El narcisismo herido de una sociedad opulenta pero traumatizada por la crisis y las negras expectativas de futuro es una de las causas más profundas del actual movimiento nacional separatista o prusés (y no la tan traída y llevada "sentencia del Estatut", que no es más que un argumento o explicación socialista para derivar hacia el PP la responsabilidad de lo que los socialistas posibilitaron en los años del tripartito y de Zapatero).
Esto da paso al kitsch que, como Kundera observó en una de sus divertidas novelas con la frase que cité aquí hace unos días, consiste en "la necesidad de mirarse en el espejo del engaño embellecedor y reconocerse en él con emocionada satisfacción".
Es ese narcisismo, ese kitsch, lo que el pasado domingo floreció esplendorosamente y seguirá floreciendo hasta su total marchitamiento en días venideros. Ese placer incomparable de retar a una policía de puños blandos, poniendo por delante a los viejos y los niños: revolución callejera con un alto nivel de impunidad garantizada, que se confunde y sublima con la habitual visita a la deprimente residencia de la tercera edad y con la tarde de tedio abismal vigilando las tonterías que hace el nene en el chiquipark (el peligro de desgracia irreparable que pese a todas las cauciones policiales es inherente a una diversión de tal clase es una responsabilidad de la que supongo que Puigdement y su camarilla responderán ante el juez, cuando tengan que rendir cuentas de sus demás hechos delictivos).
Una multitud acomodada y burguesa que se toma el privilegio de actuar también como insurreccional y revolucionaria
Una multitud acomodada y burguesa que se toma el privilegio de actuar también como insurreccional y revolucionaria. El tortell dominical después de la misa se ha visto transubstanciado en guerrilla urbana, sin que ello afecte ni al menú ni a los ahorritos ("el patrimoni") ni al mismo, sagrado tortell, y además estrechando los lazos familiares intergeneracionales, pues el vuelo, los papás y el crío van juntos a la gran fiesta de la democracia. ¿Qué más puede pedir una familia filistea?
En esta revolución ridícula quizá el episodio más cómico sea el del futbolista Piqué, preguntándose lloroso si debería, o no debería, renunciar a seguir participando en la selección española de fútbol: el dilema del niño mimado del fútbol y multimillonario es el perfecto resumen narcisista de una revolución que pretende para sus insurgentes la doble nacionalidad, la doble moneda, todos los beneficios y ninguna deuda, la seguridad sin fuerzas armadas, la destrucción sonriente... y que el equipo nacional catalán juegue en la liga que le apetezca, pues es tan deseable que todos los países se pelearán por conseguir que compita en la suya: ser separatista y bocazas y contribuir en la medida de tus posibilidades al malestar general, pero seguir jugando en La Roja.
En fin, esa cosa tan burguesa y a la vez tan posmoderna de salir de casa y preguntarse: "¡Qué cabeza tengo! ¿Adónde iba? ¿A misa o a la mani? ¿A tomar el palacio de invierno o a comprar el tortell?".