El mundo financiero lleva meses muy pendiente de los aranceles de Trump. Las bolsas se mueven a golpe de tweet (o como se llame ahora un mensaje en X). Pero poco a poco ya nos hemos ido acostumbrando a separar el grano de la paja y, aunque la volatilidad sigue siendo alta, la sangre no ha llegado al río, al menos todavía.

Rusia sigue sin dar su brazo a torcer, lo mismo que Israel, que parece tentar al destino bombardeando a casi todos sus vecinos, pero también el mundo, con el petróleo a la cabeza, parece que se ha acostumbrado a esta tremenda inestabilidad geopolítica.

Cuando pensábamos que todo estaba “tranquilo” aparecen nubarrones muy serios en Europa, y puede que no seamos conscientes. Por un lado, el primer ministro alemán ha dicho que el estado del bienestar es insostenible. Por otro Francia no logra encontrar un gobierno estable. La estabilidad de Europa es Francia y Alemania, o Alemania y Francia, y si ellos no funcionan, Europa se para.

Europa se asienta sobre una concepción socialdemócrata de la sociedad. Aceptamos diferencias, pero muchísimo menos que en otras zonas del mundo. Ni tenemos tantos ricos riquísimos ni tantos pobres paupérrimos como en otras zonas del mundo. Seguimos creyendo en el ascensor social y la educación, la sanidad y ciertos ingresos mínimos son parte de nuestro ADN. Europa no es una selva, sino más bien un jardín coqueto cuyas flores se están marchitando.

La deuda pública crece en todos los países porque se gasta más que se ingresa. Se es solidario dentro y fuera de las fronteras. Se intentan transmitir unos valores sin contar con recursos para impulsarlos. Ese vivir por encima de nuestras posibilidades se acabará más pronto que tarde, entre otras cosas porque cada vez somos menos. Europa está envejecida y muriendo.

Los recortes llegarán más pronto que tarde y acelerarán una lacerante bipolarización que facilitará la llegada al poder de los extremos. La extrema derecha o la extrema izquierda van a tomar el poder, democráticamente, en la mayoría de los países europeos y eso conllevará la desintegración del concepto que hoy tenemos de Europa.

Francia es el primer espejo donde mirarse. Tiene un problema migratorio enorme, habiendo convertido zonas enteras en guetos en los que la policía prefiere ni entrar. Cuando Macron se resigne y convoque elecciones solo pueden pasar dos cosas, que gane la extrema derecha o una coalición de extrema izquierda. Y ambas cosas son malas porque el daño que le puede hacer al proyecto común europeo Jean-Luc Mélenchon es similar al que le puede hacer Marine Le Pen.

Europa se ha montado con fuerzas de centro derecha e izquierda, no con los extremos. En Alemania Alternativa para Alemania (AfD) acabará gobernando, rompiendo un tabú que ha durado 80 años. La convención Europa Viva 25 de este fin de semana no es una anécdota, es un reflejo de cómo respira una Europa cansada y dolorida. Los ciudadanos quieren escuchar soluciones, aunque sean imposibles de implantar. El wokismo ha hecho mucho daño, porque ha hecho que la izquierda pierda toda credibilidad.

Lo malo no es que Abascal, Le Pen, Milei o Weidel sean unos grandes estrategas, es que enfrente no hay nada más que mala propaganda. El boicot, perfectamente organizado, a la vuelta ciclista a España es un claro ejemplo. Es ruido vacío de contenido, lo importante es una foto que solo perjudica a España y no ayuda en nada a los palestinos.

Mientras tanto, la economía comienza a resentirse. La prima de riesgo, ese ratio que nos atenazaba en 2012 y ahora hemos olvidado, de Francia ya supera los 80 puntos acercándose a Italia, mientras que España está por debajo de los 60, y Portugal se acerca a los 40. Los inversores parecen preferir invertir en Irlanda, Portugal o España en lugar de en Bélgica o Francia… el mundo al revés.

Gane un extremo o su contrario hemos de ser conscientes que el concepto de bienestar europeo está llegando a su fin. No hay ingresos para tantas cargas sociales, llámese parados, jubilados, asilados, sanidad o educación pública. Trump es solo un síntoma y negarlo solo acelerará la caída de nuestro status quo. Ratios de deuda pública por encima del 100% del PIB no son sostenibles y cada vez más países “desarrollados” están cruzando este umbral. La desazón económica es el mejor caldo de cultivo para los populistmos de uno u otro signo.