Si es cierto que la historia ocurre dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa, hoy estamos ante una concordancia esclarecedora. La tragedia empezó el 6 de octubre de 1934 con la República catalana de Lluís Companys; la farsa está reservada para el referéndum no vinculante de este domingo, el primero de octubre del 2017. El juego empieza a ser peligroso por mucho que el mismo president Carles Puigdemont lo endulce como la pelea entre Minerva y Anubis, la diosa de la sabiduría frente al dios egipcio de la muerte, para contraponer a Govern y Gobierno. El duelo de divinidades representa a "la buena gente frente a los malos", diría mósén Junqueras.
A Puigdemont, protagonista del golpe institucional, le está reservada la apología del héroe ambivalente: "No está en mi agenda la declaración unilateral de independencia, pero a partir de mañana habrá que actuar con astucia". El colmo; encima zigzagueos. Tirando de cada extremo de la misma cuerda, Puigdemont y Rajoy romperán la vajilla. Mientras tanto, nosotros solo queremos ir de las migas al cocido sin necesidad de mostrar el pasaporte. En Cataluña hay más hispanoMolas que hispanofóbicos. Que se enteren Pedro Arriola y Antonio Hernando, sociólogo de cabecera y portavoz luciferino, autores intelectuales del vídeo. En la cápsula lanzada por la web del PP, Pujol habla feo de los andaluces; Ferrusola divaga sobre el supremacismo de su prole, López Tena, conocido por el sobrenombre de lo Morrot del Maestrat, asegura que cada día España le roba 60 millones de euros a Cataluña; Joan Oliver reitera el inveterado choricismo español; el cura de Calella está convencido de que Dios es catalán e indepe y otros despropósitos. La presentación de estas felonías a modo de resumen ignominioso han sentado mal en la España serena de la derecha civilizada y amiga. Con ella compartimos valores, digo, porque, si no, es mejor buscar un enclave en Cabo Verde y dejar el mal fario para siempre.
Cuando Puigdemont y Sáenz de Santamaría intercambian mensajes, entramos en un intercambio de pronunciamientos saturados de ficción; el valor de las insinuaciones sobre el contrincante es un compendio de acontecimientos virtuales y efectos especiales. "Son las dos magistradas del TSJC las que pondrán en su sitio a los independentistas", dice Moncloa después de retirar de escena a Mazinger Z, José Manuel Maza. Falla la división de poderes y me consta que a José Luis Ayllón, Alfonso Alonso, Antón Damborenea y a otros, lo del fiscal general les ha sentado como una patada; a Pablo Casado y a Javier Maroto también, pero se callan por instinto; por su parte, Maíllo, Levy y Moragas no mueven ni un músculo de la cara, como exige el cargo.
Aquí Puigdemont miente y punto; ha creado una constelación de ataques del Estado para justificar su último paso, aunque no haya habido ninguna vulneración de derechos fundamentales (las 14 detenciones fueron antiestéticas pero cumplieron el habeas corpus con unos interrogatorios inmaculados de altos cargos que han prevaricado; lo siento). La única conculcación de derechos fue la de los días 6 y 7 en el Parlament a lomos de la oposición con el trámite tramposo de las leyes exprés que dan contenido jurídico al referéndum de este domingo, aunque no lo sea. Cuando el relato se expone a modo de performance, ya nadie se toma la molestia de comprobar su veracidad. Este es el principal problema de Puigdemont: miente compulsivamente, como saben bien en su pueblo natal de Amer (Girona), donde hoy se enorgullecen del segundo hijo de una familia de pasteleros; un chico listo, con aguante, idiomas y estudios venales.
Los Puigdemont, catalanistas de misa y ciri cremat, tienen tras de sí una historia de proximidad --no de militancia-- con la Unió de Democràtica escondecuras y de corte tradicionalista (la tendencia de Roca Cavall, el padre de Miquel Roca), la vertiente entregada, que silenció la ejecución de Carrasco i Formiguera. La derecha de Unió fue una de las corrientes fundacionales de Convergència, siempre enfrentada sin ruidos a la tendencia más comprometida de los descendientes del protomártir, afincados en el Maresme (Sant Pol de Mar) y en la comarca de Osona, bajo la batuta de los Vila d'Abadal, Sarsanedes o Tolrà, quienes sí vivieron en sus carnes la represión franquista.
Puigdemont miente y punto; ha creado una constelación de ataques del Estado para justificar su último paso, aunque no haya habido ninguna vulneración de derechos fundamentales
El president lleva pegado en sus genes el estilo saltarín de los viejos requetés. Sus amigos le pronoticaron el tránsito del nacionalismo a ERC, pero él se acogió el conocido "després de Convergència, independència". Dará la cara hasta el final, pero sin despojarse de la mística montserratina de una Cataluña que quiere vertebrarse a partir de sus territorios autoproclamados. El país con el que sueña Puigdemont posee el arrebato racial de la Gran Serbia de los noventas, pero bajo el estigma pacifista de Lluís Maria Xirinachs; está muy lejos del instinto asesino de Milosevic y de su exterminio en los Balcanes. La doctrina celestial del catalanismo conservador nunca se despega. Aquí tenemos el ejemplo del profesor Josep Maria Terricabras, filósofo orgánico del independentismo, cuyo pasado se vinculó al orden del viejo régimen en la universidad de los setentas, tal como demuestra una carta de su puño y letra al rector Valdecasas, en la que se ensalza las virtudes del doctor Canals, un defensor de la España metafísica. Canals ocupó sin empacho la cátedra de Manuel Sacristán, expulsado de la universidad y juzgado por antifranquista. Terricabras, denuncia doliente de la revisitación de la dictadura en nuestras calles, le dio la bienvenida a aquel reaccionario usurpador. Sí, era joven, ni más ni menos que los que aguantaron el trato vejatorio a Creix, el carnicero de Via Laietana.
Por arriba y por abajo, Puigdemont está rodeado por el conservadurismo social que recorta derechos y por la derecha nacional que amenaza a la UE de Delors, fundada en Maastricht. Si, el nacionalismo es el peligro de demolición que han denunciado el presidente francés Emmanuel Macron y Josep Borrell, ex presidente de la Eurocámara, esta misma semana. El president es el Luis Bonaparte sin pólvora que cumple hoy su 18 brumario. Aquel que acabó en tragedia después de anunciar una farsa. Aquel corazón totalitario al que Victor Hugo bautizó como Bonaparte el pequeño, y que late en el pecho de Puigdemont, líder trastornado del empuje hacia la soberanía a la que Vicens Vives calificó de puro resentimiento.