En alguno de sus libros dedicados a contar su peripecia durante la segunda guerra mundial, su colaboración con la resistencia comunista en la Francia ocupada, no sé si en La escritura o la vida o más bien en Viviré con su nombre, morirá con el mío, Jorge Semprún relata una escena inolvidable: está apostado con su fusil ante una carretera por donde tiene que pasar un soldado alemán en bicicleta.

Semprún tiene que matarlo, le está ya apuntando, a esa corta distancia no puede fallar, pero en ese momento el soldado se baja de la bicicleta para arreglar o ajustar algo, y resulta que está cantando... está cantando La paloma de Sebastián Iradier

Es una habanera de melodía nostálgica y letra muy romántica y algo delirante (“Si a tu ventana llega una paloma/ trátala con cariño que es mi persona”) y que habla de la pena de estar separados, como lo estaban todos los soldados entonces de sus parejas. El caso es que al oír al alemán cantar, o silbar, no recuerdo bien, aquella melancólica canción, y por consiguiente al constatar que algo, un gusto, una experiencia musical, un sentimiento, le une a él y le humaniza en su imaginación, el joven Semprún se siente incapaz de dispararle.  

Tampoco recuerdo si La paloma fue un viático realmente eficiente para el soldadito alemán, o si al final Semprún le pegó el tiro. La paloma fue un éxito internacional durante largas décadas, sigue siéndolo, sigue cantándose. Sería la habanera más famosa de Iradier, que compuso muchas, si este músico vasco no fuese también el autor de El arreglito

Cierto que a esta habanera nadie la conoce por ese nombre. Todos conocen El arreglito con el título de L’amour est un oiseau rebelle (El amor es un pájaro rebelde), la habanera de Carmen de Bizet. Si uno escucha una y otra composición, no ve ni una semicorchea de diferencia: Bizet la clavó. Plagió a Iradier, supuestamente sin querer. En justificación propia adujo que la había incorporado a la partitura de su ópera creyendo que era una canción popular, anónima, a la que Ludovic Halévy y Henri Meilhac, los autores del libreto, pusieron letra.  

Entre las habaneras más populares, de autoría y origen desconocidos, está Salió de Jamaica, que cuenta una tragedia no romántica: “Salió de Jamaica rumbo a Nueva York un barco velero cargado de ron. Pero al llegar a alta mar el barco se hundió, la culpa la tuvo el señor capitán que se emborrachó. Pobres marinos, pobre esperanza del corazón, la mar brava se los tragó. Señor capitán, déjeme subir a izar la bandera al punto más alto del viejo mástil…”.

Es especialmente lancinante que al irresponsable capitán se le siga llamando “señor”, casi como excusando su culpa. 

El meu avi también es muy popular. Los Manolos le dieron su habitual ritmo frenético, que creo que no se compadece bien con el género. Como es público y notorio, la habanera del coronel José Luis Ortega Monasterio goza de gran aceptación en las cantades de habaneras del verano catalán, que se celebran, sobre todo, si no ando errado, en los pueblos de la Costa Brava. Hay un copioso repertorio de habaneras en lengua catalana.

La verdad es que el coronel se lució con la suya, componiendo una melodía agradable y redactando unos versos sencillos, breves y dramáticos. Una vez la has escuchado setecientas u ochocientas veces, descubres, la mar de sorprendido, que ya te es imposible sacártela de la memoria.

Cuenta la historia de un orgulloso barco de guerra español, llamado Català, que va a Cuba y es hundido por la flota norteamericana, que era infinitamente superior e infinitamente más moderna que la española, y así se perdió Cuba.

Algunos aprecian la habanera de Ortega Monasterio sobre todo por el último verso, “Visca Catalunya, visca el Català”, y lo corean extáticos. Les entiendo, pero a mí me impresiona más la estrofa que dice: “El piloto y contramaestre,/ y catorce marineros,/ habían nacido en Calella/ de Palafrugell”. En realidad es pura ficción, pues no hubo ningún barco de guerra en la flota española que se llamase Català, pero es legítima licencia poética, si al señor coronel se le ocurrió así, así sea.

Lo que le da a mi entender un extremo patetismo a esos versos es el dato, el frío dato, la precisión, en que en aquella tripulación iban exactamente 14 marineros, y además el piloto y el contramaestre, que habían nacido en Calella de Palafrugell. Allí, y no en ningún otro lugar. Qué lástima que en 1898 muriesen como reses sacrificadas aquellos 16 chicos, y que no pudieran volver a Calella, que entonces era un sitio de sublime belleza, maravilloso. Todavía lo es. Salvo en verano, claro.