Pensamiento

Hijos de CUP

18 mayo, 2016 00:00

Una entrevista a Anna Gabriel, diputada de la CUP, en la que afirmaba que le gustaría tener hijos en grupo --en una comuna--, y cargaba contra el anticuado concepto nuclear de familia, causó verdadero revuelo pocos días atrás. Estas son, resumidas, algunas de las frases más significativas: "Si pudiera formar parte de un grupo que decide tener hijos en común me satisfaría la idea [...] como en otras culturas, en las que la paternidad o maternidad no está tan individualizada y no se centra en un núcleo tan pequeño. [...] De este modo, quien educa es la tribu y, por tanto, no existe ese sentimiento de pertenencia del hijo que has tenido a nivel biológico. [...] Lo que tenemos me parece pobre, enriquece muy poco, y tiende a convertir a los padres en personas muy conservadoras; como quieres lo mejor para los tuyos, y los tuyos son muy pocos, porque son uno, dos o tres, se entra en una lógica perversa".

Los propósitos y métodos de la CUP se alejan del deseable bien común platónico, o de la búsqueda de paz existencial, para acercarse a los fracasados experimentos de despersonalización del individuo

¿Eliminación del vínculo emocional con el hijo, educación a cargo de la tribu? ¿Les parece bien que examinemos este despropósito? A ver, pónganse el traje de viajeros del tiempo y síganme al pasado...

El excelente historiador romano Flavio Josefo, en sus textos La Guerra de los judíos (Libro II) y Antigüedades judías (Libro XVIII), describió con todo lujo de detalles a los miembros de la secta esenia, unos cuatro mil judíos muy especiales. Los esenios vivían dedicados a la contemplación y a la trascendencia espiritual; lo compartían todo, de forma comunal; abominaban de la riqueza; educaban y consideraban a todos los hijos de la secta como propios; vestían de blanco, eran frugales, despreciaban el hedonismo y, ante todo, eran pacíficos, de una beatitud mística que rozaba lo estático, hasta el punto en que desconcertaron a las legiones romanas --acostumbradas a batallar con los estelados de la época, los zelotes, atrincherados en las alturas de Masada, su 1714 particular--, que veían cómo los esenios les abrían las puertas de sus casas y compartían con ellos todo cuanto tenían. Resultaba imposible enfadarse con gente así.

Movimientos heréticos históricos posteriores --arrianos, nestorianos, valdenses, cátaros...-- hicieron suyos parte de los postulados esenios, aunque su desafío a lo establecido acabó siendo aplastado por la Iglesia, empeñada en consolidar la idea de que Jesucristo era "propietario" de la túnica que vestía y de las sandalias que calzaba, justificando así el concepto de propiedad privada, tal y como Umberto Eco explicó de forma brillante en su novela El nombre de la rosa.

Sin tener que retrotraernos tanto en el tiempo, los hippies --hijos abúlicos del acomodado american way of life; discípulos de Leary, Kerouac y Whitman-- abrazaron la vida comunal, el sexo libre, el regreso a la Arcadia feliz y la ingesta masiva de LSD. Aunque entregados a la haraganería, perseguían también la experiencia psicodélica en su afán por atravesar "las puertas de la percepción" (Aldous Huxley) cognitiva ordinaria, para llegar así al estado de plenitud cósmica gracias a la anulación del ego y la disolución en el Todo Universal.

Son ustedes, señoras y señores de la CUP, una tribu libre de vivir como mejor les plazca, porque esto es, a pesar de todas sus mentiras e inquina, una democracia avanzada y muy permisiva

¿Se parecen en algo los postulados de esenios, cátaros y hippies a los de la CUP? Rotundamente, no. Mientras los primeros buscaban crear su propio ser y estar sin atentar contra otros modos de entender y vivir la vida, los propósitos y métodos de los segundos se alejan del deseable bien común platónico, o de la búsqueda de paz existencial, para acercarse a los fracasados experimentos de despersonalización del individuo llevados a cabo por el estalinismo en aras de una adhesión ciega al régimen, al comunismo libertario más rancio y combativo, al koljós o granja colectiva rusa más improductiva. Esos "hijos de todos y de ninguno" que preconiza, o dice desear, Anna Gabriel serían una legión de "niños de la llave sin llave" --¿quién necesita llaves en una comuna?--; niños de futuro exento de meta o ambición; educados --aunque mejor sería decir inmersionados-- en la negación del deseo (burgués) de superación y prosperidad; sin responsable directo, sin abrazo intransferible, sin huella emocional irrepetible; hijos de un matriarcado tribal de bajo nivel afectivo en el que la responsabilidad individual se diluye en el no hacer colectivo; con un corte de pelo estilo tazón, camiseta doble, aro, verborrea abertzalizada y radical y Manual del buen cupero como lectura básica de por vida.

Son ustedes, señoras y señores de la CUP, una tribu libre de vivir como mejor les plazca, porque esto es, a pesar de todas sus mentiras e inquina, una democracia avanzada y muy permisiva. Así que dedíquense a consagrar, si eso les hace felices, sus copas menstruales a Afrodita; disfruten de la poligamia; celebren asambleas, akelarres sexuales pancatalanistas o monten una granja infantil de cría y engorde marxista, que los catalanes ya estamos acostumbrados a sus majaderías, prepotencia y totalitarismo, pero no nos den lecciones, ni nos digan cómo debemos educar, amar y relacionarnos con los nuestros. Saquen sus manos de nuestros hijos. Millones de padres pensamos de otro modo. Y ustedes no tienen ni siquiera el derecho a insinuar que no hacemos lo correcto, que nuestra forma de querer pervierte las relaciones, o que nuestro concepto y vínculo afectivo es pobre, equívoco o decadente.

Hijos de CUP, no, gracias.