La buena gente de España y Puig
“Sin buena gente, España ya no existiría. Lo que me temo es que a la buena gente se le han ido las ganas de serlo”, dice Valentí Puig en su nuevo libro (el tercero de este año) 'Fatiga y descuido de España' (Galaxia Gutenberg). Hay que partir de una base sólida. Dado que la virtud genera confianza y es autoestima, hay que relanzar las virtudes públicas: fomentar la ejemplaridad, cultivar el deseo de la obra bien hecha y rechazar sin paliativos el culto a la trivialidad: “Pasamos horas empapándonos de programas de televisión cuyo éxito consiste en multiplicar lo peor de nosotros mismos”. Y sobre todo, es capital robustecer la idea de persona y la conciencia individual.
Dado que la virtud genera confianza y es autoestima, hay que relanzar las virtudes públicas: fomentar la ejemplaridad, cultivar el deseo de la obra bien hecha y rechazar sin paliativos el culto a la trivialidad
España, asegura el escritor mallorquín, no es una nación de pícaros y de falsificadores de facturas. No todo va mal y de lo que se trata es que vaya bien lo que va muy mal. Él ve la España de siempre, “improvisada y generosa, solidaria cuando se producen desastres naturales o grandes desgracias públicas”. Aunque nada esté escrito de antemano, hay gente que se dedica por sistema a hacer perder toda esperanza. Algunos exhiben su ignorancia con raro placer al descalificar nuestras posibilidades --que son las suyas-- mientras que otros escarban neuróticamente en cualquier cosa que les permita arrojar ponzoña sobre ‘lo español’, sabedores de contar para ello con una amplia y potente cobertura. Valentí Puig propone que cada vez que alguien diga que España es un país bananero se le haga explicar por qué. Y apostilla: “Quien lo dice seguramente no sabe ni lo que es un país bananero, ni una democracia avanzada”.
En su reciente dietario, Valentí anotaba esta expresiva observación: “Un jove altruista que a la vegada és sentimental i insensible”. No podemos sentirnos ajenos al destino de los demás, porque no sean de ‘los nuestros’. Anudemos vínculos y vivamos el presente con ricas conexiones. En esta carencia de clara memoria anda el desvarío social. La reforma moral de un país comienza en las familias y en las escuelas y en los medios de comunicación, donde cada día se practique con el sentido del bien común y se cuente con el sentido histórico; la razón está cuajada de historia. Las instituciones no pueden dejar de ser ejemplares y han de tener tolerancia cero con la corrupción. Hay que regenerarse, personal y socialmente, acertar en el diagnóstico de los problemas y en la decidida puesta en práctica de las reformas pertinentes.
Valentí Puig tiene, no obstante, una certeza: España irá adelante si es moderada, y saldrá perdiendo si es extrema
Es inaplazable un sólido pacto para la educación, siempre en consenso y desde la buena fe; todos ceden y todos ganan. Urge combatir las crecientes desigualdades y tener en el horizonte una nación de ciudadanos ilustrados, el espacio común donde convivir. “O somos ciudadanos de una sociedad libre o súbditos de una mafia oligárquica”, sentencia con pleno acierto nuestro escritor.
Considera todavía incalculables las dimensiones del fraude histórico que supone Jordi Pujol: “Un caso de metástasis devastadora, secundado por su dinastía”. La corrupción siempre invita a la mimesis de la rapiña. Valentí Puig tiene, no obstante, una certeza: España irá adelante si es moderada, y saldrá perdiendo si es extrema. Me ciño a este mensaje en especial: partiendo de un auténtico afán de verdad y del respeto a “la existencia de los argumentos del otro”, hay que hacerse con ideas que permitan soluciones razonables y sensatas, no frenadas por el sesgo de las ideologías. Y, no se olvide, es capital robustecer la idea de persona en todas nuestras decisiones.
Dejando aparte las etiquetas de buenos y malos, Valentí Puig rinde homenaje a la Transición que hace cuarenta años maravilló al mundo por lo que éramos capaces de hacer con fría lucidez y cálida empatía. Todavía tenemos mucho que hacer, ánimos y adelante.