Después de que Mariano Rajoy haya asegurado que no pone "condiciones" al PSOE para la investidura, todo el mundo parece convencido de que a final de mes habrá Gobierno y no terceras elecciones. Pero no sería la primera vez que Rajoy dice una cosa y hace otra, y sigue siendo muy sospechoso el bombardeo previo a su desmentido con que cargos del PP --encabezados por ese ejemplo de moderación llamado Rafael Hernando-- castigaron a los desarticulados socialistas y a la asombrada opinión pública. Al mismo tiempo, algunos socialistas del antiguo sector crítico empezaron a deslizar que abstenerse ahora sería como dar la razón a Pedro Sánchez y confirmar que el único objetivo de la rebelión en el comité federal era cambiar la posición del PSOE del "no es no" a la abstención.
"Si el PSOE finalmente facilita la reelección de Rajoy con una abstención, total o parcial, esa decisión no solo no resolverá los problemas, sino que puede que los agrave"
O sea, que las cosas aún no están tan claras como algunos quieren verlas o que las veamos. Pero si el PSOE finalmente facilita la reelección de Rajoy con una abstención, total o parcial, esa decisión no solo no resolverá los problemas, sino que puede que los agrave. Los sucesos del tenebroso comité federal, que derrocó al único líder socialista elegido por los militantes, tendrán graves consecuencias y dentro de poco se verá que, aunque haya cometido errores sobre todo de estrategia, el problema no era Sánchez, a quien los barones han acusado reiterada e injustamente de haber obtenido los peores resultados de la historia del PSOE. Esa acusación es injusta porque olvida la existencia de Podemos, un partido que por primera vez disputa a los socialistas el espacio hegemónico de la izquierda. Si comparamos con debacles anteriores, son peores los resultados de Joaquín Almunia en el 2000 (perdió 1,5 millones de votos y 16 diputados), cuando compitió con el PP sin adversarios en la izquierda, ya que había suscrito un pacto con Izquierda Unida. También son peores los de Alfredo Pérez Rubalcaba en 2011 (perdió 4,2 millones de votos y 59 escaños). Es cierto que en el primer caso el PSOE pagó el desgaste del poder de Felipe González y la corrupción, y en el segundo el giro austericida de José Luis Rodríguez Zapatero.
Sánchez, sin embargo, acusando aún el desastre del poszapaterismo, perdió 1,5 millones de votos y 20/25 diputados en las elecciones de 2015 y en las repetidas de 2016. Y en las dos existía ya Podemos, que es el verdadero problema. El PSOE debería preguntarse por qué surgió Podemos, en lugar de creer, como parecen pensar los barones, que es un fenómeno efimero y que, liquidado Sánchez, la reconstrucción del partido bastará para recuperar el esplendor perdido. Mientras el PSOE no recupere el voto joven y de las clases medias urbanas, mientras no vuelva a ganar en las grandes ciudades, mientras no haga propuestas que atraigan a las capas más dinámicas de la sociedad, mientras no aborde de una vez el problema territorial de España, no volverá a ser alternativa. ¿Pueden hacer eso los barones, y en especial Susana Díaz, que no ha sido capaz de dar la cara ni tras el golpe palaciego de Ferraz? Las dudas son oceánicas.