Pensamiento
Cava del Penedés y queso de Burgos
Durante una de las cenas de las fiestas de Navidad, tuve la oportunidad de hablar sobre la independencia de Cataluña con un amigo que está indeciso sobre el tema. Él es un residente en Cataluña desde hace casi 30 años, es originario de Alemania y vive en Sabadell en un ambiente pro-independencia. Trabaja en una empresa alemana en Barcelona, donde el ambiente general es, en contraste, de escepticismo respecto al proceso soberanista.
Pensar que si eres catalán, debes ser nacionalista o independentista y si no, ya no eres un buen catalán, es parte de la propaganda que hace años y años nos inunda por tierra, mar y aire, y que tiene a muchas personas coaccionadas precisamente en esta dirección
Él se dirigió a mí con este tema ya que conoce mi opinión contraria a la independencia. Quería que le diera argumentos ya que él no es una persona politizada ni dedica tiempo a leer sobre la cuestión. Hablamos un largo rato y pude explicarle las muchas razones contrarias a un Estado propio para Cataluña. Él ya intuía muchas de ellas, especialmente las de tipo económico. Hacia el final de la conversación, me dio la razón: es mejor para todos continuar juntos con el resto de España; la independencia sólo traería graves problemas, al menos de entrada, y no resolvería ninguno de los retos económicos, sociales, laborales y educativos que tenemos.
Sin embargo, había una cosa que le inquietaba y quería decírmela a pesar de no saber muy bien cómo. El motivo de su inquietud era saber dónde quedaba mi "catalanidad", cómo se podía entender que yo, siendo catalana y catalanohablante nata, me opusiera a la independencia. Él entendía las razones objetivas, como he dicho, pero no comprendía cómo yo podía pensar como pensaba y al mismo tiempo, no sentir que todo este pensamiento ponía de alguna manera en riesgo mi catalanidad. ¿No había una contradicción aquí?
Le dije que de contradicción, ninguna. Que pensar que si eres catalán, debes ser nacionalista o independentista y si no, ya no eres un buen catalán, era parte de la propaganda que hace años y años nos inunda por tierra, mar y aire, y que tiene a muchas personas coaccionadas precisamente en esta dirección: ¿No somos suficientemente catalanes si decimos no al nacionalismo/independentismo?
Le expliqué por qué nunca me he sentido identificada con el nacionalismo. Nací en el año 1964 en Sabadell en una familia catalanohablante. Todo mi entorno utilizaba esta lengua; recuerdo que entonces sólo tenía un amigo castellanohablante. Mi familia no hablaba nunca de política durante el franquismo delante de los hijos y para mí, el catalán era la lengua oral mientras que el español era la lengua escrita y culta. No me preguntaba por qué; sencillamente las cosas eran así.
Tenía 11 años cuando murió Franco y poco pude entender entonces de la importancia del momento. Dos años más tarde, a los 13, ya era más consciente de los importantes acontecimientos que se estaban produciendo a mi alrededor. Fue entonces cuando comprendí por qué el catalán era sólo una lengua oral. Recuerdo reprochar a mis padres el hecho de que no nos hubieran explicado nunca ni a mí ni a mis hermanos que el catalán estaba prohibido y que hubieran actuado como si la situación fuera la más normal del mundo. Ellos me explicaron que mis hermanos y yo éramos demasiado pequeños para entenderlo y que además, era mejor "no meterse en política" durante la dictadura.
Se me abrió un mundo nuevo cuando pude empezar a leer textos escritos en catalán y aprendí a escribir en esta lengua. Recuerdo que fue fascinante para mí, que soy una persona de letras. Empecé a descubrir la literatura catalana y otros aspectos de la cultura, y me emocioné con las manifestaciones que pedían libertad, amnistía y un estatuto de autonomía para Cataluña. Un mundo nuevo, efectivamente.
Las cosas habrían sido muy diferentes si los primeros gobiernos de la Generalidad hubieran querido restaurar el catalán, la cultura catalana y las instituciones de gobierno catalanas en convivencia con, en lugar de en oposición a, el español, la cultura española y el Estado español
Sin embargo, este mundo nuevo no lo sentí nunca opuesto al español y a la cultura en español. Sentí que sumaba el catalán como lengua escrita y culta a la que hasta entonces era mi única lengua culta, el español, en la que leía y en la que me expresaba por escrito. En ningún momento sentí que tenía que escoger entre una o la otra o que el interés que tenía por descubrir el catalán escrito implicara necesariamente que tenía que rechazar el español. Con los años, las dos lenguas, orales y escritas, y las dos culturas han pasado a ser parte de mi identidad. No siento ningún trauma ni conflicto. Todo lo contrario, pienso que ser bilingüe es algo a celebrar porque supone un enriquecimiento personal.
Políticamente, y tal vez como consecuencia de lo anterior, nunca me atrajo el nacionalismo. Lo veía excluyente y provinciano, sentía que nos conducía al aislamiento y a la confrontación con el resto de España. No entendía por qué gozar de la lengua y la cultura catalanas tenía que hacerse en oposición a todo lo español. ¿Por qué teníamos que restar cuando podíamos sumar?
Actualmente, me siento parte de la comunidad catalanohablante. Y también me siento parte de la comunidad hispanohablante, de España, en primer lugar y de todo Latinoamérica, en segundo lugar. Además, soy profesora de inglés y viajo a menudo al Reino Unido. También me siento parte de la comunidad anglohablante, conozco bien su lengua y su cultura, especialmente la británica. Aprecio y me desagradan cosas de las tres culturas que siento mías.
No hay nada excepcional en mi historia personal. Somos muchos los que nos sentimos así pero, seguramente, podríamos ser muchos más si el nacionalismo no hubiera comenzado a gobernar la Generalidad desde los primeros años de la Transición. Entonces es cuando se pusieron las bases de la Cataluña oficial actual: monolingüe, monocultural, provinciana, aislada y enfrentada al resto de España, obsesionada por ser (no se sabe muy bien qué) en lugar de dedicar tiempo y energía a hacer y crecer, narcisista y con aires de superioridad, victimista e incapaz de introspección y autocrítica. Las cosas habrían sido muy diferentes si los primeros gobiernos de la Generalidad hubieran querido restaurar el catalán, la cultura catalana y las instituciones de gobierno catalanas en convivencia con, en lugar de en oposición a, el español, la cultura española y el Estado español.
Mi amigo me entendió y respiró aliviado. Brindemos, dijo, con cava del Penedés y picando un excelente queso de Burgos que tengo en la nevera. Sí, le dije, será un brindis para desear que lleguen tiempos mejores a Cataluña, tiempos donde seamos cada vez más los que sintamos que las identidades múltiples son el futuro y la identidad única excluyente, el pasado.