Pensamiento

No cambiaría Barcelona por nada

15 mayo, 2016 00:00

No quiero parecer el pedante que no soy, pero este escrito tengo que empezarlo por el principio moral que defendía Kant: actuar con buena voluntad como ley universal. Yo, que no soy virtuoso ni tengo un pelo de santo, me intento adecuar --hay quien me dice que ingenuamente-- a ese principio del filósofo alemán. Lo pongo por delante en plan escudo protector para lo que hoy quiero contar sobre hasta que punto las tradiciones catalanas forman parte de la médula de la cultura española.

Hablo desde la misma raíz: el gentilicio 'español' no nació en España sino viene del provenzal. Si hubiera nacido en Hispania, la palabra sería españón (como los bretones, bretón, o los gascones, gascón), pero procede de los galos, que así denominaron a sus aliados al otro lado de los Pirineos (La Marca Hispánica). Es decir, lo que sería Cataluña. El nombre se extendió para todos los habitantes de la península, por eso Borrell II, el primer conde de Barcelona, tenía el título de marqués de la España citerior. El nombre latino para la zona más próxima de los galos: la Marca Hispánica. ¡La Catalunya vella! Es la pila bautismal.

Borrell II, el primer conde de Barcelona, tenía el título de marqués de la España citerior. El nombre latino para la zona más próxima de los galos: la Marca Hispánica. ¡La Catalunya vella! Es la pila bautismal

En la carta Napoleón tenía razón de hace un par de semanas explicaba que nuestra cultura occidental tiene cuatro sustratos: la filosofía griega, la tradición cristiana, el imperio de la ley y la santificación de la razón; pero lo que más ha marcado nuestras tradiciones ha sido el cristianismo. Josep Torras i Bages escribió en el XIX esa frase que está en el frontispicio del monasterio de Montserrat: "Cataluña será cristiana o no será". El vigatà fue el impulsor del catalanismo católico, manantial ideológico de Jordi Pujol.

Lo demostraré repasando buena parte de los días festivos del calendario laboral, empezando por la cabalgata de Reyes que no se celebra ni en la Roma papal. En España empezó en el siglo XIX en Alcoy, pero no existe ningún pueblo catalán por pequeño que sea que no la celebre.

El día del libro y la rosa (Sant Jordi) se celebra el 23 de abril originalmente para conmemorar la muerte de Miguel de Cervantes y del inca Garcilaso de la Vega (padre de la literatura castellana en Hispanoamérica), así como la de William Shakespeare.

Los pasos de Semana Santa se celebran en Tarragona, Lleida y Girona (en Barcelona dejaron de celebrarse a finales de los 60; en los 70 una cofradía secular retomó una tradición católica tan antigua como los pasos de Sevilla o Valladolid).

Las hogueras de la Nit de Sant Joan se celebran en toda la costa mediterránea, pero también en la cántabra y atlántica sin la pirotecnia que nos llegó del sur del Ebro, de la Comunidad Valenciana.

En el siglo XV el monasterio Montserrat, fuente espiritual de la catalana terra, fue entregado por el rey Fernando a catorce benedictinos procedentes de Valladolid para que lo reformaran y desde la capital vallisoletana se dirigió. Veinte años después, el fraile ermitaño de Montserrat acompañó a Colón en su segundo viaje para llevar la Moreneta al Nuevo Mundo.

Todos los 15 de agosto, la Cataluña católica, esté o no de vacaciones, celebra la festividad de la Mare de Déu. La Virgen María en el resto de España.

La castañada, boniatos y panellets de Tot Sants, y la tradición de llevar flores a los difuntos se conmemora con festón y regocijo. Los panellets son un dulce que se consume en los domingos de todo el año en Ávila, a sesenta kilómetros de Madrid. Los abulenses le llaman apiñados, pero tienen la misma forma y saben igual.

Nochebuena o Nit de Nadal y Navidad es la fiesta familiar por antonomasia del año. En Nochebuena todos cantamos los villancicos alrededor de la mesa o los niños delante del Belén. Ese pesebre lo trajo a España María Luisa Gabriela de Saboya, la primera reina consorte de Felipe V. En el siglo XVIII la aristocracia la imitó, en el XIX se extendió a las clases pudientes y, a través de la Iglesia, al resto de las clases sociales. El caganer es el signo de identidad de esta tradición importada por la mujer italiana del primer Borbón.

Y para acabar el año: las doce uvas en Europa sólo las comemos nosotros. No es una tradición cristiana, pero sí popular. Que siendo importante, no sólo de herencia religiosa vive el hombre. ¡Hasta los curas las toman y las beben con cava catalán!

Si hablo de hace un siglo, ¿saben cuales eran los dos espectáculos de masas que se celebraban en la capital de Cataluña? La zarzuela y los toros

Hablando de comida: el aceite es lo que distingue a nuestra cocina, y le da ese toque de excelencia. También en el pa amb tomàquet.

Esta hortaliza la trajeron de las Américas los conquistadores, y el mejor pernil (palabra del castellano antiguo que puede leerse en El Quijote) procede de las dehesas castellanas, extremeñas o las más próximas de Teruel. Los catalanes tenemos un sabroso fuet, pero el llamado jamón del país no sabe a pata negra...

Entiéndase lo que estoy diciendo. Toda esta riqueza heredada de nuestros ancestros viene de lejos, procede del acervo común español (recuerden el origen etimológico del gentilicio).

Sé que me dirán, los que encuentran en las diferencias su razón de ser: tenemos els castellers y las sardanas como patrimonio cultural. Lo son, pero no me llamen aguafiestas: la sardana es un baile folclórico de L'Ampordà que se convirtió en el baile tradicional de Cataluña a principios del pasado siglo extendido por los nuevos aires del nacionalismo, exactamente igual que lo ocurrido con els castellers. La diferencia es que estos castillos humanos tradicionales de las comarcas interiores de Tarragona se propagaron por toda Cataluña en los años 80, alentados por la nueva Generalitat de Jordi Pujol. Estas construcciones son muy bellas. Dentro de cien años tendrán la historia que hoy tiene la sardana, pero no antes...

Si hablo de hace un siglo, ¿saben cuales eran los dos espectáculos de masas que se celebraban en la capital de Cataluña? La zarzuela y los toros (Barcelona tenía tres plazas; no existía ciudad en el mundo con más).

Recuerden que he empezado este ya largo escrito con ese principio kantiano de defender la buena voluntad como ley universal, y dije que lo decía como escudo protector para quienes consideren que he ofendido los sentimientos nacionalistas. Quien así lo vea, se vuelve a confundir.

Cataluña tiene una fuerte personalidad. Es indiscutible pero, como decía el filósofo Julián Marías, la idiosincrasia española es precisamente esa: su fuerte personalidad. Y su atractivo, añado.

Por eso España gusta y atrae al mundo entero. Somos un país envidiable, y Cataluña, delante. Que me perdonen París, Londres o Roma pero no cambiaba Barcelona por nada (i sóc de Lleida).