"Le peuple a toujours raison. [...] Je suis la candidate du peuple. Donc j'ai raison". Es un sofisma, pero ha funcionado. Un 34% de franceses votantes por una candidatura le han dado la razón el pasado domingo. ¿Pero se la han dado realmente? ¿Esos cerca de 11 millones de franceses --una cantidad que impresiona-- han votado convencidos por el programa de Marine Le Pen o millones de ellos le han votado vencidos por los coletazos de la crisis económica, las frustraciones colectivas, las dudas sobre la inmigración, la cólera contra las derivas del sistema, cuestiones que tan bien supo explotar la cruel intoxicación del FN?
Sabemos que de los programas electorales la mayoría de los votantes solo conocen y retienen las simplificaciones y los eslóganes vertidos en los mítines o divulgados en portada como sal gruesa por los medios de comunicación. Por eso resulta tan desgarrador e inquietante que tantos millones de franceses se hayan movilizado electoralmente al son de soflamas, que ni siquiera son diagnóstico de algo que va mal --como pretenden quienes afirman que los extremos saben diagnosticar, pero no saben resolver, con lo que se les legitima a medias--, sino pura basura ideológica.
Marine Le Pen, sus teloneros, sus tertulianos y columnistas afines, sus redes sociales orgánicas han machacado hasta la náusea con su afirmación estrella de la lucha contra la "mundialización salvaje" y el pretendido remedio del cierre de fronteras, el abandono del euro y la salida de la Unión Europea. ¿Cuántos de los votantes del FN se lo habrán creído? Nada más erróneo y suicida en el diagnóstico y en la solución propuesta. Francia es la segunda economía de la zona euro y la quinta economía mundial, en puridad no pertenece al grupo de los países abusados sino que se sitúa en el bando de los abusadores. Esos campesinos, por ejemplo, que han votado a Le Pen porque les ha dicho que acabaría con la Política Agrícola Común, ¿han olvidado la protección (y los fondos) que deben a la PAC frente a terceros países productores?
A Macron le corresponderá no solo cumplir su programa centrista frente a los extremos del lepenismo y del melenchonismo, sino la ingente tarea de desintoxicar para recomponer. Una Francia que continuase intoxicada por el discurso del odio seria ingobernable
La dialéctica fuerte del populismo, y, en particular, del nacional populismo sea de gran potencia o local, consiste en señalar un culpable de los males sociales, cuanto más nebuloso y abstracto mejor: la mundialización, la burocracia europea, la competencia desleal, la inmigración, el sistema, los mercados, las élites... sin identificar la parte de responsabilidad que esas categorías tengan en las crisis de nuestras sociedades.
¿Y ahora qué? Al nuevo presidente de la República, elegido con un amplio margen respecto a su rival, le corresponderá no solo cumplir su programa centrista frente a los extremos del lepenismo y del melenchonismo, sino la ingente tarea de desintoxicar para recomponer (rassembler, dicen los franceses). Una Francia que continuase intoxicada por el discurso del odio seria ingobernable.
A Emmanuel Macron --en cierta manera nieto político de François Mitterrand-- se le podrá discutir su programa y su ejecutoria desde la Asamblea Nacional, desde los foros públicos, desde los sindicatos, desde la calle... Es una garantía para la democracia y las libertades. Marine Le Pen habría supuesto un riesgo grave en todos esos órdenes y un peligro tal vez mortal para la construcción europea. Hemos de agradecer que 20 millones de franceses lo hayan evitado votando por Macron.