Tiemblan los cimientos del mundillo balompédico. El escándalo referente a la masiva evasión fiscal de varios jugadores de relumbrón arrecia incontenible. Hasta la Comisión Europea se ha creído obligada a expresar su inquietud por la magnitud del embrollo. Éste tiene de protagonista estelar al portugués Ronaldo. Se le atribuye el desvío ilícito de nada menos que 150 millones de euros.
También están involucrados otros miembros del prolífico clan lusitano, como Fabio Coentrao, Radamel Falcao y Ricardo Carvalho. A ellos hay que añadir dos pesos pesados, el entrenador José Mourinho y, sobre todo, el intermediario Jorge Mendes, artífice de la compleja trama societaria montada para sisar a Hacienda.
Los ingresos escamoteados por toda esta tropa ascienden a cientos de millones de euros. El perjuicio para las arcas del Tesoro se cuenta por decenas de millones.
Los ingresos escamoteados por toda esta tropa ascienden a cientos de millones de euros
El modus operandi de la banda para burlar a los recaudadores funciona así. Primero se levanta un andamiaje de compañías opacas sitas en exóticos paraísos dinerarios. Luego se transfieren a ellas los copiosos chollos que los deportistas reciben de las multinacionales en concepto de derechos de imagen.
En el presente caso, le ha tocado el turno de rendir cuentas a la plantilla del Real Madrid. Con anterioridad, varios cracks del FC Barcelona ya se vieron en un trance similar. La Agencia Tributaria abrió investigación a Leo Messi y Javier Mascherano, descubrió sus irregularidades, cursó denuncia al ministerio público y finalmente se llegó a juicio.
Para ambos hubo condena. Fijaba el pago de los impuestos hurtados, más un 40% de recargo como mínimo, más unas leves penas de privación de libertad que no acarrean la entrada en prisión.
La espectacular rapiña destapada, con amplias ramificaciones internacionales, se halla en las primeras etapas. Aún habrán de transcurrir muchos meses hasta su desenlace. Se estima muy improbable que alguno de los implicados acabe durmiendo a la sombra.
En gatuperios de este calibre, los órganos de la administración se tientan la ropa antes de tomar decisiones. Así, en el sumario sobre uno de los futbolistas pillados con las manos en la masa, la fiscal dictaminó de entrada que los hechos no constituían delito y propuso archivar la causa. Por fortuna, la jefa suprema del organismo enmendó la plana a su subordinada y se inculpó al jugador.
Se estima muy improbable que alguno de los implicados acabe durmiendo a la sombra
Algo parecido ocurre con Arturo Zamarriego, titular del juzgado de instrucción número 2 de Madrid. A él acudió el bufete Senn Ferrero, con sede en la capital, entre cuyos clientes figura Ronaldo. Pretendía impedir que el rotativo El Mundo publicase nueva alguna sobre los apaños defraudadores del individuo. Con inusitada celeridad, el magistrado dictó resolución por la que prohibía a ese diario que divulgase cualquier mención del asunto.
El periódico respondió que, en caso de duda, prevalece el derecho de los ciudadanos a la información. Ni corto ni perezoso, largó docenas de páginas relativas al sonrojante mangoneo. El juez, inasequible al desaliento, firmó otro auto de mayor alcance. En él ordenaba a una serie de relevantes medios europeos que se abstuvieran de insertar una sola línea sobre la materia. Cuando el auto de marras se transmitió a sus destinatarios, la prensa del viejo continente llevaba ya varios días aireando con profusión las interioridades del desfalco, de modo que sus ecos eran incontrolables.
En un mundo plenamente intercomunicado como el de hoy, la pretensión de poner puertas al campo de las noticias es tarea vana, condenada a un ridículo estrepitoso.