La calificación de "falangistas" que, según el conseller Raül Romeva, eran "todos aquellos" que participaron en la manifestación Aturem el cop! de SCC es un ejemplo particularmente grave del discurso del odio que avanza en Cataluña. Esa voluntad estigmatizadora, más inaceptable aún en boca de quien ostenta la Consejería de Relaciones Institucionales y Transparencia, se produce en paralelo al inicio de una campaña de firmas por parte de la autodenominada Plataforma Antifeixista de la UAB con el objetivo de expulsar al grupo Joves de SCC del campus universitario. Por desgracia, no es la primera vez que estos jóvenes se ven sometidos a acciones de acoso por parte del Sindicat d'Estudiants dels Països Catalans (SEPC), rama estudiantil de la CUP, que ha impulsado la citada plataforma con el propósito de blanquear su hostigamiento contra SCC en la UAB tras el primer incidente violento ocurrido el 19 de abril del 2016. Aquella mañana el fotógrafo ultranacionalista Jordi Borràs daba una conferencia invitado por el SEPC para presentar su libelo Desmuntant Societat Civil Catalana (2015), que ha acabado convirtiéndose en el soporte argumental de la campaña de odio que sufren esos jóvenes. Ese día circularon mensajes de WhatsApp llamando a concentrarse ante su carpa informativa tras la conferencia de Borràs. Los miembros de SCC tuvieron que salir corriendo y hay abiertas diligencias judiciales por diversos delitos contra tres estudiantes pertenecientes al SEPC.

La calificación de "falangistas" que, según el conseller Raül Romeva, eran "todos aquellos" que participaron en la manifestación Aturem el cop! de SCC es un ejemplo particularmente grave del discurso del odio que avanza en Cataluña

La situación en la UAB es particularmente grave tanto por  el nivel de violencia que viven los estudiantes de SCC, que en menos de un año han sufrido seis altercados, como por el desamparo ante la actitud cobarde de la rectora, Margarita Arboix, que rehúye enfrentarse a los cachorros de la CUP. El gobierno de la universidad se propone ahora mediar entre ambos grupos como si la equidistancia ante la persecución ideológica fuera una actitud éticamente aceptable. En cualquier caso, la hostilidad política contra SCC no se limita a la UAB, seguramente porque con su nacimiento, en abril del 2014, sucedió lo inesperado. Hasta esa fecha no se había logrado organizar un movimiento políticamente transversal de oposición al proceso soberanista y la secesión. Como ha escrito Ignacio Martín Blanco en La caza del fascista imaginario, SCC no era el tipo de entidad que el independentismo esperaba. Su mensaje siempre ha sido apelar al marco de convivencia establecido por la Constitución de 1978, a la libertad e igualdad entre ciudadanos, y a la defensa de la diversidad cultural y lingüística de España. Lo que los nacionalistas no esperaban es que surgiera una entidad que, desde la catalanidad e incluso el catalanismo, defendiera sin ambigüedades la continuidad en España. El éxito logrado desde entonces por SCC es notable y se ha convertido en un referente democrático clarísimo frente a la estrategia golpista que propugnan JxSí y la CUP. Por eso el esfuerzo por calumniarla efectuado desde Catalunya Ràdio, RAC1 o TV3 ha sido considerable.

La calificación de "falangistas" de Romeva responde casi a un automatismo mental. Exactamente el mismo que llevaba al periodista Quico Sallés a buscar desesperadamente iconografía franquista en la manifestación de SCC para explicárnoslo por Twitter, mientras ignoraba olímpicamente la media docena de banderas republicanas bien visibles a lo largo de la marcha junto a muchísimas banderas catalanas, europeas y españolas. Al día siguiente, La Vanguardia optaba por no situar en portada el desarrollo de la manifestación, contrariamente a lo que hacía la prensa más importante, y en páginas interiores cerraba una lamentable pieza periodística, que nadie de la redacción se atrevió a firmar, con unas declaraciones de Gabriel Rufián en las que el portavoz de ERC en el Congreso calificaba a SCC de entidad de "extrema derecha absolutamente reaccionaria". En la radio del Grupo Godó la obsesión estigmatizadora fue irrefrenable tras las declaraciones de Romeva. El periodista Maiol Roger afirmó categóricamente, ante la complacencia del moderador del programa No ho sé, Joan Maria Pou, que en la manifestación hubo banderas con el "pollo" franquista y se vieron también "braços amunt", en alusión al saludo fascista. Todo un catálogo de falsedades que refleja lo insoportable que resulta para algunos la existencia de SCC y que rebaja su praxis periodística al nivel de mamporreros de la caverna.

Con su silencio, Puigdemont se convierte en otro cómplice necesario del discurso del odio que practican los cachorros del separatismo al grito de "els carrers seran sempre nostres"

A Carles Puigdemont le preguntaron anteayer en Havard por esos ataques. Obvió la cuestión y optó por lamentar el escrache de Arran a la sede del PP porque no está bien coartar la libertad de los partidos y, claro está, tampoco da buena imagen para la causa independentista. Lo otro prefiere ignorarlo porque pone en riesgo el bonito cuento de que el procés no genera ningún conflicto entre los catalanes de a pie. Aceptar la existencia de un problema social le llevaría a tener que afrontar la baja calidad democrática que sufrimos en Cataluña en lugar de caer en el ridículo de equiparar a España con la Turquía de Erdogan. En cualquier caso, lo que está claro es que para él lo que sucede en la UAB no es auténtica violencia. Ya lo dijo en el programa Jo pregunto cuando se le llamó la atención por esas agresiones. Con su silencio se convierte en otro cómplice necesario del discurso del odio que practican los cachorros del separatismo al grito de "els carrers seran sempre nostres". ¿Les recuerda algo?