Pensamiento

Tiempo de diálogos

18 marzo, 2016 00:00

Cuando a los políticos les da por una palabra, los ciudadanos --lectores o no-- tenemos que prepararnos para lo peor. Desde hace varios años nos hemos acostumbrado a oír cómo los líderes utilizan machaconamente el término 'diálogo' como sinónimo de salida racional al conflicto entre el nacionalcatalanismo y el gobierno central.

El president Puigdemont en sus declaraciones, después de la visita del no investido presidente Sánchez, insistió en ese erróneo sentido de 'diálogo'. Sorprende que, habiendo querido ser filólogo, Puigdemont no tenga escrúpulo alguno en abusar del manoseo de 'diálogo', sin su signficado correcto. Salvo que se refiera a 'diálogo de besugos' (conversación sin coherencia lógica) o 'diálogo de sordos' (conversación en la que los interlocutores no se prestan atención).

Sorprende que, habiendo querido ser filólogo, Puigdemont no tenga escrúpulo alguno en abusar del manoseo de 'diálogo', sin su signficado correcto. Salvo que se refiera a 'diálogo de besugos' o 'diálogo de sordos'

Quizás el uso político del término 'diálogo' tenga más que ver con la ficción. El humanismo renacentista recuperó la tradición clásica de los diálogos como obra literaria, en prosa o en verso, en la que se fingía una conversación, en ocasiones con ideas contrapuestas, entre dos sujetos. Incluso el enorme éxito de los diálogos los llevó a convertirse en coloquios, en construcciones literarias y morales entre dos o más personajes.

Los modelos de estas ficciones conversacionales eran muy conocidos: los diálogos de Platón, de San Agustín, de Cicerón, hasta los más humorísticos como los de Luciano o Erasmo. A diferencia de los tratados escolásticos --centrados en cuestiones minúsculas e inteligibles solo para iniciados--, los diálogos renacentistas fueron sobre todo morales y muy didácticos, y en general fueron una exaltación de la vida civil.

No estaría de más que nuestros políticos leyeran alguno de los centenares de diálogos que durante los siglos XVI y XVII circularon --manuscritos o impresos-- con gran profusión. Tomo como ejemplo el mejor diálogo de la literatura catalana del Renacimiento, 'Los col·loquis de la insigne ciutat de Tortosa' (1557) de Cristòfor Despuig. Entre sus páginas los actuales apologetas del 'diálogo' pueden encontrar sugerentes reflexiones del escritor tortosino sobre las tensas relaciones entre catalanes y castellanos, comentarios que quizás les puedan servir para sus conversaciones políticas.

Por boca de sus personajes, Despuig denunciaba el intento castellano de monopolizar la españolidad. Se quejaba de que manipulaban la historia en su beneficio, porque no reconocían "la glòria dels espanyols que no són castellans [...] questos castellans s'en beven tot". Aún más, insinuaba que estos se consideraban superiores al resto de españoles, porque "volen ser tan absoluts y tenen les coses pròpies en tant y les estranyes en tan poc que par que són ells vinguts del Cel y que lo resto del hómnes es lo que es eixit de la terra". Y concluía sin complejos que Cataluña "no sols es Espanya mas es la millor Espanya".

Visto lo visto, ahora y antes, diálogo no es sinónimo de negociación. Mientras nuestros dirigentes no abandonen su ficción, sólo les quedará hablar por hablar.