Pensamiento

Por qué no se colocan banderas en los balcones

3 julio, 2015 08:47

El sábado estuve en Vic. No podría vivir en la capital del Espetec. Las comarcas catalanas, antaño feudo del caciquismo y carlismo, se han convertido en zona de esteladas. Azules o rojas, esteladas todas. Me recuerda a la Guipúzcoa profunda, la más abertzale. Me encanta su geografía y el apego a sus tradiciones, pero tampoco podría vivir allí.

Las comarcas catalanas, antaño feudo del caciquismo y carlismo, se han convertido en zona de esteladas

No critico que haya prendido la llama independentista, pero lo siento y me apena. Una buena parte de la Catalunya catalana siempre se sintió más catalana que española y cuando el nacionalismo de los herederos del ex Honorable Jordi Pujol ha decidido sacar su instinto primigenio, por efecto simpatía, su gente ha hecho lo mismo.

El sentimiento independentista es más rural que urbano. Es el carlismo contemporáneo. Y el grito de la Independencia que antes de la crisis de 2008 era sentido por el 20% de la población. Hoy parece masivo aunque, en realidad, no llegue al 40% del censo.

¿Por qué no se visualiza la mayoría real y sí lo hace esa inmensa minoría? No es un misterio autóctono, porque eso mismo ocurrió el pasado año en Escocia, o a finales de siglo pasado en Quebec. Los independentistas ganaban la calle, pero perdieron las urnas. ¿Por qué sucedió? Porque es un electorado orgulloso muy motivado. Perseguían un sueño, pero no pisaban el suelo.

Ese sueño ha prendido con fuerza en Catalunya. Es el hijo más indeseado de la crisis, por eso los independentistas lo ven como la gran oportunidad. Ara o Mai. La frase no la he inventado yo, es del propio Artur Mas, el hombre que cuando tenía 45 años rechazaba el independentismo porque lo veía como lo que es: un salto para atrás, y en el vacío…

Para explicar el abstencionismo de esa mayoría silenciosa, más que de política hay que hablar de psicología social. Y lo explicaré con un paralelismo extraído de la Historia reciente: en los años 60 casi toda la intelectualidad latinoamericana, excluyo a Gabriel García Márquez, la del boom literario: el argentino Julio Cortázar, el mexicano Octavio Paz, el peruano Mario Vargas Llosa, el mexicano Carlos Fuentes, el uruguayo Juan Carlos Onetti, incluso el argentino Jorge Luis Borges, treinta años nominado y nunca nombrado Premio Nobel de Literatura, que a sus dieciocho años escribió en Mallorca el poemario ‘Guardia Roja’ y ‘Rusia’ a favor de la revolución rusa.

En el discurso independentista es lo mismo el español centralista al federalista

Toda esta pléyade de escritores del llamado realismo mágico, que se sintieron comunistas y defendieron la revolución cubana de Fidel Castro, acabaron abjurando del marxismo cuando descubrieron que la teoría del paraíso de la dictadura del proletariado en la práctica se había convertido en un infierno. Y cuando hicieron pública su revisión intelectual fueron señalados por el integrismo marxista como unos traidores comprados por los Estados Unidos…

En Europa pasó lo mismo con el francés Albert Camus, asesinado por agentes secretos de la KGB en un extraño accidente de tráfico, o el decreto de silencio cuando los comunistas Jorge Semprún o Fernando Claudín se dieron de baja del Partido antifranquista (PC) al descubrir cómo era la realidad de la URSS post estalinista.

En Catalunya sucede algo semejante. Se ha entrado en la dialéctica binaria del blanco/negro. No existen los grises. O eres culé o merengue, no hay más. En el discurso independentista es lo mismo el español centralista al federalista. El demócrata al franquista. No importa que vote al PP, PSOE o a Podemos. Lo encasilla en el mismo saco. Y no es nuevo. Hace muchos años que oigo a los nacionalistas decir que lo más parecido a un español de izquierdas es un español de derechas, son iguales. Es la misma estupidez que decir que los votantes de la CUP son como los de CDC. Es el estúpido juego binario del blanco o negro.

Como es natural casi todos los catalanes aman a Catalunya. Es un sentimiento tan normal y noble como el de los asturianos amar a Asturias, pero lo que una mayoría no quiere es que por culpa de ese estúpido o blanco o negro, nadie les acuse de lo que no son: anticatalanes.

Por eso no colocan banderas en sus balcones.