Lo que ayer hizo Carles Puigdemont resultó desconcertante para todos pero fue especialmente hiriente para los miles de independentistas entusiastas que seguían su intervención con gran expectación delante del Parc de la Ciutadella. El president no se atrevió a declarar nada, solo dijo que él asumía el mandato del 1-O para que Cataluña se convierta en un Estado independiente en forma de república. Acto seguido propuso que el Parlament dejase en suspenso durante varias semanas una declaración de independencia que en realidad no se había producido. Para acabar de enredarlo, esa propuesta de aplazamiento ni tan siquiera se votó, pese a que la marcha atrás no figura en ningún artículo de la ley del referéndum, con lo que muy bien no se sabe en qué punto se encuentra ahora mismo esa naciente República catalana según la "lógica jurídica" independentista. En definitiva, el Govern de Junts pel Sí se sitúa no solo fuera de la legalidad constitucional sino también al margen de la que ellos proclamaron con los votos de la CUP el pasado 6 de septiembre. Si lo cogemos por lo cómico, se trata de un guión digno de una película de los hermanos Marx; pero si nos ponemos serios, es otro ejemplo más de que los separatistas están dispuestos a lo que sea para alcanzar su propósito y mantenerse el mayor tiempo posible en el poder.
En fin, un ridículo monumental que hizo irse con cara de lástima y consternación a muchos de los congregados allí por la ANC y Òmnium para celebrar ese histórico momento. Además, como no hubo réplica a los partidos de la oposición por parte de Puigdemont, tampoco hubo oportunidad de aclarar qué quería conseguir con esa suspensión temporal en pos del diálogo y la mediación por parte de no sabe muy bien quien. Si ayer Cataluña fue retóricamente independiente en la cabeza del president, solo duró unos pocos segundos. Para maquillar las heridas de tan sonado bochorno, los diputados de JxSí y la CUP firmaron fuera de la cámara la enésima declaración de voluntad independentista. Un papel extraparlamentario sin ninguna validez jurídica pero que tal vez consoló algún disgusto.
Solo podemos desear por el bien de la sociedad, la economía y la política catalana que el Gobierno no caiga en la trampa del diálogo de Puigdemont, y que se celebren elecciones cuanto antes
La pregunta es por qué el bloque separatista se ha humillado hasta el punto de no atreverse a realizar una declaración explícita, aunque fuese luego para dejarla parcialmente sin efectos. Pues solo para intentar ganar tiempo y evitar la mano dura del Gobierno español que ya tenía preparado un paquete de medidas de intervención de la Generalitat, desde el control de los Mossos, hasta la aplicación del artículo 155 para, entre otras cosas, forzar la convocatoria de elecciones en Cataluña. Como muy bien predijo Josep Borrell anteayer, se ha buscado evitar la tragedia para seguir en la comedia.
Lo sucedido es revelador de cómo ha ido cambiando la situación en los últimos días. Pese al clima de victoria apabullante que el independentismo logró el 1-O y hasta la "huelga patriótica" del 3-O, a partir del miércoles la situación empezó a girar de forma radical. El discurso del Rey fue la señal de que el Estado no iba a rendirse ni a aceptar ningún tipo de chantaje político. La huida de empresas se precipitó entre el jueves y el viernes, levantándose un clima de enorme pesimismo y hasta de pánico económico. Los catalanes se están dando cuenta de lo que ocurriría en caso de independencia: un empobrecimiento en el corto y medio plazo. Finalmente, la multitudinaria manifestación del domingo puso sobre aviso de que la sociedad catalana contraria a la independencia no va a claudicar en la defensa de sus derechos y no va a renunciar a su ciudadanía española y europea. Hoy está claro que no habrá intento de ejecutar la secesión sin antes el estallido de un grave conflicto civil.
Por todo ello, cuando mañana se reúna el Consejo de Ministros, solo podemos desear por el bien de la sociedad, la economía y la política catalana que el Gobierno no caiga en la trampa del diálogo de Puigdemont. La solución limpia y democrática a este conflicto, que es sobre todo entre catalanes, es la celebración de elecciones cuanto antes. No hace falta a que dentro de un mes o de seis volvamos a sufrir la amenaza de una declaración de independencia. No podemos seguir cavando el hoyo de nuestra ruina económica y del enfrentamiento civil. La astucia vergonzante de Puigdemont exige, por dignidad, elecciones.