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El ex secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, en una imagen de archivo

El ex secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, en una imagen de archivo

Manicomio global

La izquierda es la nueva derecha

"No sé si es un invento español, pero la figura del inquisidor de izquierdas (o que se cree tal) lleva tiempo consagrada entre nosotros"

Publicada

Hace muchos años, en una vida anterior y durante una estancia en París, acabé conversando con el dibujante de cómics Gerard Lauzier (Marsella, 1932 – París, 2008), quien me previno sobre la deriva intolerante y fanatizada de la izquierda (y solo estábamos en 1978), poniéndose a sí mismo como ejemplo: la semana anterior había publicado una historieta riéndose de los curas y otra ironizando sobre las feministas. ¿Quién se le rebotó a conciencia? La izquierda, que tildó su humor autocrítico de reaccionario y casi, casi, fascista. La clerigalla ni se dio por enterada del asunto que le atañía. Y así fue como el bueno de Gerard acabó llegando a la conclusión de que la izquierda era la nueva derecha.

“La derecha ya no se indigna ni se ofende porque sabe que siempre va a estar ahí, pegándose la vida padre”, me comentó, “Y es la izquierda la que hereda sus costumbres, sobre todo la intolerancia, tal vez porque no tiene tan claro su futuro y quiere garantizárselo abroncando y asustando a la gente”.

Casi medio siglo después de aquel agradable encuentro con uno de mis autores favoritos de cómics de todos los tiempos, insuperable a la hora de reírse de los suyos (progres del mayo del 68 reciclados en altos ejecutivos, ecologistas de estar por casa, feministas para lo que les convenía, comunistas de boquilla, etc, etc…), observo que las cosas, por lo menos en España, han empeorado notablemente y tenemos una izquierda fanática y considerablemente estúpida que se comporta como hacía la derecha hace un tiempo: amenazando, insultando, cancelando y prácticamente excomulgando a cualquiera que no les dé la razón o se niegue a creer que están en el lado correcto de la historia.

No sé si es un invento español, pero la figura del inquisidor de izquierdas (o que se cree tal) lleva tiempo consagrada entre nosotros. Lo cual resulta muy penoso para los que creímos durante años en la superioridad moral de la izquierda y, por consiguiente, nos hemos pasado la vida votando al PSOE (y a Ciutadans, antes de que mutara en Ciudadanos). De verdad que, para los que nos quedamos en Jorge Semprún, el presente de lo que ahora se entiende por izquierda es lamentable.

¿Cuándo empezó la mutación de la izquierda en una pandilla insoportable de fanáticos intolerantes y semianalfabetos? No lo sé con seguridad, pero puede que fuese cuando la irrupción de Podemos en el sistema bipartidista español. En principio, uno no tenía nada que objetar a la existencia de una fuerza política a la izquierda del PSOE (no hablo de Izquierda Unida, porque siempre he sentido alergia a los comunistas rancios), pero la que representaba Pablo Iglesias no era la que esperábamos.

A esas alturas del curso, una pandilla de bolcheviques de chichinabo que se habían metido en política para ver si mojaban de una vez (esto se descubrió después, pero es muy significativo) e iban por ahí de alternativos y de feministas (del sector rijoso), mientras ejercían de penenes en universidades madrileñas o de asesores de dictadorzuelos sudamericanos, era más un lastre para la nación que un estímulo social.

También José Luis Rodríguez Zapatero contribuyó poderosamente a la cretinización de la izquierda, con sus tendencias guerracivilistas y su deseo, no muy escondido, de que los españoles volviéramos a tratarnos a cara de perro, con lo que nos había costado portarnos como personas cabales durante la ahora denostada Transición. Y ahora tenemos que aguantar a Pedro Sánchez para que continúe y concluya su labor cizañera, mientras él se dedica a sus turbios asuntos en Iberoamérica.

Entre Rodríguez Zapatero y Pablo Iglesias se cargaron la izquierda tal como la habíamos conocido y alumbraron algo nuevo que no tenía tanto que ver con la izquierda como creían sus impulsores, sino más bien con apuntarse a las tácticas más mezquinas de la derecha de toda la vida y tildar de facha a cualquiera que no les diera la razón.

Esta actitud, rancia, clerical y oscurantista de la gente que ahora dice que es de izquierdas en España ha llegado al paroxismo con la cuestión de Palestina y la histeria de berridos, insultos, manifestaciones y rotura de cristales que ha generado. Para estos majaderos, si hacías un chiste sobre la ridícula flotilla de Ada Colau y Greta Thunberg, es que eras un sionista asqueroso que disfrutaba viendo por televisión los cadáveres destrozados de los niños de Gaza. Si les recordabas que la bronca la empezó Hamas (que para ellos es como si no existiera o, aún peor, se tratara de una dignísima guerrilla anticolonialista), te acusaban una vez más de sionista y enemigo del Islam (cosa que yo no soy, aunque reconozco que el Islam me la sopla lo más grande y creo que sus habitantes deberían aprender a tratar a las mujeres). Y como se te ocurriera decir que aún te acordabas de aquellos simpáticos gazatíes que cantaban y bailaban de alegría después de la matanza de Atocha, ya alcanzaban el punto de ebullición y corrías el riesgo de que te lincharan, convirtiéndote en el objetivo más cercano de su guerra santa progresista (que, para algunos, como se vio en algunas pancartas, incluía la destrucción del Estado de Israel).

¿Dónde te metes cuando no te identificas con la derecha, pero te da asco aquello en que se ha convertido la izquierda, a cuyos muchos defectos de apreciación añade la carencia absoluta del más mínimo sentido del humor? El gran Gerard Lauzier lo intuyó todo en los años 70 del pasado siglo, y desde entonces las cosas no han hecho más que empeorar. ¿Pueden ir a peor en España después de ese arrebato palestino que aún no ha terminado? ¿Cuál será la nueva Causa del día, ya que nuestro activismo solo puede afrontar las desgracias de una en una? ¿Alguien se acuerda de Ucrania? Ahí también están matando gente a granel, y Ucrania nos cae más cerca. ¿Nos hemos olvidado de que Putin es un peligro para toda Europa? ¿O lo vamos a solucionar todo en plan Ione Belarra, o sea, saliéndonos de la OTAN y dejando de gastar dinero en armas?

Las posibilidades de que la izquierda vuelva a ser lo que fue son escasas actualmente. Los energúmenos ya la controlan en Francia a través del inefable Melenchon, después del hundimiento del socialismo galo (merci beaucoup, Monsieur Hollande), y aquí, entre el PSOE de Sánchez, Podemos y Sumar, le están dando la puntilla. A los disidentes del PSOE y al partido de Guillermo del Valle, Izquierda Española, nadie les hace el menor caso. Y la izquierda con mando en plaza se limita a actos de afirmación personal (“¡Soy rojo! ¿Qué pasa?”) y a ver fascistas hasta debajo de las piedras. Como dicen nuestros vecinos del norte, Belle mentalité…