“Yo conozco a uno que oyó hablar de que en Barcelona se encontraba trabajo fácilmente y vino andando desde Huelva, la última provincia de Andalucía, el otro confín de España, respecto a nosotros. ‘Non Plus Ultra’. No hay nada más allá”. Cuando leí Els altres catalans de Paco Candel en su primera reedición (1976) pero en versión original --es decir, en castellano-- marqué este párrafo que nunca olvidé. Siempre he pensado que ese inmigrante andaluz tan atrevido debió ser onubense y, para más señas andevaleño, como Carolina Marín.
Sí, había ganado España, pero ante todo había vencido una andevaleña del rincón más olvidado y deprimido del Reino
La razón de mi hipótesis es bien sencilla. Candel apuntaba que venía de un pueblo de la provincia, donde la miseria debía ser moneda corriente pero las ganas de vencer esas durísimas condiciones eran aún mayores. Existe una comarca onubense, El Andévalo, donde se sometió a su población a un extraordinario expolio en las últimas décadas del siglo XIX con la privatización de las tierras comunales y municipales, más del 80% de total de la superficie de sus términos. Situación que se agravó con el desembarco colonial de los ingleses que pusieron de nuevo en explotación innumerables minas de piritas. Las tensiones llegaron a tal extremo que los obreros de esta comarca, asfixiados por los humos y malpagados, hicieron la primera huelga ‘ecologista’ en España en 1888, brutalmente reprimida y que aún se recuerda como ‘el año de los tiros’.
La miseria y la represión llegó a un extremo inimaginable con la guerra civil del 36. Ni una sola batalla y El Andévalo es una de las comarcas con mayor número de fosas comunes de toda España. Del hambre en los años posteriores mejor no hablar. Fueron muchos, muchísimos, los que marcharon, en los años sesenta, andando o en camionetas en busca de algo mejor. Algunos los conocí recién llegados y sobreviviendo en las barracas de Montjüic, a mediados de los sesenta. Una suerte de enorme exilio económico que ha convertido a El Andévalo en la comarca más pobre de la Unión Europea, aún hoy. Donde, curiosa que no paradójicamente, las grandes fortunas de este país --entre ellas algunas de las más importantes de Cataluña y de Madrid-- se han hecho con miles y miles de hectáreas para disfrute cinegético y algo más, en la versión más improductiva que podamos imaginar. Este ‘señorito andaluz’ forastero, en algunos casos molt català, es el primer interesado en mantener intocable el sistema de míseros subsidios que se reparten en esta comarca para fijar su escasa población.
Pues bien, estaba en un bar andevaleño --entre los pueblos paterno y materno de Carolina-- viendo la final olímpica de bádminton, y les aseguro que la felicidad de los vecinos y vecinas era enorme al ver cómo su paisana luchaba por el oro, en un deporte del que todos saben su origen colonial y el porqué se practica en Huelva. Las lágrimas compartidas con las de Carolina, que sabe muy bien de donde viene, al sonar el himno no empezaron con las primeras notas sino antes. Sí, había ganado España, pero ante todo había vencido una andevaleña del rincón más olvidado y deprimido del Reino. Increíble, pero cierto.