El día que Puigdemont quemó sus naves y decidió quedarse en Bruselas, Elsa Artadi lo rondaba. Desconocedora de las leyes no escritas de la política, la jefa de la campaña del expresident ha ganado la partida. Hoy, en el corazón del PDeCAT, ella es el estereotipo de la traición, aunque los miembros más ambiciosos del partido de Artur Mas y Marta Pascal la consideran el fruto de un choque inevitable entre el aparato y la aventura, símbolo de la nueva cultura mestiza del soberanismo.
Antes de la declaración de independencia, Artadi entendió mejor que nadie la noche triste de Puigdemont. El expresident estuvo pinzado entre su deseo de anunciar elecciones y la presión independentista de gran parte de su gente, que le exigían la DUI. Como en el Mar de Hernán Cortés, donde ardieron las goletas españolas ante el estupor de los Aztecas y donde la Malinche aprendió a ser consejera y amiga del conquistador, Artadi supo que con Puigdemont huido la ocasión la pintaban calva. El expresident es el segundo en votos y escaños, pero el único presidenciable posible salido de la aritmética parlamentaria, en la que el bloque soberanista vuelve a ser hegemónico (por 70 a 57). Artadi trabaja mucho y chita poco. Oficialmente, solo rompe lanzas con cautela estadística.
Pero detrás de la ambigüedad, late la apelación despótica del poder constituyente catalán: un acto sin antecedentes, válido en sí mismo, un Big Bang que funda una soberanía. Podríamos decir que "el primer día, la soberanía se creó a sí misma" y estaríamos ante el tamiz teológico de la casta indepe. Esta certeza distingue a los Artadi o Puigdemont de los que les creen. La casta tiene un poder sacerdotal; expresa la violencia implícita que lo instaura (leyes de desconexión y de referéndum, el 6 y 7 de setiembre en el Parlament) y lo mantiene. Una revolución étnica --y el nacionalismo catalán lo es-- "no necesita un ser Supremo sino un legislador inmortal", escribió Hannah Arendt, ante los temores del autoritarismo racial del Reich.
Artadi abandonó el PDeCAT antes de la contienda electoral y puede decirse que ella encarna a la perfección la muralla levantada entre el partido y Puigdemont, como se ha visto en la campaña
Elsa Artadi se licenció en Economía por la Universitat Pompeu Fabra y se doctoró en la prestigiosa Universidad de Harvard, de donde proviene su buena relación con el exconseller Andreu Mas-Colell. Editó un libro de fragmentos obra de Xavier Sala i Martín, profesor de Columbia, economista teórico, y difusor de la virtudes de la República catalana. Artadi fue directora general de Tributs i Joc y secretaria de Hacienda, y cobró un protagonismo inquietante como impulsora de la lotería catalana, La Grossa. Abandonó el PDeCAT antes de la contienda electoral y puede decirse que ella encarna a la perfección la muralla levantada entre el partido y Puigdemont, como se ha visto en la campaña. No hace falta recordar que la lista de JxCat minimizó al PDeCAT más allá de allá de las presencias en la lista de Josep Rull y Jordi Turull o de alcaldes como Marc Solsona, Ramon Royes o Marc Castells.
Antes de la ruptura de los vínculos entre el expresident con su partido, la jefa de campaña había hecho la mitad del camino. A partir de allí, sería la mente decisoria; llevaría a cabo el paseo electoral sin caer en la trampa del imán edípico que une al presidente francés Emmanuel Macron con su estratega y esposa, la profesora de secundaria, Brigitte Marie-Claude Macron. Pero eso sí, Artadi sembró en su jefe el delirio pasional de los falsos exiliados, una estirpe convencida de que el suelo se les mueve y relanza su apetito creativo. Con la ayuda de Artadi, Puigdemont ha aprendido a viajar sin moverse de Bruselas, la capital convertida en plataforma off shore de la política española. Y ahora, desde el corazón de Europa, le pide a Rajoy una entrevista de capitulación fuera de España (le puede la euforia). Esta improbable cumbre derramaría todo el perfume de Cleopatra en los pechos patrióticos de ambos bandos.
Aunque Rajoy diga que solo hablará con Inés Arrimadas, lo cierto es que la sentada bilateral Madrid-Barcelona está a la vuelta de la esquina. Será la prueba de grado para Elsa, la Malinche catalana
Sepulcro blanqueado para los dos millones de votantes independentistas que lo soportarán de nuevo, Puigdemont renovará los hábitos bien pronto. Su compañero de cuitas será de nuevo Junqueras, el líder de ERC el partido Poulidor por su destino de eterno segundón. Desde hace ya bastantes citas, cada vez que Esquerra se acerca a la cima (ocurrió con Carod y con el mismo Puigcercós), la visión del vacío atenaza a sus líderes. Y francamente, una vez más, bienvenido sea el vértigo. El complejo de los republicanos se remonta a los mejores años de Pujol, cuando el veterano exhonorable mantenía a raya a Heribert Barrera o se comía a secretarios generales, como Joan Hortalà y Àngel Colom.
A las pocas horas de conocerse el escrutinio, oímos el lamento de Merkel, oráculo de Europa: "Cataluña y España, ¡negocien!". No queda otra y Artadi tendrá que improvisar el embalaje de la reunión, siempre que el Ministerio de Justicia ordene a la Fiscalía retirar las querellas catalanas (dispone de margen constitucional y podría hacerlo sin dar ninguna explicación). En el fin de la vía judicial, se pondría a prueba la plenitud de la jefa de campaña, que traicionó a su propio partido por un sueño equinoccial.
Armada por la base algebraica de la economía teórica y fogueada en los comicios de fuego cruzado, nuestra Malinalli inicia un recorrido menos sonoro que la mexicana, inspiradora esta última en El manuscrito encontrado en Zaragoza de Jan Potoki y honrada por Octavio Paz en El laberinto de la soledad. Aunque Rajoy diga que solo hablará con Inés Arrimadas, lo cierto es que la sentada bilateral Madrid-Barcelona está a la vuelta de la esquina. Será la prueba de grado para Elsa, la Malinche catalana.