Pensamiento

El rechazo silencioso

27 marzo, 2016 00:00

Antes del último atentado de Bruselas, en una visita a mi Lleida natal, la esposa de un mosso d'esquadra me contaba cómo le había cambiado la vida con el fenómeno combinado del crecimiento de la población musulmana y la amenaza yihadista. "No puedo tender la ropa de mi marido en un balcón, tiene que salir de casa con el uniforme metido en una bolsa, por si lo ve algún vecino musulmán. Se pone de los nervios si sabe que yo o mi hija nos hemos metido en algún barrio donde todo son moros, lo que nos obliga a dar rodeos por zonas enteras del centro, pasando por detrás de la catedral".

No hay que ser familia de policía para que muchos leridanos hayan dejado de pasear por ciertas calles y hasta abandonar su hogar para no tener que convivir con los inmigrantes

No hay que ser familia de policía para que muchos leridanos hayan dejado de pasear por ciertas calles y hasta abandonar su hogar para no tener que convivir con los inmigrantes, especialmente magrebíes, con la consecuencia de que estos se van quedando encerrados en los barrios del centro, mientras el autóctono se hace suburbano. "El 20% son inmigrantes. Acceden a pisos de ayuda oficial donde se meten todos los que quepan, y los propietarios renuncian a arreglar nada porque saben que sólo podrán alquilar su piso por 300 euros a otra familia de otros tantos inmigrantes. Viven en casas cada vez mas deterioradas, son gente de otras costumbres. Y ni ellos aceptan las nuestras, ni a nosotros nos gustan las suyas. Nos vamos también para que nuestros hijos puedan cambiar de colegio. No nos entendemos en nada. Somos como agua y aceite".

Un clima igual de enrarecido se palpa en la vecina Balaguer, otra de las localidades con más inmigrantes de Cataluña. "Cuando te cruzas con ellos, si no bajas los ojos, te miran como si les hubieras ofendido. Así es difícil intercambiar hasta los buenos días. Cosa que no pasa con los africanos negros, más alegres y en general buenos compañeros en la faena", dice un vecino que vive del campo. En más de una tienda de la Plaza Mayor, las mujeres bajan la voz cuando entra un magrebí. Sólo la tendera que trata con ellos todos los días conoce por su nombre a más de uno de los que viven a dos calles: "Son buena gente, hay que saberlos tratar". Gracias a la tendera, más de una mujer de estos inmigrantes ha encontrado trabajo, casi siempre en el servicio doméstico, y entonces sí, de mujer a mujer, de catalana a marroquí, hablando de los hijos y compartiendo recetas de cuscús, entre las cuatro paredes del hogar catalán, se establecen vínculos y reconocen afinidades, y hasta puede vérselas comprando juntas.

Sólo había visto un rechazo tan declarado en algún progre revenido de la parte alta de Barcelona

Sólo había visto un rechazo tan declarado en algún progre revenido de la parte alta de Barcelona, en su tiempo asiduo de los locales de la Rambla o el Raval, y que ahora lleva años sin pasar de la plaza de Cataluña para no toparse con lo que llama "la turistada" o "la morería" --todo el que lleva a su lado una mujer tocada con un pañuelo--, que entiende que le han dejado 'su' ciudad hecha unos zorros. Pero las cifras que revelan que al lado de una escuela pública, donde el 80% de los alumnos son hijos de inmigrantes, se encuentra otra concertada donde apenas llegan al 6%, hacen pensar que la evitación silenciosa se practica en más de un barrio.

En Madrid, a pesar de los atentados del 11-M y de que barrios enteros como Lavapiés pululan de inmigrantes, ese sentimiento parecía hasta ahora más diluido. Tal vez porque no está en la ruta del Magreb a Europa y no es lugar para temporeros de la pera como en Lleida, y la inmigración es mucho más variada con una probable mayoría de latinoamericanos a los que cuesta comparativamente poco convertirse al color local. Y también puede influir de manera positiva la presencia de la comunidad diplomática árabe-musulmana, integrada por profesionales cosmopolitas que han estudiado o servido en medio mundo, por no mencionar la meritoria labor de la Casa Árabe, con una programación cultural que nos recuerda la riqueza de la civilización a la que los inmigrantes pertenecen.

¿Cuánta integración pueden comprar las ayudas sociales cuando la convivencia falla? ¿Cómo restablecer la confianza en un clima de miedo?

Pero nada compensa el gran motor del miedo que dispara cada nuevo atentado, especialmente en los centros urbanos de Europa occidental. Y todo ello tiene como corolario la creciente insensibilización general ante la idea de que refugiados menesterosos, como los que vemos en los noticiarios de televisión, escapados del conflicto sirio, puedan llegar un día a nuestras costas. Pero es, pese a todo, en ese Madrid donde se ha visto como, tras el atentado de Bruselas, aparecía una pancarta colgada por un grupo de extrema derecha en lo alto de la Mezquita que rezaba: "Hoy Bruselas, ¿mañana Madrid?".

Es un fenómeno que no ha hecho más que empezar, como señala el gran especialista español, Ignacio Cembrero, en su libro de próxima aparición La España de Alá (La Esfera de los Libros), como consecuencia de la desestabilización que crece en el Magreb y la búsqueda de rutas alternativas a través de Egipto, Libia y Argelia para cientos de miles de refugiados.

¿Qué integración es posible para estos nuevos vecinos, a los que convendría confundirse cuanto antes con el paisaje? ¿Cuánta integración pueden comprar las ayudas sociales cuando la convivencia falla? ¿Cómo restablecer la confianza en un clima de miedo? ¿Dónde se enseña el diálogo, imprescindible para avecindarnos todos en una sociedad sin guetos ni exclusiones, cuando la acción política es inexistente o fracasa?