George Harrison, el beatle espiritual / RTVE

George Harrison, el beatle espiritual / RTVE

Músicas

George de la India

De la conexión de 'The Beatles' con la cultura oriental sólo aguantó Harrison, en su condición de true believer de la cosa hindú, tal y como se presenta en el documental Beatles and India

4 julio, 2023 21:45

Mucho se ha escrito sobre la fascinación que experimentaron los Beatles (sobre todo, George Harrison) por la India, su música, su meditación trascendental y su amplia panoplia de asuntos espirituales. Un documental en Movistar, Beatles and India, dirigido por Ajoy Bose (Calcuta, 1952) a partir de su libro del 2018 Across the universe: the Beatles and India, pasa pertinente revista a toda la historia, tratando, con bastante éxito, de situarlo todo en su justo sitio. Hasta ahora, la impresión general que se había impuesto era la de que los Beatles, presas de un caprichito espiritual que diera un poco de sentido a su condición de celebrities internacionales, habían caído en manos de un gurú cantamañanas que les había sacado los cuartos a conciencia y se había enganchado a ellos para darse aires y alcanzar la fama global y los monises que de ella suelen derivarse. Según el señor Bose, periodista político metido a cineasta, las cosas no fueron exactamente así, aunque hubo un poco de todo, bueno y malo.

La fascinación por la música india fue, en un principio, cosa de George Harrison, cuya amistad con Ravi Shankar (quien le enseñó pacientemente a tocar ese instrumento que, según él, aún no dominaba después de 35 años de práctica diaria) le acabó poniendo en contacto con Maharishi Mahesh Yogi, más conocido como el Gurú Maharishi, un señor bajito de voz aflautada, sonrisita permanentemente lela e higiene dudosa, a tenor de esos cabellos que parecían haber sido peinados con los dedos previamente sumergidos en aceite de una lata de anchoas. En el documental sale gente que asegura que era un sabio. Y también un periodista indio que lo define como un charlatán engañabobos especialista en recitar banalidades (disfrazadas de mantras) tirando a crípticas que se podían interpretar como grandes verdades reveladas o como lo que, según él, eran en realidad: chorradas presuntamente místicas que se prestaban a todo tipo de interpretaciones, servían para un barrido y para un fregado y, a fin de cuentas, no querían decir absolutamente nada.

Paul McCartney, George Harrison y John Lennon, con los Beatles en una actuación en la televisión holandesa / Omroepvereniging VARA (WIKIMEDIA COMMONS)

Paul McCartney, George Harrison y John Lennon, con los Beatles en una actuación en la televisión holandesa / Omroepvereniging VARA (WIKIMEDIA COMMONS)

Los Beatles, empujados por Harrison, iniciaron su relación con el Gurú Maharishi con una permanencia de diez días en Bangor, Gales, durante el verano de 1967, cuando acababan de publicar su monumental Sgt. Pepper´s lonely hearts club band (aunque la muerte del atormentado manager Brian Epstein el 27 de agosto de 1967 no contribuyó muy positivamente a la experiencia espiritual). Siempre a instancias de Harrison (secundado por Lennon), los Beatles se trasladaron en febrero de 1968 al ashram del amigo Maharishi en Rishikesh, al norte de la India y al pie del Himalaya, donde aprovecharon para escribir la mayoría del material que acabaría formando el célebre White Album (conocido en España como El doble blanco) y hasta un par de temas que se incluirían en Abbey Road.

Coincidieron con otros famosos con ansias de trascendencia, como Mike Love, de los Beach Boys, el cantautor Donovan Leitch o la actriz, que ya apuntaba maneras espirituales, Mia Farrow (a cuya hermana le dedicaron los de Liverpool la canción Dear Prudence). Como muestra el documental, las ruinas del ashram son ahora un destino turístico, pero a finales de los años 60, aquello bullía de occidentales en busca de un sentido a su vida. Una búsqueda que no salía precisamente barata, pues el Gurú Maharishi, como queda claro en la película del señor Bose, pegaba unos palos considerables a sus ricos discípulos o, en el caso de los Beatles, trataba directamente de lucrarse a su costa (llegó a firmar dos contratos a la vez con sendas productoras cinematográficas para rodar un largometraje sobre él y los Beatles del que estos no sabían absolutamente nada). Parece que Maharishi tenía las manos tirando a largas a la hora de meterlas en los bolsillos ajenos y también para sobar a las místicas de más buen ver (lo cual, reconozcámoslo, es un clásico en el universo de los guías espirituales). Entre una y otra cosa, los Beatles se fueron largando de Rishikesh por partes: Ringo, al que siempre se la había soplado la trascendencia, aguantó diez días antes de darse el piro para nunca volver; McCartney fue el siguiente en desaparecer, y Lennon no tardó mucho en hacerlo. Solo aguantó Harrison, en su condición de true believer de la cosa hindú.

La meditación trascendental

En Beatles in India, el Gurú Maharishi no es el malo de la función, solo un espabilado que encontró una vía de negocio en los Beatles y en toda la juventud occidental a la que inspiraban (aunque sale un agente del KGB pasado a Occidente que lo acusa de ser un badulaque utilizado por los soviéticos para entontecer a los jóvenes norteamericanos, pero cuyo equilibrio mental parece tan precario o más que el del objeto de su inquina). Los Beatles se reconciliaron con Maharishi Mahesh Yogi durante los últimos años de la vida de éste, pero el único que se quedó colgado con todo lo relativo a la India fue George Harrison, para bien y para mal (lo petó con My sweet lord hasta que se descubrió que era un plagio, probablemente involuntario, de He´s so fine, el hit de The Chiffons de 1963).

Puede que lo más interesante de Los Beatles y la India no sea el tema de la espiritualidad, sino de cómo la música oriental penetró en Occidente gracias a los Beatles. En cierta medida, la India (y luego Pakistán) vendía sonidos nuevos y aires de trascendencia a occidentales ricos que los compraban y reciclaban para el consumo del hombre joven y mayoritariamente blanco. El sitar alcanzó una popularidad insólita (Brian Jones lo incluyó en el hit de los Stones Paint it black, y hasta los que no sabían tocarlo se retrataban abrazados a uno para las fotos de las revistas o de las portadas de los discos), la meditación trascendental salió de la marginalidad en Occidente (ahí se nos fue un poco la mano, como demuestra la existencia de ese paraíso espiritual de chichinabo para ricachones con complejo de culpa que es Los Ángeles y sus alrededores) y se produjo, en suma, un cierto cruce de culturas que arrojó unos resultados positivos para nuestra música pop (¿mi ejemplo favorito?: las dos canciones que fabricaron Eddie Vedder y Nusrat Fateh Ali Khan para la banda sonora de la película de Sean Penn Dead man walking).

De la espiritualidad de los Beatles que no eran George Harrison, si eso, ya hablaremos otro día.