Un vampiro muy nuestro
Albert Boadella ha contado que conoció a Jordi Pujol a finales de los años sesenta. Fue a Banca Catalana para aplazar una letra y, tras ir de un despacho a otro, fue acompañado a “la madriguera del Padrone Signore Jordi”. Le sorprendieron sus maneras taimadas y su genuina sonrisita diferencial: “Parecía todo un profesional de la condescendencia y la mueca críptica”. Se quedó de piedra cuando el futuro hechicero de la tribu pidió a su secretaria el ‘dossier Joglars’. Boadella se percató de que ya actuaba un servicio secreto a lo ‘Mortadelo y Filemón’. Pasaron los años y el ‘insensato’ Boadella se autoexcluyó de colocarse en el pesebre oficial.
En torno al año 2000, Margarita Rivière escribió un ‘thriller’ político que sólo logró publicar hace unos meses, días antes de fallecer. Margarita optó por no editarlo ella misma, lo podría haber hecho con un coste añadido. Se trata de 'Clave K'. Gira alrededor de un gobernante de nombre K, cuya mujer se llama Marka y su país Kaiko. Ya se hablaba de cuentas suizas y paraísos fiscales, de abrir embajadas y hacer política exterior sin que nadie se lo impidiera. ¿Hay alguien que no sepa de quién se trata?
Boadella se quedó de piedra cuando el futuro hechicero de la tribu pidió a su secretaria el ‘dossier Joglars’. Boadella se percató de que ya actuaba un servicio secreto a lo ‘Mortadelo y Filemón’
Es triste constatar la poca calidad de una democracia en que la oposición política es incompetente y se dedica a discusiones absurdas y sin fin, en que la opinión pública tiene emisores bien domesticados y “dispuestos a callar y asentir de forma automática”, en que las gentes que se las dan de importantes (ya sean empresarios, políticos o gente del mundo cultural) asienten mansamente y no se permiten “ni la más mínima crítica ni la más leve ironía” con los sermones y mantras que provienen del cielo gubernamental, y en que tipos influyentes conocen y defienden “la compra de voluntades y la orientación de los medios a través de inyecciones de dinero publicitario”. La morbidez de una democracia en estas condiciones, hecha unos zorros, reclama a gritos regeneración. Hechos y no palabras.
Entre las páginas de esta novela se oye la voz de un periodista consciente de que está en juego el pluralismo y que, sólo en privado, se atreve a manifestar que está harto de no decir lo que piensa de “esta utilización demagógica de los sentimientos de la gente con la historia”. A K, todos los periódicos, incluidos los de la capital, le reconocían su sentido de Estado y moderación, aunque siempre dijera que su país Kaiko era lo primero; un ataque a su gestión o a cualquiera de sus actos era así, por arte de birlibirloque, un ataque dirigido a los kaikos.
Quien consiente tan disparatada identidad es, por de pronto, tonto. Machacón y enfático, envolvía a todos con su poder de convicción. Se daba “el aire de quien dice cosas de trascendencia indiscutible porque protagoniza personalmente una heroica epopeya”. Fue banquero sin serlo, todo ‘por bien del país’. Gracias a altas instancias, salió de rositas de un fraude de envergadura y nunca se podrá ya documentar tampoco que hubo sobornos ante la justicia, como los hubo.
Margarita escribe que el aspecto de K era inofensivo, pero “era un peligroso vampiro acaparador de poder, además de un iluminado mesías y un jugador tramposo en el mundo de los negocios subterráneos”. Sí, pero era ‘muy nuestro’...
El filósofo Julián Marías insistió cada día de su dilatada vida en que si se quiere vivir en libertad, se debe mantener sin desmayo la exigencia de verdad. Caiga quien caiga, ‘peti qui peti’.