155 se hubiera producido inmediatamente después de los vergonzosos hechos del 6 y 7 de septiembre en el Parlament. Nos hubieramos ahorrado el 1-O, el error de la intervención policial y el victimismo consiguiente.
Los resultados ya son inamovibles. ¿Cómo cabe calificarlos?
A primera vista los resultados son malos para el constitucionalismo. Mayoría absoluta independentista que le da acceso al Gobierno de la Generalitat, es decir, a seguir con sus políticas de creación de "conciencia nacional" y "ampliar la base social" secesionista, lo que traducido significa que seguirá la propaganda, el clientelismo, el adoctrinamiento en las escuelas y medios de comunicación públicos, el incumplimiento de sentencias, etc.
Pese a los resultados del 21D, hay razones para el optimismo: la primera fuerza es no nacionalista; el no independentismo ha roto la espiral de silencio; el independentismo unilateral se ha demostrado inviable; el Estado ha demostrado que tiene mecanismos de defensa, y la UE ha sido tajante
Con todo, hay razones para no tirar la toalla:
1. Un partido no nacionalista con ADN catalán es la primera fuerza política. Cabe esperar que su aventura estatal no le haga olvidar sus orígenes y ejerza su labor de oposición sin complejos.
2. Los catalanes no independentistas se han movilizado y se ha roto la espiral de silencio.
3. El independentismo ha mostrado sus limitaciones. Incapaz de controlar el territorio, tener reconocimiento internacional o mantener una movilización permanente en las calles, sus amenazas de unilateralidad son insostenibles.
4. El Estado ha mostrado que en situaciones límite tiene todavía mecanismos de defensa. Los tribunales siguen con su labor.
5. La UE ha sido tajante. El independentismo es incompatible con los valores de la Unión.
A pesar de todo, la cronificación del conflicto --ninguna de las partes va a ganar por KO-- sería muy dañina para Cataluña. Es por tanto necesario un diálogo. Pero el diálogo prioritario es entre catalanes para definir nuestro ámbito de convivencia en pie de igualdad. A partir de ahí, se puede construir el futuro y resolver los conflictos de una sociedad plural en un mundo globalizado. Sin sectarismo, con empatía, subordinando los intereses particulares al interés general.