No quisiera uno ser gazatí. Por si no tuviesen suficiente con la masacre que está llevando a cabo Israel en su tierra, sin distinguir a niños de viejos ni a hombres de mujeres a la hora de asesinarlos, una amenaza más terrible les llega desde el mar: la flotilla solidaria que salió desde Barcelona.

Lo único bueno que tiene la situación desesperada de los habitantes de la franja es que, además de no tener casa ni comida, no tienen tampoco televisión ni internet, con lo que cabe la posibilidad de que no se hayan enterado de la amenaza que se cierne sobre ellos desde esta orilla del mediterráneo.

Si no se han enterado por culpa de la guerra, se confirma que no hay mal que por bien no venga, puesto que, si aguantar bombardeos diarios ya tiene que ser terrible, aguantarlos sabiendo lo que se acerca en barco desde Barcelona, sería un infierno.

Mejor no enterarse, más de uno se inmolaría ante los tanques israelíes, para no tener que estar presente cuando llegara la flotilla humanitaria. Y los que no tuvieran el valor de inmolarse, estarían rezando a su Dios para que mandara desde el cielo una tormenta que impidiera la llegada de la flota, tampoco haría falta una tempestad apocalíptica, ya se vio que con cuatro gotas es suficiente para que se repiensen lo del viaje.

Que nadie piense que estoy exagerando. Me pongo en el lugar de un pobre padre de familia palestino, que seguramente ha visto morir entre los escombros a algún hijo, que no tiene con qué alimentar a los demás y que ve que a la comunidad internacional todo esto le importa un bledo, y tras tanta calamidad solo hay algo que todavía consiga aterrarme: que después de haber padecido desgracia sobre desgracia, tenga que recibir la visita de unos europeos ociosos que vienen para hacerse fotos conmigo, mientras me regalan un paquete de pastas Gallo y una lata de fabada La Asturiana para intentar quedar bien con sus conciencias.

El convoy avanza lento, pero avanza, para infortunio de gazatíes y de todo quien en aquel momento se encuentre en la Franja, incluidos periodistas, sanitarios y colaboradores de ONG. Acabará llegando, aunque la verdad es que nadie sabe exactamente cuándo. Al parecer, la flotilla ya se quedó unos días deambulando por aguas mallorquinas, es normal, hay que aprovechar los últimos estertores del verano y Mallorca en septiembre es divina.

Siguiendo el plan de ruta, lo lógico es que hagan escala también la costa italiana, hay que visitar Capri, y que de esta manera vayan siguiendo hacia el este, sin olvidar hacer un alto en las islas griegas, que en esta época están preciosas. La cuestión es llegar a Gaza, aunque sea dentro de unos meses, para hacerse las fotos de rigor y soltar lastre desembarcando las latas de fabada y los paquetes de macarrones.

Les queda a los pobres gazatíes una ventana abierta a la esperanza: pudiera ser que, al llegar a su destino, los integrantes de la flotilla estén demasiado cansados para bajar del barco y hacer como que les importa la gente que vive ahí.

El viaje desde Barcelona hasta Gaza es agotador, lo digo porque se han podido ver imágenes de alguna de las integrantes del convoy, bailando y bebiendo como si estuviera en el Princesa del Pacífico rumbo a Puerto Vallarta, eso no hay cuerpo que lo aguante muchos días, hay que estar muy entrenado para no sucumbir al cansancio.

En el improbable caso de que lleguen a su destino, lo más normal es que no pongan un pie en tierra porque necesiten recuperar fuerzas para el viaje de vuelta, que habrá más baile y más bebida y no es cosa de desaprovecharlo.