Pensamiento

El miedo

11 abril, 2016 00:00

'1984' es una de las mejores novelas del siglo XX en la que George Orwell nos sitúa en un Estado totalitario cuyo objetivo es conseguir "un mundo de miedo, de ración y de tormento, un mundo de pisotear y ser pisoteado, un mundo que se hará cada día más despiadado". Los estados se agrupan en tres: Eurasia, Oceanía y Asia Oriental y están en conflicto permanente, en una guerra que nadie ha visto, pero de la que se informa cumplidamente a la ciudadanía que además sufre las consecuencias de escasez de víveres y otras penurias.

Pensamos que, en el siglo XXI, ya no hay un gobernante al que seguir ciegamente por temor al castigo, pero hay otras formas de miedo que condicionan nuestra conducta, sin que seamos realmente conscientes de ello

El miedo, que Sigmund Freud definía como "un sufrimiento que produce la espera de un mal", constituye una emoción primitiva que desde la prehistoria ha permitido al hombre reaccionar ante una amenaza para asegurar su supervivencia, pero también ha sido un buen recurso para el gobernante, tal y como Nicolás Maquiavelo aconsejaba a Lorenzo de Médicis en su obra 'El Príncipe'. Recomienda que lo mejor es ser temido y amado, pero si es imposible esa perfección, es más seguro ser temido, y lo justifica con una máxima: "El temor es el miedo al castigo que no se pierde nunca". A pesar de ello, indicaba al Príncipe que siempre es mejor abstenerse de apoderarse de los bienes ajenos, porque "los hombres olvidan antes la muerte del padre que la pérdida del patrimonio". Ese desprecio y desconfianza al género humano lo completa afirmando que la mayoría de los hombres son "ingratos, volubles, simuladores, cobardes ante el peligro y ávidos de lucro". ¿Somos así realmente? ¿Es necesario utilizar el aforismo de la zanahoria y el palo para dirigir a un grupo o a una sociedad? Ello ha sido y es el fundamento de las dictaduras que exigen la sumisión al líder y a las normas de conducta sin dejar espacio para tener otras ideas.

Hoy la tecnología nos permite acceder a la información de manera instantánea, podemos conocer, saber al minuto lo que pasa en la otra parte del mundo y eso nos hace libres. Sin embargo, la noticia de que "los mercados" están inquietos (sin que muchos podamos ponerles cara) o el anuncio de un líder mundial de que se avecina una catástrofe económica, nos angustian. Tememos perder nuestros bienes materiales, nuestra estabilidad personal y familiar, esa parcela que nos hemos ganado con esfuerzo, y actuamos en consecuencia. Quizá luego no se cumpla la amenaza pero se ha hecho lo posible para neutralizarla, o así nos lo han dicho. Pensamos que el Príncipe de Maquiavelo no tiene cabida en el siglo XXI, ya no hay un gobernante al que seguir ciegamente por temor al castigo, pero hay otras formas de miedo que condicionan nuestra conducta, sin que seamos realmente conscientes de ello.

El 16 de marzo de 2003 se reunieron en las Azores un presidente del continente americano y tres del continente europeo a fin de anunciar que era imprescindible para garantizar la seguridad mundial "desarmar a Irak de armas de destrucción masiva". Cuatro días más tarde se invadió el país y empezó una guerra cuyas consecuencias siguen ahora, trece años después. Las armas de destrucción masiva no se encontraron nunca, sencillamente porque no existían.