Jordi Pujol, expresidente de la Generalitat
Jordi Pujol ante el tribunal
"Sería bonito que no solo no tenga que comparecer físicamente en los juzgados, sino incluso que con base en alguna triquiñuela legal, su caso fuera sobreseído y no volviéramos a oír hablar de él nunca más"
Oriol Pujol pide que su padre, Jordi Pujol, que es muy mayor y está enfermo y además parece que presenta algunos síntomas de alzhéimer, o por lo menos se le han detectado “marcadores” de la temible enfermedad, no tenga que comparecer físicamente ante el tribunal que en breve le juzgará por su famosa deixa.
Seguramente el juez se mostrará comprensivo y le permitirá declarar por videoconferencia. A mí me parece bien. En principio estoy, como Patricia Highsmith, contra los togados y a favor de los presuntos delincuentes. Solo tener que comparecer ante un tribunal ya es, además de peligroso, una humillación.
Todos vimos el otro día, en el juicio al fiscal general del Estado, al novio de Ayuso diciendo que estaba pensando en suicidarse o irse de España; y el juez, tomándose libertades inaceptables, le respondió con displicencia: “No le aconsejo ni una cosa ni otra.”
Pero, vamos a ver, ¿qué impertinentes libertades son esas que se tomaba el magistrado? ¿Acaso alguien le había pedido consejo? ¿Quién se creía que era? Limítese el magistrado a escuchar, preguntar y dictar sentencia conforme a derecho y a su mejor saber y entender, y guárdese sus no solicitados consejos para sus hijos, o sus nietos, o para algún automovilista que no esté aparcando bien: “Gire el volante, más, más. ¡Alto!, ¡alto, que le das al árbol!”.
Ah, no todos los jueces son impecables como Marchena, desde luego. Él sabe imponerse sin abusar de su poder.
Volvamos al caso que nos ocupa: la vejez tiene mil inconvenientes, y un solo privilegio: que suscita compasión. Que da pena. Pero ese privilegio no siempre el viejo que pudiera aprovecharse de él lo desea. Yo mismo, que peino canas, he renunciado categóricamente a ir en metro, porque alguna vez una mujer (¡una mujer, sí, para más inri!) sudamericana me ha ofrecido su asiento. Para evitar que se repita la involuntaria ofensa, me desplazo a pie o en moto.
¡Pero ya me estoy desviando otra vez del tema!
Apelando a ese (discutible) privilegio de la senectud, el Pujol hijo, como buen hijo que es, solicita un favor para Pujol padre. Pero, consciente de eso de la pena, y teniendo pundonor varonil, Pujol padre no quiere favores, quiere comparecer ante el juez, quiere seguir su viacrucis hasta el final, pase lo que pase. No quiere ser tratado como un inválido, en aquello en lo que pueda ahorrarse ese trato. Lo cual le honra, demuestra gallardía.
Nunca me pareció más despreciable el asesino Augusto Pinochet que cuando logró ser repatriado desde Londres so pretexto de su precaria salud. Así logró escurrir el bulto a la justicia británica e internacional. Fue al avión hecho una pasa, y sentado en silla de ruedas, pero en cuanto le bajaron en el aeropuerto de Santiago de Chile, como si el contacto con su tierra natal le hubiera milagrosamente rejuvenecido, saltó de la silla y se puso tieso como un palo, se puso en firmes e hizo el saludo militar, entre los aplausos de los miserables que habían ido a recibirle.
Tengo a Pujol como una maldición para todos los catalanes, desde la primera vez que le vi, en un piso de la Diagonal, mientras Franco agonizaba. Yo era un chaval, pero ya entonces entendí quién era, qué suponía.
Su largo mandato catalizó lo peor que hay en nosotros, fue envenenando con sus sofismas a la población durante décadas, hasta que sus herederos nos llevaron al borde del enfrentamiento civil. Sin su hábil trayectoria mefistofélica, propia del flautista de Hamelin, sin sus lecciones permanentes de orgullo y victimismo, no se entiende el procés ni el golpe de Estado de Puigdemont.
Pero ya mucho daño más no puede hacer, y es un anciano. Sería bonito que no solo no tenga que comparecer físicamente en los juzgados, sino incluso que con base en alguna triquiñuela legal, por ejemplo a algún defecto real o figurado en la instrucción, su caso –que no es el del inmenso daño que nos ha causado a todos, sino el desvío de una suma de dinero a un banco andorrano--, fuera sobreseído y no volviéramos a oír hablar de él nunca más.
Indulgencia, magnanimidad, señor juez.