El casi centenario Banco Popular ya es historia. En una decisión sin precedentes, tomada a la velocidad del rayo, el martes por la noche dejó de existir como institución independiente y pasa a la triste figura de subsidiario del gigante Banco Santander.
Ana P. Botín ya ha marcado la primera muesca en su revólver. Aún habrá de recorrer largo trecho hasta igualar a su irrepetible padre, quien casi sin despeinarse engulló uno tras otro nada menos que cuatro de los ocho grandes bancos que dominaban el sistema crediticio en los años ochenta.
El proceso de saneamiento y absorción del Popular será tan difícil como costoso. Tras muchos meses de incertidumbres, desvelos y tensiones sin fin, los casi 12.000 empleados ya saben quién es su nuevo dueño. El panorama no pinta demasiado bien para ellos. En un ensamblaje bancario como éste, con dos redes que actúan en las mismas ciudades y pueblos, no hay sinergia que valga.
Por tanto, se impone la supresión de las oficinas duplicadas y el envío de sus empleados a las filas del paro. Así que en los próximos meses asistiremos al adelgazamiento, a paso de carga, de las sucursales y agencias del Popular. De momento, ya se propala que sobra nada menos que la cuarta parte de la plantilla.
En cuanto a la clientela, el alto mando del Santander pretende conservarla al pleno de sus efectivos. Pero a la vez, no oculta que la van a brear con un indiscriminado aumento de las comisiones que vienen pagando. Quien avisa no es traidor.
Cuando Ángel Ron fue invitado a largarse de la presidencia del Banco Popular, lo hizo no sin antes embolsarse un voraz finiquito de 24 millones. ¿Cabe en mente alguna que se obsequie con semejante fortuna a quien ha arruinado el banco y a sus accionistas?
Santander se queda el banco por un mísero euro. Ello quiere decir que los más de 300.000 accionistas de la casa han perdido todo su peculio de la noche a la mañana. Durante el último lustro, el Popular realizó varias ampliaciones de capital, por valor de 5.500 millones, para apuntalar su balance. Esos caudales, aportados por los sacrificados ahorradores, se han ido de pronto por el sumidero. Nadie va a recuperar un céntimo.
Los afectados por este desvalijamiento sin contemplaciones son tantos y las sumas volatilizadas alcanzan tal magnitud, que ya se vaticina una lluvia de querellas y demandas contra los últimos gestores y contra la propia entidad.
En esta colosal debacle financiera hay un asunto que me parece de singular gravedad y merece comentario aparte. Ángel Ron acaudilló el Popular entre 2004 y 2017, justo la época en que se gestó el actual desastre. En dicho periodo, la cotización experimentó un brutal desplome del 97%. Cuando este caballero fue invitado a largarse de la presidencia, lo hizo no sin antes embolsarse un voraz finiquito de 24 millones. ¿Cabe en mente alguna que se obsequie con semejante fortuna a quien ha arruinado el banco y a sus accionistas?
El pasado mes de febrero, se llamó de urgencia a Emilio Saracho, sustituto de Ron, con la misión de evitar el naufragio y recomponer la situación. Saracho percibió una prima de fichaje millonaria. Como reza el refrán, de enero a enero gana dinero el banquero.
Ana P. Botín lo ha puesto de inmediato de patitas en la calle. Con tal motivo, Saracho puede llevarse al zurrón un premio de casi 5 millones por su fugaz e infructuoso trabajo de 4 meses. A la vista de gratificaciones tan escandalosas, la cúpula dirigente del Popular se asemeja, más que a una organización respetable, al puerto de arrebatacapas.