Un método criminal
En todas las guerras hay efectos colaterales que los estadistas contemplan como algo inevitable, pero necesario. Es lamentable, indican, pero el coste cero no existe si se quiere conseguir un bien mayor. No hay duda de que un conflicto armado tiene esas consecuencias, pero ¿puede llamarse guerra a la competitividad en el trabajo? Para algunos, desde luego.
En las grandes empresas los trabajadores expresan sentirse destrozados, angustiados, exhaustos
La Organización Mundial de la Salud (OMS), ha analizado los suicidios relacionados con la actividad laboral en Francia y ya en 2003 llegó a la conclusión de que este país tiene uno de los índices de muertes voluntarias más altos de Europa, solo superado por Austria, Finlandia y Bélgica. En las grandes empresas los trabajadores expresan sentirse destrozados, angustiados, exhaustos. Todo ello provoca insomnio, problemas cardíacos, pérdidas de voz, de peso, de pelo, de piezas dentales, angustia, depresión y finalmente, muerte. Y se consigue gracias a un método de acoso y derribo que según expresan los supervivientes, ha utilizado la empresa France Télécom, por citar uno de los casos más sangrantes.
Recientemente, hemos sabido que la fiscalía francesa ha hecho público un informe en el que describe los resultados de la investigación llevada a cabo en la causa criminal seguida contra Didier Lombard, director de la citada compañía y otros exdirectivos por acoso moral contra los trabajadores, y en él se relata el terror sufrido. En 2006 se decidió que 22.000 empleados debían abandonar France Télécom y otros 14.000, cambiar de destino para ser competitivos. Lo que Lombard calificaba de “planes indispensables para la supervivencia de la empresa”, consistía en cambiar al trabajador de puesto repentinamente, modificar objetivos, vaciar los despachos de silla, mesa y ordenador, dejar al trabajador sin tarea, pero exigirle el cumplimiento del horario.
Los testimonios de los supervivientes relatan reuniones semanales que tenían por objeto minar su estabilidad mental
Para ello contrataron a unos 4.000 directivos intermedios que cobraban primas por empleado que dimitía. Decían a sus víctimas que “la compañía te destrozará” y que debían aceptar la pérdida de su ambiente familiar en beneficio de la empresa. ¿Consecuencias? Un goteo de suicidios que empezaron en 2008 y siguieron durante años. En 2010 se contabilizaron 60, muchos de los afectados ponían fin a su angustia en la propia empresa y dejaban cartas en las que relataban sus motivos. En 2011 uno de los trabajadores se quemó a lo bonzo en el parking de las oficinas. Otros intentaban suicidarse, sin conseguirlo. Los testimonios de los supervivientes son estremecedores, relatan reuniones semanales absurdas de más de dos horas, que tenían por objeto minar su estabilidad mental, exigencias de resultados imposibles, burlas sobre sus aptitudes laborales. Consta un informe del inspector de trabajo en el que afirma que la dirección fue alertada de los riesgos psicológicos de lo que estaban haciendo, pero siguieron adelante. Ahora, le toca a la justicia hacer su trabajo.
Lombard llegó a decir que el suicidio era “una moda”, pero basta leer las cartas que los afectados dejaban a sus familiares en las que confesaban sentirse acabados, verdaderas ruinas humanas, para sentir indignación e impotencia. Una de las víctimas mandó un correo a su padre antes de tirarse por la ventana de la oficina y lo finaliza así: “Prefiero morir. Dejo mi bolso y mi móvil en el despacho. Llevaré conmigo mi carta de donante de órganos. Nunca se sabe. Te amo, papá”.