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Alberto Núñez Feijóo, en el Congreso de los Diputados

Alberto Núñez Feijóo, en el Congreso de los Diputados Marta Fernández Europa Press

Pensamiento

Lo público se deteriora, lo privado se potencia

"La estrategia del PP tiene un riesgo evidente: el cansancio social. La ciudadanía puede acabar percibiendo que quienes se presentan como alternativa de gobierno son incapaces de presentar y proponer soluciones y solo saben hacer una confrontación estéril."

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La acción política del PP transmite la sensación de que lo único que les importa es sacar al presidente Sánchez de la Moncloa. Esa obsesión del líder del PP —que a veces parece más personal que política— se traduce en una confrontación permanente, un ruido incesante que satura el espacio público y secuestra el debate de los problemas reales de los ciudadanos. La inflación, el crecimiento económico, la vivienda, la precariedad laboral o la crisis climática quedan relegados por una estrategia de oposición basada solo en el desgaste y la descalificación.

Esa estrategia tiene un riesgo evidente: el cansancio social. La ciudadanía puede acabar percibiendo que quienes se presentan como alternativa de gobierno son incapaces de presentar y proponer soluciones y solo saben hacer una confrontación estéril.

El deterioro de la gestión pública en temas de mucha sensibilidad ciudadana, como es la sanidad pública, en algunas comunidades autónomas donde gobiernan los conservadores, puede terminar dañando la imagen de partido de gobierno de los populares, situando la defensa de lo público en el centro del debate. Un debate donde el PP no se siente cómodo, pues pone de relieve sus carencias en la gestión de lo público.

El problema de fondo es ideológico. El PP, por tradición y convicción, no ha sido nunca un defensor entusiasta de lo público. Su ADN liberal lo lleva a confiar más en la iniciativa privada, en la competencia y en la reducción del papel del Estado. Sin embargo, la sociedad española, incluso la parte más moderada del electorado conservador, considera que la sanidad, la educación y los servicios sociales son pilares esenciales que deben ser preservados y reforzados. Son conquistas colectivas, símbolos de igualdad y cohesión, no simples partidas presupuestarias.

En comunidades gobernadas por el PP, como Andalucía o Madrid, el deterioro de la sanidad pública se ha hecho visible. Las listas de espera crecen, los programas de cribado de enfermedades graves como el cáncer se ralentizan o gestionan con torpeza, y el personal sanitario denuncia la precariedad de medios y condiciones.

En Madrid, el caso de las residencias de mayores durante la pandemia de covid-19 dejó una huella profunda: decisiones que priorizaron la contención del gasto sobre la atención humanitaria, una gestión marcada por el desdén hacia la vulnerabilidad y, en muchos casos, por un inquietante edadismo. Esa herida no ha cicatrizado y sigue pesando en la memoria colectiva.

En la actualidad, los ejemplos de mal gobierno de lo público y la deriva hacia la sanidad privada abundan. Las desafortunadas declaraciones de la presidenta Ayuso: “si quieren abortar, váyanse fuera de Madrid", se pueden interpretar como: si quieren abortar en Madrid, vayan a la Quirón.

Por otra parte, la gestión desastrosa de la tragedia de la DANA por parte de Mazón, presidente de la Generalitat Valenciana, no es ejemplo de buen gobierno.

La estrategia de la confrontación diseñada por MAR, para que la protagonice la presidenta Ayuso, termina atrapando a Feijóo, cuya figura —en otro contexto— pudo haber representado la moderación y una cierta solvencia gestora del PP gallego. En el tablero nacional, el líder del PP se muestra desbordado, prisionero de la crispación que él mismo alimenta. El jefe de la oposición no puede dar sensación de una agitación permanente y de nerviosismo que le aleja de la conexión emocional con una sociedad que demanda sosiego, eficacia y empatía. Su discurso, más reactivo que propositivo, puede acabar generando una sensación de agotamiento. En lugar de construir una alternativa sólida, el PP proyecta una imagen de ansiedad.

El resultado es una paradoja: el PP, en su intento de debilitar al Gobierno, puede terminar debilitándose a sí mismo. Su escasa identificación con el Estado del Bienestar lo coloca en el lado equivocado de la historia política reciente de España, una historia en la que la defensa de lo público ha sido siempre un terreno fértil para la legitimidad democrática. Si además su discurso agrava la polarización, alimenta la irritación social, el riesgo es aún mayor: que el desgaste del sistema beneficie a las posiciones más extremas, aquellas que se alimentan del cabreo y del desencanto ciudadano.

En definitiva, la estrategia del PP no solo erosiona su credibilidad como alternativa de gobierno, sino que puede terminar contribuyendo al deterioro de la convivencia y del propio sistema político. En tiempos de incertidumbre y fatiga social, los ciudadanos buscan esperanza, no ruido; soluciones, no bronca.
Por otra parte, la dependencia del Gobierno de coalición, de sus socios y aliados coyunturales, algunos de ellos en las antípodas de un programa social avanzado, tampoco contribuye a la estabilidad de la gestión de gobierno.

Alimentar la confrontación permanente puede generar una situación muy difícil de gestionar, que puede ser muy dañina para la democracia. Los extremos aprovechan los déficits e insuficiencias del sistema democrático para intentar imponer su relato antisistema, poniendo el acento en la necesidad de un gobierno fuerte y autoritario, que priorice el orden por encima de valores democráticos y sociales, como la solidaridad y la justicia social del Estado democrático.

El ruido, la bulla, los insultos, las descalificaciones pueden terminar teniendo consecuencias negativas, como es el crecimiento de la antipolítica. Los partidos democráticos se debilitan, el centro político se desmorona, crecen las posiciones más ultras y radicales encarnadas en VOX: el partido de la desconfianza.