Derecho a delirar
No suelo recomendar libros y, sin embargo, últimamente me veo recomendando a diestro y siniestro 'El derecho a delirar', de Ramón de España. No se trata tan solo de que sea un libro tremendamente divertido, sino de que es un estupendo resumen del año que va desde la Vía Catalana a la V, Tricentenario mediante. Y es que ciertos hechos deben quedar para la posteridad.
El libro, que lleva por subtítulo "Un año en el manicomio catalán", en referencia a su anterior libro, relata en forma de dietario esos doce meses en los que los nacionalistas catalanes estuvieron convencidos de que la secesión estaba 'a tocar' y, por ese motivo, decidieron echar toda la carne en el asador, lo que ha dado lugar a situaciones delirantes.
Los secesionistas catalanes destacan por su nula capacidad crítica y, por este motivo, son capaces de tragarse cualquiera de las trolas que difunden por las redes y los medios subvencionados.
Muchas de ellas, mientras sucedían, se me antojaban del todo disparatadas, pero al recordarla ahora, una detrás de otra, tras el paso del tiempo, resultan todavía más absurda. Se relata, por ejemplo, como tuvieron la genial idea de enviar a las 10.000 personas más influyentes del mundo un libro llamado 'Catalonia Calling', en el que se explicaba las miles de maldades que el siniestro Estado español inflige al abnegado pueblo catalán desde hace 300 años. Desde luego, no hay que ser muy listo para adivinar que a la inmensa mayoría de esas personalidades el tema les trae al pairo, pero nuestros alegres muchachos se lanzaron a ello todos a una y con gran entusiasmo. Y es que, si por algo se destaca este colectivo es por su capacidad de apuntarse, si hace falta, hasta a una ronda de aspirinas, y siempre de forma alegre y disciplinada.
Otra de las cosas por las que destacan los secesionistas catalanes en su inmensa mayoría –aunque hay honrosas excepciones- es por su nula capacidad crítica y, por este motivo, son capaces de tragarse cualquiera de las trolas que difunden por las redes y los medios subvencionados como el falso tope del déficit fiscal alemán, apoyos internacionales que los interesados se afanan en desmentir o el bulo de la sentencia de La Haya. En este sentido, el libro recoge uno de los momentos más bochornosos del periodismo catalán, que fue la pseudoentrevista a Albert Rivera perpetrada en 8TV, en la que Pilar Rahola acabó gritando "La Haya, La Haya, La Haya" mientras leía el falso texto, tal y como se denunció en primicia desde esta misma tribuna.
Y es que la internacionalización del conflicto en la que tantos recursos humanos y económicos –pagados de nuestros bolsillos- ha invertido la Generalitat es uno de sus más rotundos fracasos. Así, más allá del respaldo a título personal de alguna persona más o menos conocida o de algunos artículos periodísticos a favor de la consulta o de la tercera vía para, precisamente, evitar la secesión, el único apoyo explícito que han conseguido ha sido el de la Liga del Norte. Esto no parece de su agrado ya que Mas recibió a su líder, Roberto Maroni, sin fotógrafos e intentando que la noticia trascendiera lo mínimo posible. Otro de los sonados descalabros que recoge el libro es el de las cartas que Mas envió en un pésimo inglés a los presidentes de los países de la UE y que recibieron la indiferencia como respuesta general. O que a Mas no lo recibe nadie importante en sus viajes por mucho que los medios autonómicos le intenten dar bombo a sus viajes.
También reciben especial atención los actos del Tricentenario con los que nos han machacado de forma inmisericorde durante todo el 2014, capitaneados por Miquel Calçada (Calzada antes de pasar por el "catalanitzador de cognoms") al que el periodista describe como un personaje ridículo que se gana muy bien la vida a costa de nuestros impuestos. Todo lo relacionado con esta efeméride ha sido tan disparatado que el título genérico fue "Viure en libertad". Yo no sé a ustedes pero a mí, personalmente, la libertad con la que se podía vivir en 1714 bajo el régimen absolutista de los Austrias no me resulta para nada atractiva.
Y no podían faltar, por supuesto, constantes referencias a Carme Forcadell, cuyo nombre siempre aparece unido al epíteto épico "estricta dominante de la ANC; a Muriel Casals, a la que tacha de monja laica y a Vila d’Abadal, ese presidente de la AMI con cierta querencia a cargar sus facturas en la VISA de Ayuntamiento de Vic. Con respecto a ellos, se alude a las diferentes performances que han organizado, teóricamente respondiendo a un clamor del pueblo pero con toda la publicidad gratuita del mundo y, siempre según el autor, los "monises" que les caen del poder.
Así, desfilan ante nuestros ojos las bofetadas a Pere Navarro –la real y todas las que le propinaron los tertulianos pro-Procés-; el desproporcionado despliegue mediático para acompañar a "Los Héroes de la Consulta"-Jordi Turull, Joan Herrera y Marta Rovira- en su viaje petitorio a Madrid mientras Artur Mas se quedaba la mar de cómodo en su casa; las peregrinas teorías de Jordi Bilbeny y sus colegas del inefable Institut Nova Història en las que se afirma la catalanidad de Miguel de Cervantes, Santa Teresa de Jesús, Cristobal Colón y su hijo Erasmo de Rotterdam... Especial mención se merece, por supuesto, Víctor Cucurull, del Secretariado Nacional del la ANC cuyo desternillante vídeo ha sido visto ya por casi medio millón de personas.
La mayoría de personajes que desfilan por El derecho a delirar serían tratados, a buen seguro, como frikies en cualquier democracia de nuestro entorno y, sin embargo, aquí nos los encontramos ocupando puestos generosamente remunerados y con todos los altavoces mediáticos a su disposición. Dado que esto es lo que nos ha tocado vivir, nada mejor que reírnos de todo ello y convertir el absurdo "derecho a decidir" en el divertido "derecho a delirar". Por derechos inventados, que no quede.