
Miembros dell grupo norteamericano Wilco durante una de sus apariciones en el Tiny Desk
Los nuevos 'desenchufados' del Tiny Desk o el regreso (momentáneo) de la música natural
Los conciertos del programa de radio norteamericano 'All Songs Considered', conocidos popularmente como 'los Tiny Desk', han enriquecido el mundo de la música contemporánea gracias a una programación abierta y diversa cuyas bases esenciales son la desnudez estilística y la naturalidad
A finales de los años 80, la música pop se encontraba atrapada en una maquinaria elefantiásica. El exceso parecía ser el único camino viable para el negocio: giras descomunales, videoclips millonarios, canciones barrocas saturadas de efectos y filtros vocales. La tecnología, usada sin tasa, producía un manierismo que amenazó con ahogar cualquier atisbo de naturalidad. La MTV –en parte culpable de todo ese asunto– se huele el cansancio del público y ensaya una pequeña puerta de salida. Los productores Robert Small y Jim Burns idean un formato que permite despojar de parafernalia técnica y acercar el talento crudo de los músicos. Se inspiraban tanto en los conciertos de la escena folk como en la manera de abordar el directo en experiencias de los conciertos benéficos organizados por Amnistía Internacional en décadas anteriores.
Lo llaman Unplugged –desenchufado, aunque muchos de sus conciertos no lo sean– y consiste en mostrar a los artistas invitados desde una perspectiva entonces inédita, más allá de la impostura de la sobreproducción. Una vuelta a lo sencillo. A la fuerza de las composiciones y la interpretación más o menos directa. Al inicio no tuvo demasiado impacto, pero al albur antibrillantina del grunge y otras músicas alternativas, llega la explosión de popularidad hasta convertirse en un fenómeno cultural. La sempiterna ironía del pop: lo aparentemente rompedor termina por convertirse en el culmen de lo comercial. Se convierten en superventas los discos de Nirvana MTV Unplugged in New York –Kurt Cobain se empeñó en convertir la decoración de la sala en una suerte de funeral profético–, el famoso de Eric Clapton con Tears in Heaven o el que permite volver a la lista de más vendidos a Bob Dylan.

El 'unplugged' de Bob Dylan
La fiebre por el formato traspasa fronteras y trasciende el ámbito anglosajón. Todavía son recordados los desenchufados Hello! de Charly García –probablemente su mejor actuación en esos años salvajes– grabado en Miami o el del combo mexicano Café Tacuba. Incluso Los 40 Principales adaptan el formato acústico con una propuesta llamada Directos Básicos, donde destacaron el éxito en ventas del valenciano Javier Goñi con Revólver. El éxito de la propuesta acaba convertido en fórmula y la plana mayor de los músicos comerciales acaban pasando por la experiencia. El caramelo se acaba desgastando y con el correr del tiempo, aunque se sigan realizando, el formato cae en desuso.
Por lo menos hasta hace unos años, cuando el espíritu del formato es adaptado a los nuevos tiempos digitales. Como agua de mayo. En un momento en que la industria musical corre el riesgo de morir de endogamia. Cocida en su propio caldo de indulgencia y ultracomercialidad. Los algoritmos nos encierran en la jaula de nuestros gustos prescribiéndonos más de lo mismo, promueven lo contrario a la diversidad o los hallazgos, nos meten en su cajoncitos conceptuales para engrosar las métricas de metadatos y las canciones se nos fragmentan en estribillos cada vez más parecidos, medidas a golpe de like y nicho. Tiny Desk se reivindica como una posible grieta en el sistema para que corra un poco el aire.
En ese contexto Tiny Desk Concerts programa de la radio pública norteamericana NPR se alza como una suerte de resistencia involuntaria. Nace en 2008 –aunque su despegue popular es posterior– de la frustración de los periodistas musicales Bob Boilen y Stephen Thompson por no poder escuchar a Laura Gibson en un bar de Austin –los parroquianos no estaban por la labor de atender en uno de los cientos de conciertos del South by Southwest–. “Ven a tocar a mi escritorio” bromea Boilen después con la artista. La sorpresa llegó unos días después cuando la cantante folk se presentó en las oficinas de Washington guitarra en ristre. Allí, con una cámara barata, las estanterías de la oficina ahíta a libros y discos como único decorado y los trabajadores de la radio como único público se ponen las bases del fenómeno posterior.

Logo de 'Tiny Desk Concerts'
Lo que nace como un chiste o una ocurrencia acaba ganando adeptos por su fuerza primigenia. Por su despojamiento de impostura en tiempos de música de lata. Tiny Desk es el unplugged del unpplugged, una destilación casi franciscana de intimidad radical. El contrapunto ideal de la grandilocuencia de los estadios. Los músicos no cobran por la actuación. El público no paga entrada. La selección de artistas atiende a aspectos estrictamente artísticos. Y sin embargo su impacto es colosal. De Adele a la última sensación del folk mexicano, de Taylor Swift Durante la pandemia se optó por una reinvención temporal. Los artistas se graban en casa y algunos saben ver esa oportunidad como un asalto al público global. Entre estos últimos, destacan la mesa flamenca que monta C. Tangana con la familia Carmona y Kiko Veneno y El Niño de Elche o la sesión de Billie Elish en su comedor con su hermano Finneas.
En su haber también podemos añadir los Tiny Desk Contests, concursos abiertos para encontrar nuevos talentos y los meses temáticos dedicados a músicas no mayoritarias. Pero tal vez el caso más paradigmático sea el de los artistas argentinos Ca7riel (que parece que es la la manera trapera de escribir Catriel) y Paco Amoroso en su concierto Tiny de 2024. Ambos habían destacado en la escena trap alternativa pero su concierto les ha cambiado la carrera y la discografía. Las músicas de raíz electrónica y urbana acarrean con la fama de no ser musicalmente ricas. Múltiples estudios pretenden analizar sus ritmos o monoritmos. La respuesta del dúo bonaerense es presentarse al concierto de NPR con un combo multinstrumentista y alegre que revolucionan sus antiguos temas. Donde antes había máquina y autotune ahora hay desparpajo y carisma.

El escritorio donde se graban los conciertos de la NPR
El resultado es una fiestaque junta en la coctelera el rock, el reggae, el funk, el rap. Diecisiete minutos sin pausa, con una puesta en escena carnavalesca –uno con chaleco de corazones de peluche, el otro con gorro turquesa– que embelesa a millones de públicos que tal vez nunca les había escuchado. Las versiones acústicas de Dumbai, Baby Gangsta o La que puede, puede derrochan frescura y jolgorio. La influencia de esta actuación es innegable. La copia no oficial subida a Spotify por algunos fans acumulaba millones de visitas. Ahora, subidos al hype, en su nuevo EP Papota apuestan por incluir esas canciones e incluir nuevas con los mismos arreglos musicales que en el directo: orquestación más orgánica y percusión suave. “El Tiny Desk me jodió” cantan con sorna Ca7riel. El trabajo se acompaña de un mediometraje humorístico donde abordan la presión de su nuevo estatus y el síndrome del impostor. Hace unas semanas tocaron en Coachella y abrieron The Tonight Show.
Veremos cuanto dura el invento. Boilen se jubiló hace poco y desde un poco antes la cosa puede haber perdido parte de su espontaneidad. Empezamos a detectar corporativismo y conciertos demasiado preparados –un poco como lo que pasó con MTV, ya saben, la cantinela del eterno retorno–. Algunas de las actuaciones ya no son la improvisación juguetona de unos artistas disfrutando libérrimos sino la guinda mediática de su campaña promocional. O a lo mejor somos como esos niños snobs que se enfadan porque su juguete de uso exclusivo ahora lo tienen todos.