Pensamiento

No es simplemente la ley

5 septiembre, 2014 08:41

La situación es conocida. Los partidos nacionalistas pretenden realizar una consulta que dé legitimidad a una declaración posterior de secesión. Los que estamos en contra alegamos que eso es contrario a la ley. Y los primeros responden que a ellos plin, que lo que vale es la voluntad popular, no lo que esté escrito en unos papeluchos. Y parece que así se queda la cosa, con la iniciativa dialéctica de su parte.

Los artículos de la Constitución de 1978 que resultarían violados en caso de seguir adelante el proceso son la plasmación de un pacto. El pacto de convivencia que se estableció en España tras la desaparición de la dictadura

Y creo que a los que estamos a favor de la continuidad de la unión política de España se nos olvida puntualizar algo muy importante. Se nos olvida decir que esa ley no es algo caído del cielo, una declaración muerta que nadie sabe de dónde viene. Los artículos de la Constitución de 1978 que resultarían violados en caso de seguir adelante el proceso son la plasmación de un pacto. El pacto de convivencia que se estableció en España tras la desaparición de la dictadura.

En esa Constitución se hizo un esfuerzo de llegar a un punto intermedio que fuera satistactorio, si no para todos, ya que eso es imposible, sí para una gran mayoría. En su artículo 2 se reconoció el derecho a la autonomía de las regiones y nacionalidades, dentro de un Estado unitario. En el título VIII, capítulo III se establecen las reglas para desarrollar esta autonomía. En este capítulo se encuentran los artículos 148, donde se enumeran las competencias que pueden asumir las Comunidades Autónomas, 149, donde se enumeran las competencias de titularidad estatal y 150, en el que se establece que el Estado puede transferir o delegar a las Comunidades Autónomas facultades de titularidad estatal. Se trata por tanto, de un sistema abierto que en su desarrollo ha dado a Cataluña un nivel de autogobierno que nadie podía imaginar en aquellos tiempos.

Si la definición del nuevo escenario político que se tenía que realizar tras la muerte del dictador no se hubiera afrontado con una mentalidad de consenso y concordia, quizá se habría establecido una pugna sin concesiones, no necesariamente violenta, entre los que querían autogobierno y los más afectos a un sistema centralizado, y en ningún sitio está escrito que los vencedores fueran los primeros. Por el contrario, se optó por integrar a todas las sensibilidades políticas existentes mediante acuerdos que necesariamente son una mezcla de logros y renuncias.

La muestra más palpable del nivel de autogobierno alcanzado es el tema de la lengua. En este juego de que el nacionalismo dice una cosa y el resto del mundo, unas veces por pereza y otras por ingenuidad, interpreta otra, nos hemos encontrado con que la normalización del catalán -que cualquier persona sensata la entendería por normalizar que cualquiera que lo desee se pueda expresar en catalán ante las instituciones, que sea una lengua enseñada en la escuela y que la creación cultural en catalán pueda desarrollarse, incluso con aportaciones razonables de dinero público para compensar la existencia de un mercado más reducido -es en realidad el despliegue de una ingeniería social que intenta eliminar a medio plazo la realidad actual de que el castellano es una lengua viva en la sociedad catalana.

La realidad ha sido que el "pactismo" del nacionalismo durante estos años ha consistido en conseguir movimientos paulatinos de aproximación a su objetivo máximo aprovechando los momentos de fuerza negociadora

En otros tiempos, el nacionalismo catalán daba lecciones de sentido político alegando una supuesta tradición de "pactismo", que a la postre se ha demostrado ser una filfa. El verdadero pactismo es llegar a un pacto sobre un punto intermedio en las aspiraciones de cada uno y respetarlo por las dos partes hasta que la situación sufra un cambio radical que obligue a hacer replanteamientos. Este pacto se hizo, no por el nacionalismo sino por todos, y fue la Constitución de 1978. La realidad ha sido que el "pactismo" del nacionalismo durante estos años ha consistido en conseguir movimientos paulatinos de aproximación a su objetivo máximo aprovechando los momentos de fuerza negociadora e impugnando desde el día siguiente los acuerdos alcanzados por juzgarlos insuficientes. Creo que no es exagerar calificar este juego de desleal y traicionero.

Ahora, con un par de generaciones educadas, no exactamente en el odio a España, pero sí en un narcisismo con trazas de xenofobia disfrazada de debate económico (en eso consiste el mantra del déficit fiscal de los 1600000000000000000...), ven factible dar el golpe final para el objetivo que siempre han perseguido y muchas veces negado, dando una apariencia de que es lo que la sociedad espontáneamente demanda.

En resumen, creo que falta aclarar en este debate que la apelación al cumplimiento de la ley no es una mera cuestión de celo reglamentarista. Los que vemos la ruptura planteada por el nacionalismo como un disparate económico, histórico y sobre todo social y moral, tenemos toda la legitimidad para oponernos a eso en la validez de los pactos de convivencia expresados en la Constitución. Los que no sentíamos la necesidad de descentralización política hemos cumplido con nuestra parte. Tenemos, por tanto, todo el derecho a exigir que se cumpla la parte que obliga a los que, ellos sabrán por qué, no quieren compartir una convivencia con el resto de territorios de España.