Hablemos sobre descerebrados
Queda claro, y lo comparto, que los que se han dedicado a reírse o insultar a todos los catalanes aprovechando la tragedia del avión de Germanwings son unos descerebrados. Hoy insultan a los catalanes, mañana a los aficionados del club de fútbol rival del suyo, pasado a su cuñado y la semana que viene al carnicero porque creen que les ha 'mirado' mal. Los que ofenden de esta manera lo que tienen es un problema personal, y no representan a nadie.
Conozco a multitud de independentistas y nacionalistas de todo tipo y pelaje razonables con los que se puede hablar
Pero los que han usado los problemas conductuales de unos cuantos para argumentar que "España desprecia a los catalanes", "España nos odia" o similares tienen la misma empanada mental. Son tal para cual. Caen en el mismo discurso del odio, y encima se creen superiores porque ya se sabe que España es un país atrasado y a Cataluña todo el planeta la mira con admiración por su civismo y por su procés ejemplar. Queda claro que no me refiero a todos los independentistas ni a todos los soberanistas, solo a los del sector de la rauxa que utilizan cualquier excusa para ventilar su odio.
Porque zumbados los hay en todas partes. Y aquí en Cataluña hay mucho odio. Hace unos días asistí a la presentación del último libro de Joan Ferran ('Esperando a Noé. Entre el diluvio y la independencia', que les recomiendo fervorosamente). El acto tuvo lugar en la sede de Sociedad Civil Catalana, un foro cívico indispensable, y Ferran reconoció que en más de una ocasión le habían increpado en sitios públicos simplemente por haber sido crítico con el nacionalismo. E incluso relató cómo al ex diputado Daniel Sirera le habían cogido del cuello en la calle cuando iba con un crío de tres años simplemente porque a un 'patriota' de pacotilla no le gustaban las opiniones de este político.
Nada nuevo. El polifacético José Miguel Villarroya reconoció en la entrevista que le hice para el libro 'Me gusta Catalunya, me gusta España' que también le habían increpado verbalmente por la calle en más de una ocasión. De momento me he librado, pero durante años he recibido todo tipo de insultos en redes sociales, comentarios de diarios digitales y blogs de todo tipo y pelaje.
¿Representan esta minoría de insultadores y agresores vocacionales a la totalidad del soberanismo? No, conozco a multitud de independentistas y nacionalistas de todo tipo y pelaje razonables con los que se puede hablar. Aunque algunos de ellos tienden a justificar las reacciones a cualquier 'agresión española', aunque solo sea fruto de la mente enferma de algún perturbado allende las 'fronteras' de la Comunidad Autónoma de Cataluña.
Eso sí, denuncian cuando alguno de los 'suyos' se pasa de la raya. Eso es bueno, porque indica que todavía hay cierta esperanza de que todo esto acabe más o menos bien. O al menos eso quiero creer en mi ansia de que todos convivamos de manera razonable en esta España mía, esta España nuestra. Disculpen el sermón, y en breves fechas volveremos a nuestros habituales divertimentos sobre el teatrillo político catalán.