Beethoven y la 'Novena', dos siglos de música colosal

Beethoven y la 'Novena', dos siglos de música colosal

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Beethoven y la 'Novena', dos siglos de música colosal

La mítica composición del músico alemán, convertida muchos años después en el himno de Europa, e inspirada en la Oda a la alegría del poeta Schiller, se estrenó por primera vez en 1824 en el Kártnertortheatre de Viena

11 junio, 2024 19:00

Viena festeja el 200 aniversario de la Novena Sinfonía de Beethoven, bajo la dirección de Riccardo Muti. El pasado mayo, se cumplieron dos siglos del estreno, en 1824, de la célebre pieza. Los acordes flotan sobre un inquietante vacío, pero el cielo no se ha desplomado. Ludwig van Beethoven, el auto proclamado discípulo del dolor encuentra a su paso la alegría del amor. Poco después del Congreso de Viena, de 1814, en plena euforia operística italianizante, la capital del Imperio considera a Beethoven un alemán pedante, mientras disfruta de Rossini, el aclamado autor de El Barbero de Sevilla. Antes de alcanzar el éxito, al gran compositor nacido en Bonn le esperan todavía algunos años de itinerancia bohemia en las mejores cervecerías de la ciudad, en compañía del grupo arremolinado alrededor de Franz Schubert, la chispa divina. 

Sin esperarlo, después de la caída de las tropas francesas que custodian a José Bonaparte, los austríacos cambian de humor: incluyen a Beethoven en la lista de intelectuales de origen germánico que dictan la estética en toda Europa, después de la Toma de Bastilla y el fin del Antiguo Régimen. El destino le restituye y el músico empieza a escribir sus cuadernos de memorias. La poetisa Bettina Brentano, nacida en Frankfurt y amiga de Goethe, lo frecuenta, bajo las alamedas del Schönbrunn vienés. Beethoven rejuvenece, canta lieders en la oreja de a su acompañante y pone en marcha una serie interminable de trucos amatorios con las mujeres que se le acercan y le hablan de música, sean alumnas o madres, actrices o sopranos, compañeras o nobles damas.

La sinfonía Coral detuvo por unas horas el eco de las bombas en el Este y el Medio Oriente y Viena reconquistó su dignidad de capital filarmónica del mundo libre, allí donde el rigor y la belleza sostienen la Mitteleuropa de Mozart, Haydin, Roth, Zweig, Canetti o Magris. La música no tiene palabras; refuta el saber de la Enciclopedia desde antes de que Diderot y Rameau se enzarcen, en pleno siglo XVIII, en la llamada Querella de los Antiguos. Los miembros de La Pléyade han desarrollado en el quinientos la idea de que la música alarga la vida e intensifica la sabiduría moral; la Brigada de Ronsard llega a ser consciente de que la poesía vive prisionera y suspendida en sus excesos melancólicos. Y quizá por el deseo de romper la tradición de la palabra, Beethoven compone la Novena, inspirada en el poema de Schiller, Oda a la alegría, que de tan alegre parece triste como manda la enorme indulgencia pastoril del romanticismo alemán.

Ludwig Van Beethoven (1820)

Ludwig Van Beethoven (1820) JOSEPH KARL STIELER

El gran compositor, fruto del clasicismo, rescata de las garras del naturalismo pomposo el daimon musical que eleva los corazones. Pone pie en pared ante el avance de las musas; glosa sin denuedo la supremacía de la voluntad en la que Schopenhauer cimentará, más adelante, su enorme pensamiento crítico. Aquella Europa necesita al compositor rupturista, algo que solo se concretará al final de sus días, cuando Beethoven trate de abundar el imposible fin del dolor y perfile sus mejores compases, en “la pieza más difícil y profunda”, en palabras de Andon Schindler, su biógrafo. En las páginas de La Novena de Beethoven (Acantilado), Schindler señala que el arte es capaz de garantizar la legitimidad del poder. Beethoven es un clásico que expone su música según el canon -orquesta sinfónica, cuarteto de cuerdas o sonatas para piano- pero con los años salta hacia el crescendo exagerado tan aplaudido por los románticos. Abre un camino. Digamos que, de repente, su peor defecto se convierte en su mejor virtud.

La música y la política han sido siempre un matrimonio unido, a menudo consolado de sus penas gracias al pensamiento crítico. Contamos con ejemplos como el de a Francesco da Milano -lo expone Ramon Andrés en Filosofía y consuelo de la música (Acantilado)- cuyo laúd estuvo al servicio del duque de Mantua, se mostró atento a los humores de Octavio Farnesio y hasta pendiente a las convenciones de los Medici, en Florencia. Beethoven siente la proximidad de las instituciones y rebusca, en las partituras y en las bibliotecas, la justificación moral de su sinfonía en re menor, opus 125, sin saber que su última parte, la del coro, está destinada a reforzar la unión del continente. Lo hace como imagina Thomas Bernhard al novelar, en su Goethe se muere, el ocaso del gran poeta y dramaturgo de Weimar, moribundo y hurgando en su biblioteca en busca de su antecedente: Los Ensayos de Montaigne; el poeta superlativo se siente fuerte para desatar el Sturm und Drang, desde su desbordado verso, que finalmente acabará inundando el siglo XIX.

Cuando Beethoven busca también su antecedente, su inmersión le conduce desde el piano a la voz humana. El coro protagoniza el último movimiento de la famosa sinfonía, algo inusual en su tiempo; después, la Novena se convierte en símbolo de la libertad, el actual himno de la Unión Europea (UE), gracias a la conocida adaptación de Herbert von Karajan, en 1972. Beethoven escribe pensando en sus intérpretes, los cantores vieneses, modelo supremo de elegancia. Utiliza la voz donde primero ha utilizado la orquesta; repite la unión de los dos motivos, un duplicado en el que los acordes no son tan sabios como las palabras. El plano fractal de la Novena Sinfonía puede mostrar que su hacedor imita a la naturaleza. La armonía es inútil puesto que ya está contenida en la melodía. En otro momento, durante la elaboración de la Quinta Sínfonía, todo aparece y reaparece futo de automatismos a golpe de repetición seguidos de silencios que se hacen eternos; el músico exige a oyentes y alumnos que, mientras el escenario interpreta, nadie debe caer en el pensamiento discursivo que conduce al significado final, porque adulteraría la emoción.

'La novena de Beethoven'

'La novena de Beethoven' ACANTILADO

Su introspección evoluciona hacia el psicoanálisis, la exploración que adivinará muy pronto la angustia y la ciencia. En la Coral, el que canta es Europa. Canta el continente que más adelante será de Robert Schuman, Jean Monet, Konrad Adenauer y Alcides De Gásperi, fundadores de la Comisión Europea, génesis de la actual UE. Desde el primer momento, la Novena sostiene simbólicamente una concordia hoy acechada desde los populismos en busca de una nueva fractalidad, esta vez antinatural, enemiga de lo humano. Anticipa los peligros del Reich y el giro autoritario de los enemigos del Estado. Institucionaliza su deseo de alegría.

Todo empieza en Londres, cuando la Sociedad Filarmónica le encarga, en 1817, la sinfonía que Beethoven entrega en 1824. Es un empeño largamente madurado, fruto del desorden y la tristeza concebido inicialmente en 1793, cuando el músico solo ha cumplido los 22 años, aunque la decisión de musicalizar la oda de Schiller es todavía anterior. La Novena es un resultado que se ha ido nutriendo a lo largo de una trayectoria musical que lo puede todo, desde la Pastoral o el Para Elisa, hasta la Heroica, anuncio de la irrupción del movimiento romántico. Cuando entrega su célebre Novena, la producción de Beethoven resume su labor en 32 sonatas para piano, conciertos para piano de cámara, concertantes para violín y piano, sus nueve sinfonías, piezas de música sacra -dos misas y un oratorio- su breve incursión en los lideres o la ópera Fidelio.

En el inicio de su expansión creativa, el joven compositor se traslada a Viena para recibir de las “manos de Hayden el espíritu de Mozart”, en palabras del conde de Waldstein, el protector del gran músico, nacido en Bonn. El compositor ha deseado largamente componer un Brutus capaz de liquidar a sus mecenas, pero no lo consigue porque su música necesita del aplauso y su vida del dinero amigo. “Beethoven concibe y plasma algo que no está presente ni en Haydn ni en Mozart: un clasicismo de lo sublime. En Mozart los temas no se oponen ni generan entre sí antagonismo, ni los sujetos melódicos se abren paso de forma abrupta y violenta, sino que se deslizan de forma armónica. En Beethoven asombra la fuerza y violencia que despliega. Él sublimó, en sentido literal, esa descomunal violencia que sus obras de estilo heroico desencadenan", escribió Eugenio Trias.

En la capital de Austria, el Gran Mogol de las partituras relanza su carrera; disfruta allí de una etapa dichosa y existen fuentes suficientes para datar el momento temprano y exitoso de su carrera. La música de Beethoven repite motivos, algo casi imperceptible para el lego a lo largo de sus obras. Repetir el motivo es una forma de obligar al oyente a tenerlo en cuenta; así se puede percibir el porqué de la última parte de la Novena hoy convertida en himno. La simetría de los fragmentos decisivos de la Coral se encuentra de forma similar en las piezas de Mozart, en las que los paralelismos se hacen muy patentes; ambos músicos se acercan, hasta el punto de que “Beethoven cambió la forma de escuchar a Mozart”, en palabras de Charles Rosen, en Las fronteras del significado (Acantilado).

Página 12 del manuscrito original de la 'Novena' sinfonía de Beethoven

Página 12 del manuscrito original de la 'Novena' sinfonía de Beethoven BIBLIOTECA DE BERLÍN

Con los años, la evolución creativa y la sordera creciente que padece el compositor alemán desembocan en una madurez casi abominable. Cuando su obra ha alcanzado la condición de canónica, el músico agria su carácter. Beethoven repite sus movimientos a veces de forma imperceptible, proyecta sus composiciones sobre una molécula que contiene el conjunto. Del estreno de la Novena en el Kártnertortheatre de Viena hace efectivamente doscientos años. El compositor compareció entonces ante el público por última vez; ofreció de introducción su Missa Solemnis y a continuación desató pasiones con la Coral.  Viena responde siempre al estímulo de ciudad dócil. Ahora no existen en ella las primaveras de café, aunque se mantienen las marchas endomingadas en los jardines de glorieta y umbrela; suenan todavía las trompas militares y los violines del vals, aunque se han secado sus lagos de palapa y vela al viento. También han desaparecido los vestigios del Der Neue Tag, el diario en el que escribió Joseph Roth y, si existieran todavía sus páginas, sería como leer en Roma el Corriere della Sera sin la columna de Indro Montanelli.

El día en el que Viena renació ante la Novena, también reapareció la eternidad de un día, bajo nubes de alondras. Las letras de Altenberg, Ernst  Kossak o Alfred Döblin se ha quedado suspendida en los anaqueles, a caballo entre el ochocientos y la  Gran Guerra. En 1824, a las puertas de la muerte, Beethoven termina la sinfonía, su último y más bello trabajo entre papeles arrugados, hojas garabateadas sobre un piano sin patas, botellas de vino de otoño del Rin, el recuerdo de su privacidad en su buhardilla infantil de la Bonngasse o la imagen congelada de sus mujeres demediadas, como Teresa Malfatti, Rahel Livin o Amalie Sebald.

No se mueve nada desde los años en los que los mejores pianos Stenway iban de ida y vuelta al otro lado del Atlántico para sacar de su teclado las notas del ascético Testamento de Heilingenstald. El mismo Zweig rescató en una subasta algunas piezas personales de la última habitación del compositor. Mauricio Wisenthal escribe en su Libro de réquiems (Edhasa) que el gran escritor austríaco y libretista e Richard Strauss encontró las fotos de Giulietta Guicciardi y Marie Erdödy, dos mujeres que Beethoven amó sin ser correspondido. Beethoven lo ha tenido todo en las manos, pero lo ha desdeñado casi todo. Y al final se dice como un deísta: antes de la nota, fue la voz.